Capítulo 14: Sentido de urgencia. (2/2)

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Más de una pregunta a la vez, seguro estaba sorprendido de mi llamada. No le había llamado desde hacía tres meses, desde que atravesé su puerta con la firme intención de no volver. No hubo gritos en esa ocasión, ni nunca, pero el silencio dolía más.

—Más o menos—contesté, porque decidí que era mejor comenzar con la verdad. —mis calificaciones son buenas...

—¿En serio? —me interrumpió—¿has estado escribiendo?

Cuando papá me preguntaba aquello nunca sabía si lo hacía porque él sabía que era la única cosa de la que podíamos hablar porque me gustaba, o si lo hacía por compromiso. Él también escribía en su juventud, pero jamás se lo tomó en serio, decía que si no podía ser escritor existían muchas otras cosas por hacer, como vivir, por ejemplo, pues el arte era una imitación de la vida, así que era más importante vivir, haciendo muchas cosas distintas, que escribir. Y esa había sido su eterna excusa para no ser fiel a nada, en seguida cambiaba un afecto por otro.

—No mucho —contesté. —casi nada.

No era cierto, yo siempre escribía, y casi con la misma frecuencia lo tiraba a la basura, pero escribir era un constante en mi vida. Tenía tomos y tomos de diarios, en donde hablaba sobre él, sobre lo que había hecho, pero jamás se los mostraría.

—Qué pena—dijo.

—Pá—dije, ya fastidiada de forzar el dialogo entre ambos —Necesito que me mandes dinero.

Él se quedó callado, sólo la estática reinaba entre ambos.

—Ingrid —dijo—te envié hace unos meses.

Cerré los ojos y tragué con fuerza. La miseria que me había enviado se acabó casi tan pronto como lo retiré del cajero.

—Pero lo necesito —dije—me quitaron la beca.

—Ah —dijo, y fue como una bomba en mi pecho. —¿entonces no vas a seguir estudiando? ¿Lo quieres para comprar tu boleto de regreso?

—No —dije, y me aparté el celular del rostro porque sentí que gritaría, quería gritar por lo que había dicho. —Es temporal, me regresaran la beca muy pronto, sólo necesito dinero para sobrevivir un mes o algo así.

Sobrevivir fue la palabra que utilicé a propósito para que entendiera la magnitud de mi situación financiera.

—¿Un mes? —Preguntó papá— ¿Y tú de dónde quieres que saque ese dinero? Sabes que estoy enfermo y mi pensión apenas me alcanza.

Papá estaba enfermo pero de la cabeza, eso lo sabía a la perfección. Era pensionado del ejército, gracias a una fractura que sufrió en uno de los entrenamientos, pero más allá de eso, estaba intacto y sano. Trabajaba en casa, haciendo reparaciones de electrodomésticos, cuyo ingreso alcanzaba bastante bien cuando vivíamos con mamá, que también trabajaba y se aseguraba de que no faltara nada.

—Por favor —le dije, restregándome el rostro con la mano —lo que puedas mandarme está bien, yo...

Pero me interrumpí, al escuchar una voz femenina del otro lado de la línea.

—¿Es tu hija?

Me aparté el celular del rostro y corté la llamada, no esperé a que dijera nada más, eso era algo que no podía tolerar, porque conocía esa voz. Podía ser la voz de cualquier otra, quien fuera, no me molestaría, pero no esa voz, ella no tenía la culpa de nada, pero no podía escucharla sin sentir que vomitaría, algo en el estómago se me revolvía y comenzaba a subir por mi garganta.

El celular sonó pero no lo levanté, prefería morir de hambre antes de volver a cruzar otra palabra con ese hombre. En eso tenía algo en común con Alejandro.

Sueños de tinta y papelDove le storie prendono vita. Scoprilo ora