Capítulo 14: Sentido de urgencia. (1/2)

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—Llámala —continuó Alejandro, mientras le pasaba el celular a su hermano— y dile lo que pasó. Nos tiene que mandar algo.

Diego de mala gana recibió el teléfono y lo pegó a su rostro luego de marcar el número. Alejandro y yo lo mirábamos mientras él esperaba, pero esperó y esperó y nada pasó.

—No contesta —nos informó Diego al cabo de los minutos, bajando el celular.

—Esa puta manía que tiene de dejar el celular en la casa—comentó Alex—Márcale a papá, entonces.

Diego lo miró, con cierta renuencia en su mirada.

—No, llámalo tú—dijo, pasándole el teléfono.

Yo estaba sentada en medio de ambos, así que tomé el celular y se lo pasé a Alejandro, pero él no lo tomó.

—Márcale tú —contestó.

Miré a Alex, tenía el rostro de quien quiere ahorrarse una charla estimulante, rodé los ojos para mirar a Diego, él en cambio reflejaba renuencia, miedo, vergüenza. Ninguno de los dos tuvo miedo de llamar a su madre, parecían más bien fastidiados de tener que hacerlo, sin embargo con su padre las cosas cambiaban, los dos parecían dispuestos a hacer lo que fuera con tal de no cruzar palabra con él.

—¡Llámale! —exclamó Diego, que se levantó de la cama, haciéndonos brincar a Alejandro y a mí, el costado de mi brazo rozó el suyo, pero él también se movió, se sentó en el borde, con el cuerpo inclinado hacia adelante

—Alguien tiene que pedirle dinero —dijo Alex, con calma—y tú eres el mayor.

—Sólo cuando te conviene—contestó Diego, que parecía alterado. Ya sabía que hablar de su padre lo ponía malhumorado, lo mismo que Alex, pero en ese momento me pregunté por qué, más que en las veces anteriores.

Diego caminó por la habitación, cerró los ojos al tiempo que echaba la cabeza para atrás y se cubría con ambas manos la cara, con fuerza pasó las manos por su rostro y luego se acercó a donde estaba Alex, le puso las manos en los hombros, se inclinó hacia él y lo miró directo a los ojos.

—Tú sabes por qué papá no me va a dar dinero—dijo, e hizo énfasis en el porqué. —así que llámalo tú y pídele por los dos.

Alejandro lo miró por mucho tiempo, al igual que yo, hasta que por fin relajó los hombros, y extendió la mano para recibir el celular. Luego de pasarle el teléfono le hice señas a Diego para que volviera a sentarse a mi lado, y así lo hizo.

Alejandro comenzó a marcar el número de su papá mientras nosotros esperábamos, recargados en la pared cerca de la cama.

Mientras Alejandro esperaba, con el teléfono pegado al rostro y una mirada de completo fastidio yo me dediqué a jugar con las grandes manos de Diego, de dedos largos y huesudos, de uñas salpicadas de colores. Le pasé los dedos por las palmas, en donde ahora sólo había un par de cicatrices blancas que recorrí con los dedos, al igual que las líneas curvas naturales de la piel.

Levanté la mirada para preguntarle otra vez qué le había pasado, cuando Alejandro habló.

—Papá, —dijo, con una pizca de inquietud en la voz—soy Alex.

Diego se levantó de la cama de un brinco y corrió a donde su hermano para pegar el rostro en el teléfono, Alex lo apartó con el hombro pero éste no se movió. Hubo un silencio.

—Sí, papá, estamos bien—continuó Alex.

Otro instante en silencio.

—Él está bien—Contestó —Los dos estamos bien, no pasó nada.

Sueños de tinta y papelWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu