Capítulo 2

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Capítulo 2.

Casi lloré. Quería ir a Italia, nunca había estado allí y había sido mi mayor motivación en los últimos meses. Viajar con mi amiga, conocer italianos, pasear por las calles de Roma... Observé la pantalla de mi teléfono de nuevo y comprobé que, bajo el nombre de Claudia, se encontraba el molesto mensaje que rezaba «escribiendo...». Amplié su imagen de perfil tan solo para odiarla con más fuerza. En ella aparecíamos nosotras, sonrientes y vestidas de gala el día de nuestra graduación en la universidad, apenas unas semanas antes.

—Quita esa foto. Ya no somos amigas. ¡No quiero aparecer en tu maldito WhatsApp! —murmuré.

Esta vez, la mujer que antes me había mirado, agarró protectoramente a su hijo del hombro y lo atrajo hacia ella con aire preocupado mientras me miraba de reojo. Quizás yo parecía una loca. A lo mejor incluso daba la impresión de ser peligrosa. El tic en el ojo no me ayudaba a aparentar lo contrario, estaba convencida de eso.

Un nuevo mensaje apareció en mi pantalla. No quería seguir leyendo, estaba enfadada, odiaba a Claudia. Sentí la tentación de volver a hablar en voz alta, pero esta vez pude controlarme y apreté los dientes antes de hacerlo.

«Sé que no me perdonarías tener que renunciar al viaje, así que ya lo he solucionado todo, Tatiana. Lo vais a pasar muy bien, estoy convencida. Prometo que la próxima vez iremos juntas, te lo juro.»

Yo miré la pantalla, atónita. Tecleé rápidamente.

«¿Vais? ¿Qué quieres decir con «vais»?»

Me olvidé de añadir «traidora» al final de la pregunta, por lo que me maldije internamente. Aun así no perdí de vista la pantalla del teléfono. Quería saber qué demonios había tramado mi amiga. Perdón, mi ex amiga.

«He mandado a Jorge en mi lugar. Debe de estar al caer, estoy segura. ¡Tenía muchas ganas de visitar Italia!»

El tic en mi ojo derecho comenzó a afectarme también al izquierdo en el momento en el que leí esa respuesta. Jor-ge. Jorge. No, no llegaba a creérmelo. Se supone que mi amiga lo era por algo, porque me quería —o al menos en algún momento lo había hecho, eso necesitaba creer yo—, pero una buena amiga no podía hacer ese tipo de cosas. Furiosa y escandalizada, introduje violentamente mi teléfono móvil en un compartimento secreto de la maleta. No quería seguir viendo más mensajes de Claudia, pues era posible que la situación pudiera incluso empeorar si ella me daba más malas noticias.

Jorge era el hermano de Claudia, tenía tres años más que nosotras y se caracterizaba principalmente por ser una persona a la que yo detestaba. Jorge Vargas era un amargado, esto era así y no podía cambiarse. No era cuestión de que yo fuera capaz de suavizarlo, pues no era posible. Con casi veinteicinco años, un buen trabajo y una familia preciosa, ¿quién podía ser infeliz? Pues Jorge lo era, y además trataba de contagiar su infelicidad al resto del mundo. Yo no lo podía ni ver, eso estaba claro. Por eso, principalmente, reaccioné gritando asustada al leer el mensaje. Ni siquiera caí en la cuenta de que me encontraba en un lugar público y en que, además, ya comenzaba a tener una trayectoria reseñable en ese vuelo como «la chica que viaja y habla sola».

—Ven, cariño —dijo la señora que estaba frente a mí, agarrando a su hijo y llevándolo apresuradamente hacia el mostrador, tratando de colarse para poder pasar cuanto antes al avión y, probablemente, librarse de mí.

—No le hablaba a usted... —bufé.

Ella entornó los ojos al mirarme una última vez y caminó con rapidez, marchándose de mi lado. El resto de pasajeros que se encontraban a mi alrededor también me miraron disimuladamente, aunque yo pude distinguir cada una de sus miradas furtivas. ¿Acaso ellos nunca tenían un mal día? Aparentando normalidad agarré una goma de pelo de mi muñeca y recogí mi melena pelirroja y artificialmente lisa, dejándola atada en una cola de caballo en mi nuca de forma firme. Durante el proceso, mi mente comenzó a pensar qué debía hacer: ¿era cierto que Jorge estaba de camino al aeropuerto? ¿De veras vendría conmigo a Roma? Eso era algo que no podía confirmar, pues por lo que sabía, él me detestaba a mí tanto como yo a él. Sí, pensándolo bien, ¿cómo iba a aparecer ahí ese chico si apenas me soportaba?

Lo mejor sería irme a Roma yo sola. Pasar de Claudia. Ya tendría una buena charla con ella a mi vuelta, pero de momento no pensaba tirar mi dinero a la basura como iba a hacer ella. Quizás incluso me dieran una habitación más grande en el hotel tras contar lo que había sucedido. De hecho, era posible que incluso disfrutara más y lo pasara mejor yo sola. Podría pasear tranquilamente y visitar los sitios que yo quisiera, sin tener que escuchar segundas opiniones. Viajar sola era bonito, pacificador, una preciosa forma de conocerse a uno mismo y...

—Joder, pensé que no llegaba. Creí que el avión habría despegado ya —dijo alguien a mi espalda con voz exhausta, como si hubiera corrido desde hacía varios minutos, como si cargara equipaje para irse de viaje. Como si fuera mi acompañante.



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