Capítulo 12: Una mala noticia. (2/2)

Start from the beginning
                                    

—Ingrid—dijo en voz baja y se sentó a mi lado, —¿Ya se los dijeron?

Asentí debajo de las sabanas, y luego me las quité de encima para poder verlo.

—No puedo ir a mi casa—dije, con la voz temblorosa—no puedo volver con mi papá.

—Y no volverás—dijo, haciendo un espacio a mi lado y recostándose, —Ya escuchaste lo que dijeron, será hasta que finalicé el semestre, aún faltan dos meses, se quedaran primero los mejores promedios y luego habrán exámenes y pruebas. No va a pasar nada, eres una excelente escritora, tú conservaras la beca.

—¡No me trates como idiota—le dije, de pronto enfurecida, y lo aparté con fuerza, porque ni todas sus palabras me hacían sentir mejor, yo no podía perderlo, si me iba a casa no volvería a verlo. A ninguno de ellos. —¡Tengo un promedio de ocho en el primer parcial, y es el mínimo para la beca! ¿Crees que me van a conservar a mí y no a los de mejor promedio?

Diego se apartó de inmediato, y me quedó mirando, sorprendido. Yo me eché a llorar.

—¡Perdón! —Dije, mirándolo a los ojos —es que...no quiero regresar, no quiero vivir con él. No me puedo ir a casa, y no tengo a donde más ir.

Diego se quedó quieto un momento, suspiró y se acercó a abrazarme.

—Si llegaras a perder la beca, que no pasara, yo no permitiría que volvieras a casa—comentó, mientras me sostenía. —No si no quieres.

—No quiero—dije, entre su pecho—No puedo vivir con él, no puedo volver con mi papá.

Diego me abrazó mucho rato, hasta que por fin me apartó con delicadeza.

—¿Qué te hizo? —preguntó, intentando captar mi mirada.

Esa era una de las primeras veces en las que él me preguntaba sobre mi vida, yo siempre preguntaba sobre la suya, y él, aunque con reserva, me contestaba, me contaba sobre su infancia, sobre sus travesuras con Alex, pero jamás preguntaba sobre la mía y yo se lo agradecía con toda el alma, pues era algo de lo que aún no podía habar sin soltar a llorar. Yo amaba a mi papá, lo amaba de una forma casi fanática, pero no podía verlo, ni vivir a su lado, era algo que no podía.

—¿Qué te hizo? —insistió, levantándome el rostro, pero le retiré las manos, y me aparté el cabello largo y negro se pegaba a mis sienes por las lágrimas. —¿Él te maltrataba? ¿Te hacía algo?—inquirió, con miedo, pero no retuve antes de que fuera más lejos.

—No, Diego—dije, casi indignada —él no me hizo nada.

Ese era el problema, que él a mi persona no le había hecho nada, sin embargo me traicionó. El único hombre que no debía hacerlo, el único que debía ser fiel como un perro y quererme como tal, había hecho algo que acabo con mis días felices.

—Sólo tengo miedo —dije.

Él asintió y compendió que yo no podía hablar de eso, era algo que me costaba muchísimo trabajo explicar. Diego no me presionaba, era una de las cosas que más me gustaban de él, que si quería hablar toda la noche sobre la ansiedad que me producía saber que en el espacio éramos sólo una fracción tan pequeña como un grano de arena, me escuchaba, al igual si quería ver una película sobre la vida de un escritor famoso la veía a mi lado sin protestar.

Diego me abrazó sin decir nada hasta que dieron las ocho, hora en que servían la cena.

—Vamos a cenar—dijo Diego, y me tomó de la mano.

—Sí —dije, frotándome las mejillas—pero deja que me lave la cara antes de bajar, no quiero que sepan que estuve llorando.

Le solté la mano y me dirigí al cuarto de baño de su habitación, que era pequeño en extremo, tal como lo era el de mi propia habitación, consistía sólo del lava manos, el retrete y un minúsculo espacio para la regadera. Me recargué en el lavamanos y esperé a que el agua helada dejara de salir, cuando terminé busqué con que secarme, pero Diego ya me ofrecía una camiseta suya.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now