La iniciación de una guerrera.

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Los músicos golpeaban tambores de cuero de boa con tremenda violencia. Las ancianas y niños avivaban la fogata popular que iluminaba las casas cercanas al centro del pueblo. Dentro de la gran casa central no entraba ni la brisa ni la luz, dominaba en cambio la oscuridad plena del Sabru Keia   y el canto incesante de las cantoras que se congregaban al rededor de las llamas. El festejo aumentaba a medida que pasaban los minutos, las estrellas empezaban a amontonarse en el cielo.

A estas alturas Tushio era ya incapaz de diferenciar entre el sonido, el sudor y el sabor agrio de su saliva, no podía diferenciar ya entre su lengua y sus pies o sus pensamientos y los del resto. Finalmente había logrado deshacerse y rehacerse en la oscuridad, junto a todo lo que había dentro de la gran casa central. El hambre y la sed habían desaparecido o se habían mezclado con sus pensamientos. Su cuerpo se había desintegrado en la masa que existía en todo lo demás cercano, se había vuelto casi tan intangible como sus sentimientos y tan palpable como el suelo. Sus recuerdos iban y volvían en un vaivén repetitivo y casi podía revivir todos los segundos pasados. Recordaba cuando su voluntad la llevó e entrar en la preparación para ser Sabru y el doloroso camino de proteger la tierra. En su hogar había una larga tradición de Sabru, las ancestras de sus ancestras eran la razón de que los Mokibes, su gente, sobreviviera hasta tal día. Recordó las enseñanzas de su tío materno y el rígido entrenamiento al que fue puesta desde los diez años. Sintió el picor que dejaban las hormigas y los pequeños bultitos de sangre que quedaban en su piel broncínea, los recorridos por montañas lejanas plagadas de animales peligrosos. Revivió cada uno de los pasos para dominar sus técnicas y su espíritu, por sobre todas las cosas, y los múltiples dolores que al final se convirtieron en la recompensa de ser una de los seis elegidos al Sabru Keia

Tradicionalmente, cada ciclo de estaciones eran seleccionados en un ritual de iniciación (Sabru keia) nuevos guerreros, sin embargo, desde la explosión de las guerras por el poder entre los invasores y los tres grandes reinos, los pueblos pequeños, cómo el suyo, estaban en constante amenaza de ser saqueados y tomados como esclavos por los imperios, muchos de sus hermanos, amigos y familiares habían muerto inevitablemente defendiendo a su gente y  viajaban ahora al encuentro con los que ya no estaban.

El poder de estos grandes pueblos imperaba por vastas extensiones de tierra, la vida que existía era casi dominada por estos poderes. Sin embargo, de las lejanías del mar, las grandes canoas habían emergido como sombras y atracaron en las costas. Poco a poco las grandes fuerzas se vieron amenazadas por la capacidad destructiva de las personas con cara blanca. Una vez entendieron el peligro que significaban destinaron fuerzas para apaciguar pequeños fuegos dentro de su propia estructura, y en doblegar pequeñas comunidades para así aumentar sus fuerzas. De esta manera estas grandes naciones no tendrían que sacrificar soldados por mano de obra.

Unas dos generaciones antes de Tushio escuchaban sobre los rumores lejanos de esta gente con cabellos de sol, con extrañas herramientas y con rostros llenos de pelo. Cuando la amenaza dejó de ser rumor,  el Soku y el círculo de ancianos  decidieron ascender a Sabru a quienes lograban pasar el ritual de iniciación cada vez que un número mínimo de aspirantes tuviera la confianza para pasar por la prueba.

Desde afuera, los cantos y los tambores sonaban con más fuerza y se combinaban con su respiración al punto de no diferenciar entre ninguno. El tiempo se había degradado a lo mismo que todo lo demás presente, era imposible saber cuánto tiempo había transcurrido, o en qué momento iniciaba un pensamiento, sensación, recuerdo, idea o escalofrío. Si los aspirantes después de la ceremonia hubieran sido interrogados sobre este ritual hubieran dicho que las palabras no les permitía describirlo de otra forma que no fuese ser. De pronto un rayo de luz invadió de a pocos el interior de la casa hasta dejar al descubierto la sombra del Soku, quien con una gran sonrisa, les dijo brevemente: -El tiempo ha vuelto, vamos al encuentro.

ColibríWhere stories live. Discover now