Solo una noche

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Él no puede dejar de mirarla.

Sus ojos claros se enredan entre las finas arrugas de los ojos cerrados de ella, las ondas castañas sobre la frente, el hoyuelo de su barbilla; y se embarcan en cada ligerísima mota de polvo que huye cuando él acaricia su cuerpo, en cada tibio movimiento que anuncia su despertar.

El sol entra de lleno por la ventana sucia de la suite de una estrella, convirtiendo en historia la única noche de pasión que se han concedido. Y aunque ambos aceptaron el trato anoche, él parece haber cambiado de opinión. No se resigna y sigue haciéndole el amor con los ojos y la imaginación, hasta que ella abre los suyos y sin casi reparar en la presencia del hombre, se aleja.

Tanto él como la cama sufren y se congelan cuando ella sale de debajo de las sábanas. Desnuda, va hasta la ventana y observa aturdida el mundo. ¿Qué hora es?, pregunta a nadie en concreto, quizás a sí misma, frotándose los brazos. Acto seguido, sin esperar respuesta, se mete en el baño y cierra la puerta tras de sí.

Él no ha abierto la boca. No ha dicho nada porque ni sabe la hora ni le importa. Su máxima preocupación cuando la ha seguido con la mirada, en silencio, ha sido reunir fuerzas suficientes para reprimir las ganas que le han dado de seguirla y romper las reglas.

Él, quieto, escucha con atención: el ruido de la mampara abriéndose y cerrándose, el agua corriendo en la ducha. Imagina la suave piel de ella, pálida y cuajada de pecas, enrojeciendo bajo la tibieza de las gotas. Revive la excitación del rubor en sus mejillas, apenas unas horas antes. Los labios de ella doloridos e inflamados por el roce de su barba, por el toque áspero de su piel masculina. La sexualidad de la boca que ella le dio sin reservas, con una sola condición: solo una noche.

Esas tres palabras... Recuerda y siente el mismo dolor que cuando las escuchó por primera vez. Entonces tocarla, olerla, lamerla, todo era puro magnetismo, pura vida y quiso preguntarle por qué limitar todo aquello a una noche. No lo entendía. ¿Acaso no estaban disfrutando los dos? ¿Acaso aquello no resultaba para ella, como para él, algo que merecía la pena repetir varias veces? Porque en sus reacciones, en sus palabras, en todo su ser podía ver que sí, que estaban de acuerdo. Y si era así, ¿por qué extinguir las enormes posibilidades de lo que estaban explorando, con una regla tan absurda?

Él, que había seguido el camino que la juguetona mirada de ella le había abierto; que se había tirado a la piscina de sus ojos oscuros sin detenerse a pensar; que al sentir la mezcla del deseo que emanaba de la piel de ambos, había aceptado con valentía el reto; que admitía haber sellado aquel pacto únicamente para tener la oportunidad de conocer hasta qué punto lo que ella le prometía era cierto y había sobrepasado sus expectativas, ¿no merecía él una segunda noche?

Cierra los ojos y se cubre el rostro con las manos. Siente que entre los dos ha habido algo más que piel, fluidos y placer. Y cree tener la seguridad de que ella ha sentido lo mismo. Pero sus sensaciones ahora mismo, solo en la cama, le siembran la cabeza de dudas.

Cuando él ha despertado con ella a su lado, tenía la seguridad de haber experimentado algo profundo esa noche. Algo que le recordaba a la confianza, la complicidad y las sonrisas que sólo pueden esperarse de una amante con la que se ha compartido parte de la vida. El nivel de conexión que sincroniza jadeos, hace que los cuerpos reciban las caricias del otro como propias y rompe en mil pedazos la frivolidad que se atribuye a los ligues de una noche. No es posible que se lo haya inventado.

En el baño el agua deja de caer. La mampara se abre. Una toalla se desliza del colgador y rodea el cuerpo de ella. El espejo le devuelve la imagen de una mujer luminosa, tocada por unas tímidas ojeras grises y un maquillaje mal borrado.

Todo se llena de silencio.

Él acomoda la colcha y espera que ella vuelva a la cama.

El ruido del tráfico que se cuela en la habitación es lo único que lo salva de la sensación de estar solo en el mundo. Eso y el latigazo de un pestillo cerrándose.

Él mira fijamente la puerta del baño y levanta las cejas. Suspira y aprieta la mandíbula. La imagina y casi puede verla: de pie, quizás apoyada en la pared, esperando que él haya captado el mensaje. Solo un tonto no lo habría hecho. Después de una respiración profunda sale él también de la cama y busca sus cosas: la ropa, el móvil, la cartera, las llaves de la moto. Es ruidoso a posta, para que ella sepa que se está preparando, que se irá pronto, que respetará el pacto y no tiene de qué preocuparse.

Cuando lo ha encontrado todo empieza a vestirse, y se pone la camiseta tan rápido que rasga una de las costuras. A su memoria acude el recuerdo de las braguitas de ella, rasgándose entre sus dedos impacientes. Sacude la cabeza, suspira y se calza. Está preparado y a punto de ir hacia la salida, pero se detiene. Aún no se ha dado por vencido. Recorre la habitación buscando algo con lo que escribir, algo con lo que dejarle una nota. Una frase corta, unas palabras que no la asusten, que no piense que es un acosador pero que le deje claro su interés. Algo que le revele su nombre, su teléfono, su e-mail. Algo que signifique una oportunidad para que ella le encuentre.

En la misma puerta, colgados, hay un formulario de satisfacción al cliente y un bolígrafo. Lo gira y comprueba que la parte trasera está en blanco. Escribe. Tacha. Sacude el bolígrafo, al que no parece gustarle funcionar en posición vertical y garabatea en una esquina del papel hasta que vuelve a salir tinta. Escribe de nuevo. Deja el bolígrafo de nuevo en su sitio y repasa el texto. Le parece apropiado, correcto. Aunque infinitamente más frío de lo que su corazón le propone.

Pero entonces la voz de ella vuelve a su mente: solo una noche.

Traga saliva, baja la vista. Se gira y observa por última vez la habitación. De pronto le parece triste, como si hubiera perdido todo aquello que la hizo especial cuando entraron en ella. No le conmueven ni las sábanas que aún conservan las trazas de su encuentro; ni la ventana por la que se ve la ciudad volviendo a la vida un perezoso domingo por la mañana; ni el sol de julio prometiendo un día agradable.

Se han perdido el rastro de las estrellas, las medias luces y los neones. El atrévete si puedes de sus juegos íntimos. El frescor de las sábanas limpias llenas de promesas.

Se gira hacia la puerta y da la vuelta a la hoja, dejando de nuevo a la vista la preguntas del formulario. Acciona el pomo haciendo el mayor ruido posible y sale al pasillo del hotel, dando un portazo.

Solo entonces, ella vuelve a la cama.

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⏰ Última actualización: May 30, 2017 ⏰

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