- No creo.

-Louanne silvó en tono burlón- La velada va para larga, ¿eh, campeón? Anda, ve, no quiero que tu "cena" se enfríe- rió-, ya después me contarás.

- No todo en la vida es una historia de amor. Llego más tarde de lo habitual, ¿vale? Cualquier cosa que necesites, avísame.

- Está bien, qué cenes rico JAJAJAJAJA, bye.

Colgué y me dirigí a la segunda planta de la casa hacia donde estaba Ainhoa. Me cercioré de que Lucero se había encerrado en la habitación de al lado, y regresé al centro del salón.

El cuarto era un salón de juegos inmenso, que contaba con la cuna en la que se encontraba la niña cerca a una ventana, un escritorio aparentemente inútil hasta el momento y detrás de éste, un televisor pequeño colgado en la pared, un tapete colorido que abarcaba gran parte de la habitación, y en una esquina, un sofá gris.

Tomé a la desesperada niña en brazos, y encendí el televisor. Caminé con ella hasta el sofá e intenté congraciar con ella. Se mostró esquiva en un principio, pero finalmente fue dominada por el sueño y después de un largo rato, se quedó dormida y yo fui cayendo lentamente con ella.

Repentinamente, me despertó un molesto ruido que no cesaba. Era el teléfono. Cuando estuve completamente despierto, lo ubiqué sobre el escritorio pero dudé en responder. Pasaron tal vez segundos, cuando dejó de sonar, y de inmediato llamaron de nuevo. Era lógico que Lucero no respondería, así que por impulso lo hice yo.

- ¿Buenas noches?

- ¿Manuel, eres tú?- no reconocí la voz- Qué alegría que me contestas, hijo. Disculpa la hora, no tengo mucho saldo. Lucero me pidió que fuera esta noche a su casa, pero Manuel, tuve un problema con el lavaplatos en la cocina, y si no consigo un plomero ahora, seguro se me inunda el primer piso. ¿Podrías avisarle por favor?

- Ehm, sí.

- Cuídate ese resfriado, hablamos luego. -¿resfriado? JAJA.

Me reí suavemente por lo que acababa de pasar. Y luego ya caí en cuenta de que tendría que avisar a Lucero lo que su madre acababa de decir. Pero eso significaría comprometerme aún más con ella y con la bebé, pero tampoco me iría así sin más.

Caminé hasta la habitación en la que supuse, se encontraría. Toqué la puerta una, dos, tres veces. Pensé hacerlo una cuarta, pero di por hecho que no sería respondida.

La luz de la habitación estaba encendida, lo sabía porque se colaba por debajo de la puerta alumbrándome los zapatos, entonces decidí entrar.

Giré la manija suavemente y entré en la habitación en puntillas. La habitación era bastante grande, contaba con un armario café rojizo que abarcaba toda la pared de la puerta, el espacio entre las puertas del armario formaban el espacio perfecto para un televisor, y debajo de él, se encontraba una pequeña reserva de botellas de vino. La cama doble se encontraba justo en medio de la habitación en la que yacía Lucero. A lado y lado se encontraban dos burós que desprendían del cabezal de la cama, y justo al lado de la puerta estaba la ventana. Al otro extremo de la habitación, me encontré con una puerta corrediza, supuse que se trataba del baño.

- Lucero, -susurré queriendo despertarla- Lucero.

No recibí respuesta. Es más, ni siquiera se movió.

Insistí una vez más.

- Lucero.

Nada.

Me acerqué al extremo de la cama en donde se encontraba y le toqué el brazo.

Nada.

La sacudí un poco.

Dormía plácidamente, o al menos eso parecía. La mejor parte de dormir es que te alejas un poco de la realidad, te olvidas de quién eres y piensas un poco en qué quieres ser, qué quieres lograr a través de los sueños.

Yo para ese entonces, alejaba cualquier pensamiento que involucrara a una mujer en mi vida. No consideraba mi vida lo suficientemente buena para compartirla con alguien. Decidí alejarme y dejarla descansar.

Caminé de regreso a la salida y di un traspié, perdiendo el equilibrio. Caí sentado en la cama y me levanté de inmediato muerto de vergüenza.

Giré rápidamente después de incorporarme rogando a Dios que no se hubiese despertado, y gracias al cielo no fue así. Pero ese vistazo a Lucero, me hizo darme cuenta que ella mantenía algo en las manos. Regresé hacia ella y con suavidad le abrí la palma de la mano. De ella cayeron tal vez 6 o 7 cápsulas azules directamente al suelo. La miré una vez más y la sacudí aún más fuerte.

- Mierda, mierda, mierda. Esto no me está pasando a mí.

Fue lo único que conseguí decir. Tomé entre mis manos el rostro de Lucero, y dándole suaves golpes intenté hacer que reaccionase; no tuve resultado.

Lo primero que pensé, sería llevarla a un centro médico. Sabía que estaba relativamente cerca de uno, y me puse en marcha.

Tomé a la inconsciente Lucero en brazos, y cuando la elevé, varias cápsulas más cayeron al suelo. Me apresuré a llevarla hasta el auto, y luego regresé por Ainhoa.

En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba en la meticulosa y tétrica sala de espera con la bebé en brazos viendo cómo 3 enfermeros arrastraban la camilla, en la que se encontraba la persona favorita de mi sobrina que acababa de intentar suicidarse, hacia el pasillo de urgencias.

Toda una aventura ese día.

Desde que te conocí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora