-Estoy a punto de entrar a una junta muy importante, así que necesito que compres unas cosas en el supermercado porque voy a salir tarde. –Dijo.

-Vaya mamá. Trabajas en un supermercado, ¿no pudiste pasar a comprarlas antes?

-Planeaba comprarlas a esta hora, pero me acaban de avisar de la junta y no puedo faltar, sabes que hay una oferta de ascenso así que debo de rendir bien para ser considerada.

-Si mamá, lo sé.

-Bueno, entonces toma nota de lo que vas a comprar. –Dijo y después me dictó la lista de víveres.

-¿Me puedo llevar el auto? –Dije.

-Bueno, pero lo conduces con mucho cuidado.

-Sí mamá, lo prometo.

-Bueno entonces nos vemos esta noche.

-Hasta la noche mamá.

-Te quiero.

-Yo también.

Colgamos. Subí a mi habitación a tomar una ducha y cambiarme antes de salir de casa. Baje de nuevo y tomé un poco de agua antes de meter a mi perra en su corral.

Tomé la lista y las llaves y las guarde en un bolsillo de mi pantalón. Fui a la alacena, alcancé un banquito y me subí para tomar el frasco de galletas donde guardábamos el dinero. Saqué unos cuantos billetes y me los metí en el bolsillo trasero de mi pantalón.

Salí de la casa y me encaminé al auto. Era un antiguo Mercedes Benz, era de mi padre. Cuando mi padre vivía, teníamos ciertos lujos, él era contador y en un buen negocio que tuvo le dieron tanto dinero que pudo comprar este auto. Ahora esta viejo, un poco maltratado pero no deja de perder su estilo y eso es lo que a mí me encanta.

Entré al auto y lo arranqué. Desde que el padre de Clarisa me enseñó a manejar me ha gustado hacerlo. Aún recuerdo sus gritos:

-¡No Christina! ¡Esa es la reversa!

Me reí un poco de ese recuerdo del señor Martin.

Crucé por la carretera y pasé por enfrente de mi cafetería favorita. Seguí más por la ciudad.

La ciudad que vivía era una pequeña en California, estaba algo aislada de todo pero es lindo vivir aquí, porque no hay tanto ajetreo como en las grandes ciudades pero tampoco es tan aburrido como un pueblo chico.

Antes de poder medir el tiempo que me tarde llegué al estacionamiento del supermercado. Entré y estacioné el auto lo más cerca de la entrada que pude. Antes de salir del auto o Mer, como yo le llamaba desde que estaba pequeña. Me aseguré de llevar el dinero y la lista en los bolsillos.

Comencé a recorrer los pasillos con mi carrito. Primero fui a conseguir harina. La verdad no sé por qué me pide estas cosas mi mamá, pero bueno, por algo serán.

-La harina ya está, ahora va el azúcar. –Dije con tono cantarín mientras tachaba con una pluma la harina de la lista.

El azúcar estaba en el mismo pasillo que la harina así que fue fácil encontrarlas.

-Queso y leche. Vamos por ti. –No sé, a veces me gusta hablar sola.

Tomé un paquete de queso y lo eché en carrito. Luego tomé un galón de leche. Ahora lo próximo en la lista son las verduras de mi mamá que siempre usa para hacer sus ensaladas. Empujé el carrito y lo lleve a la sección de frutas y verduras.

Escogí unos cuantos jitomates que se veían bonitos. Una cebolla morada. Varias lechugas. Y ahora me dirigía a escoger los pepinos.

Tomé uno, estaba pequeño y golpeado. Tome otro, del mismo tamaño pero no estaba mal tratado como el otro.

-Ese es muy pequeño ¿no lo crees? –Fue su voz.

Di un pequeño brinquito por el susto. De cierta manera me alegré de ver a Sat otra vez pero aquí viene esa sensación de peligro que siento cada vez que estoy con él. Me gire a él y casi me pierdo en sus ojos pero lo disimulé.

-¿Qué? –Dije.

-Yo veo muy pequeño a ese pepino sabes. –Dijo y luego tomó otro pepino. Lo miró y lo dejó en su lugar. –Están muy pequeños todos. –Dijo y luego llevó su mano debajo de su cinturón ¡AHÍ! –Deberían de ser más grandes.

-¡Sat! –Grité. Tomé el pepino y lo eche a una bolsa. Lo deje en el carrito tratando de ignorar las risas de Sat. –Eres un pervertido.

-No, vivo la vida, hago lo que quiero, ¿no te has dado cuenta? Además si de todas maneras me voy a ir al infierno, si quiera voy a divertirme un poco para que estar ahí valga la pena. –Dijo entre risas.

-¿Qué haces aquí de todos modos?

-¿Qué nunca dejas de hacer preguntas?

-Te recuerdo que tú me dijiste que tratara de alejarme de ti.

-Sí, pero esto fue coincidencia, además yo no vivo de pizzas, me gustan pero engordan y no tendría el cuerpo que tengo. –Rodee los ojos.

-¿Por qué quieres que me aleje de ti? –Pregunte para desviar el tema de su cuerpo porque la verdad me distraía.

-Nena, yo soy peor que Satanás. –Dijo y todo mi cuerpo dio un brinco. Entonces entendí.

-De ahí viene tu apodo, ¿cierto?

-¿Sat? Sí. Eres inteligente, vaya, hermosa e inteligente, es una rara combinación. –Rodee los ojos otra vez.

-Entonces. ¿Me dirás tu nombre?

-No, tú siempre me llamarás Sat, justo como los demás. Ya te dije que mi nombre no encaja más con mi vida. Así que ahora soy Sat. Y para ti seré Sat.

-Vaya, me impresiona como puedes repetir varias cosas en una misma oración. –Él se rio y no pude evitar reír también. De pronto el paró de reír y me observó reír por unos segundos

-Nunca te había visto reír. –Dijo. –Me gusta el sonido de tu risa y tu sonrisa, claro. –Dijo y me puse como tomate.

-Bueno, luego nos vemos, me tengo que ir. –Dije antes de ponerme más roja.

-¿Sigue en pie lo de la cita?

-No lo sé. No depende de mí. –Dije.

-El viernes habrá una fiesta, ¿irás?

-No lo sé.

-Espero verte ahí entonces. –Dijo y dio media vuelta y se perdió por entre los pasillos.

BestiaWhere stories live. Discover now