Capítulo 1.

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Capítulo 1.

Ten amigas para esto. Sí, ten amigas para que te traicionen, te tiren y desechen como si fueras la caja de una pizza pepperoni. Ten amigas para confiar en ellas y que luego te rompan el corazón...

¡TEN AMIGAS PARA COMPRAR BILLETES A ITALIA Y QUE TE DEJEN TIRADA EN EL AEROPUERTO!

Sentí que me iba a desmayar de un momento a otro al encontrarme en esa situación. Llevaba más de dos horas en el aeropuerto, preparada para el viaje de mi vida junto a mi mejor amiga y de pronto... de pronto me daba cuenta de que estaba sola, de que Claudia no iba a aparecer. Lo mejor de todo esto era, sin duda, cómo me había enterado: ¡por un puñetero mensaje de WhatsApp!

Mi día no podía ir a peor, eso era definitivo. Habíamos reservado ese viaje más de cuatro meses atrás y, desde entonces, yo había pasado un mes en una academia de idiomas aprendiendo italiano. ¡No era justo de ninguna de las maneras! Claudia había parecido tan emocionada respecto al viaje como yo la noche anterior, pero yo ya debería haber comenzado a sospechar que algo saldría mal cuando esa mañana no había recibido un mensaje de su parte dándome los buenos días, o preguntándome si estaba preparada. Tampoco había contestado mis wasaps para confirmar que ya había terminado la maleta, o que se encontraba yendo al aeropuerto. Por supuesto, tampoco había recibido ninguna respuesta a mi último texto: «Claudia, ¡¿vas a venir a Italia?!». Al menos no lo había hecho durante cerca de dos horas, pues por fin acababa de contestar y su mensaje no era en absoluto lo que yo habría esperado de mi mejor amiga:

«Lo siento, Tatiana. De verdad. De verdad. Olvidé por completo el bautizo de la prima de Pau, no puedo faltar o en su familia comenzaré con mal pie. Prometí que iría, se lo prometí a la abuela de Pau. Lo entiendes, ¿verdad? Te lo compensaré, te juro que lo siento».

Un furioso tic en el ojo me había atacado en ese momento. ¿Cómo demonios iba yo a entender que mi mejor amiga me estuviera dejando tirada en nuestro fin de semana de chicas italiano por irse al bautizo de un bebé? Un bebé que, para colmo, ni siquiera era su propia prima, sino la de su novio Pau, el hippie de turno presente en la vida de Claudia. No, eso debía de tratarse de una broma. Comencé a mirar a mi alrededor, intentando encontrar a Claudia llegando entre la multitud, cargada de maletas y con su melena oscura brillando entre el resto de personas. Imaginé que me daría dos sonoros besos en las mejillas y me dedicaría un: «¿pero cómo voy a dejarte plantada, tonta?». Pero la imagen no se produjo, Claudia seguía sin aparecer.

Miré a la pantalla de mi móvil de nuevo, esperando noticias, y me encontré con nuevos mensajes de Claudia. Recé porque en ellos me confesara que todo era una broma y que estaba en la puerta de embarque, escondida detrás de la columna de hormigón que tenía enfrente y de ese niño gordito que ya se había comido tres bolsas de patatas fritas desde que había llegado allí.

«Pero no te preocupes. No tienes por qué ir sola al viaje, sería un desperdicio».

Por supuesto que lo sería. Un desperdicio de cuatrocientos euros exactamente. El dinero que ya habíamos pagado por los vuelos y el hotel, además de algunas de las actividades que ya estaban reservadas en Roma.

—¿Cómo no voy a ir sola? —pregunté en voz alta, sollozando—. ¿Quién demonios va a poder venir conmigo avisándole veinte minutos antes de que la puerta de embarque del avión cierre?

La mujer que se encontraba frente a mí, la madre del niño de las patatas, alzó la vista y me miró. El tic en el ojo seguía haciendo de las suyas y probablemente yo daba la impresión de estar bastante desquiciada en ese momento, algo perfectamente normal, a mi parecer, dada mi situación.

—Mi mejor amiga —susurré nerviosamente, tratando de que la mujer leyera mis labios pero sin hablar demasiado alto—. Me ha dejado tirada. Aquí. Sola.

Ella sonrió forzadamente y después apartó la mirada, con toda seguridad esperando que yo no volviera a hablarle. Por supuesto, no lo hice. Yo no era la clase de persona que hablaba con desconocidos en el aeropuerto —o en ningún otro sitio— para contarles mi vida. Yo era celosa de mi intimidad... casi todo el tiempo. Tampoco podía hacer mucho más de lo que hacía con veintiún años; acababa de terminar la universidad y una parte de mi mente me decía que se habían acabado las fiestas descontroladas, el alcohol descontrolado y, en general, el descontrol en mi vida. Pero la otra parte de mi mente —que casi siempre tomaba la forma de Claudia— me repetía constantemente que eso no sucedería, que a partir de ese momento las fiestas serían más salvajes y las noches mucho más largas. Ahora éramos mujeres adultas y formadas, o algo así, por lo que un nuevo abanico de oportunidades se abría en nuestras vidas... o al menos así había sido hasta que mi ex mejor amiga me había abandonado a mi suerte en ese aeropuerto.

Tendría que irme a casa, ¿qué iba a hacer si no allí? Especialmente porque la cola frente a la que se encontraba el mostrador de embarque para mi vuelo comenzaba a avanzar y las personas, cargadas con pequeñas maletas, niños y mochilas, ya estaban pasando por una puerta que conducía directamente al avión.


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