—¡Dios! ¡Llama a una ambulancia, Leo! —gritó Esme asustada cuando vio un charco de sangre formándose en la calle. El conductor del vehículo salió atajándose la cabeza, también ensangrentada, e intentando orientarse. Leo sacó el celular y marcó a la ambulancia lo más rápido que pudo mientras Esme corrió a acercarse a la zona del accidente.

Leo la siguió, pero se mantuvo un poco distante, una presión en el pecho le hizo sentir una especie de pánico que no supo precisar de donde salía. Dos señoras y un hombre se acercaron saliendo de casas cercanas para brindar auxilio. Todo sucedió muy rápido, la mujer que había sido atropellada yacía al costado del auto y de su estómago brotaba mucha sangre. Esme intentaba dar auxilio al conductor que también se hallaba herido y completamente desorientado mientras las mujeres intentaban contener la hemorragia de la mujer en el suelo y Leo la observaba atónito y en shock.

—Leo... Leo... —Los sollozos se oían lejanos, se oían de alguna manera borrosos en el aire cargado de nerviosismo y dolor, sin embargo, él siguió la voz, y también lo hizo Esme.

—¡¿Leo?! ¡Leo! —gritó Esme cuando entendió quién era la mujer que agonizaba en el suelo—. ¡Acércate a ella! —ordenó.

Leo siguió las órdenes de Esme sin saber bien qué hacer o qué decir. La mujer lo miró entre lágrimas y esbozó una sonrisa temblorosa. Ya podía oírse el sonido de la ambulancia llegar. La mujer estiró su mano llena de sangre y Leo la tomó entre las suyas.

—Tranquila, va a estar bien —dijo casi sin pensar.

—Leo... y-yo solo quería que t-tú estuvieras... b-bien... p-perdón. —Entonces cerró los ojos.

Leo no respondió, una lágrima caliente rodó su mejilla mientras observaba la sangre en sus manos. La ambulancia llegó y un montón de paramédicos se encargaron de llevar a Soraya al interior del vehículo lo más rápido posible. Leo no pudo pensar, no pudo hablar, no pudo entender por qué le dolía la situación, por qué se sentía tan mal, tan culpable.

No supo en qué momento todo sucedió ni cuánto tiempo pasó, pero cuando volvió en sí, Esme lo abrazaba por la espalda y le repetía una y otra vez que todo estaría bien.

—Es mi sangre... esta es mi sangre, Esme... —dijo viendo la sangre que había quedado en su mano—. Ella es mi abuela —añadió justo antes de largarse a llorar como un niño pequeño.

—Vamos, Leo. Vamos al hospital —dijo Esme y él asintió siguiéndola.

Una vez que llegaron allí, él se dejó guiar. Esme preguntó dónde estaba la mujer a la que habían traído recién y una enfermera le indicó que estaba siendo atendida pero que no podían pasar. Le dijo también que estaba delicada porque había perdido muchísima sangre.

Leo y Esme se quedaron en la sala de espera, en silencio, Esme quiso que Leo se lavara las manos, pero este no quiso hacerlo, observaba la sangre seca como si en ella estuvieran las respuestas a todas sus preguntas. Esme solo se quedó allí, a su lado esperando que él decidiera hablar. Sin embargo, el médico se acercó a ellos antes de que Leo dijera nada.

—¿Familiares de Soraya Matto? —preguntó el galeno.

—Yo... —respondió Leo aun observando su mano.

—¿Usted es su hijo? —inquirió el hombre.

—Soy su nieto —respondió con certeza levantando la vista al fin.

—Bien... ¿Hay algún adulto?

—Soy mayor de edad, lo que sea puede decirme —informó Leonardo.

—Bien... Hemos logrado estabilizarla, pero ha perdido demasiada sangre. Tenemos que hacerle una trasfusión lo más urgente posible, el problema es que su tipo de sangre es muy extraña, joven —explicó el hombre.

Ni tan bella ni tan bestia ©Where stories live. Discover now