Esteban DelValle se bajó de su auto convertible mientras le entregaba las llaves a uno de los valet parking del lugar. Se acomodó bien la corbata e ingresó a la reunión que se estaba realizando en su casino.

Evadió a algunos invitados de la prensa y se dirigió al rincón donde había encontrado a algunas personas conocidas.

—Hola, Esteban—le saludó su mamá.

Ella estaba vestida formalmente con un traje verde hierba. Sus joyas resaltaban gracias a la luz amarillenta de la decoración. Ella no se molestaba en lucir las costosas cadenas y pulseras que su esposo y sus hijos le regalaban. El oro le iba muy bien.

—¿Qué tal?—preguntó con amabilidad.

—Estamos muy bien—le respondió su padre mientras tomaba una copa de champaña de uno de los meseros.

Julián DelValle era un hombre de cincuenta años con un perfecto estado de salud. Tenía el cabello castaño y los ojos negros. Sus facciones eran parecidas a las de su hijo menor.

—¿Dónde está Sergio? —inquirió extrañado, mirando a todos lados, sin encontrar a quién buscaba.

—Llegará en unos minutos—le avisó su madre—. Me dijo que primero pasaría por su novia, Naomi.

—Hmp.

Él se disculpó y se acercó a otro grupo de personas. Se la pasó saludando y dando breves definiciones sobre temas de negocios. Había varias mujeres que se le insinuaban. Todas eran muchachas de su edad o hasta más viejas, buscando su dinero.

—Hermanito, al fin te encuentro —sintió una mano en su hombro.

—Sergio, ¿dónde estabas?

—Pasé por Naomi.

Su hermano era muy parecido a él. Tenía cinco años más que él, o sea, tenía veintinueve años. La diferencia entre ellos era que Sergio tenía el cabello largo, atado en una coleta, y unas ojeras pronunciadas.

—No la veo por aquí.

—Está con mamá y papá —le explicó.

Esteban asintió mientras su mirada se detuvo en una de las mujeres presentes. Era Susana, ella estaba ahí. Desde la sesión de fotos, cuando estuvieron desnudos, sólo se habían visto unas veces.

El casino estaba repleto. Había muchas personas en las mesas de juegos y otros varios que se sentían muy afortunados e iban a las máquinas traga monedas. Esquivó a algunas personas para poder acercarse.

—¡Esteban!—le detuvo una voz femenina.

Se volteó y reconoció inmediatamente a la dueña de la voz chillona. Era Ana, una rubia de ojos azules que podía hacer que varios hombres cayeran a sus pies. A excepción de él. Él no estaba interesado en lo más mínimo por la rubia. La misma llevaba puesto un vestido negro algo atrevido, no era raro ya que era una modelo algo exhibicionista.

—¿Qué haces aquí, Ana? —interrogó con fastidio.

—Vine a verte, Esteban —le dijo con voz melosa y se acercó a darle un beso muy cerca de sus labios.

—No recuerdo habértelo pedido.

—Vamos, no seas así —se prendió de su brazo derecho—. ¿No me invitarás una copa?

—Hmp.

Irritado, tomó una copa de la bandeja de uno de los camareros y se la pasó.

Conexión CarmesíWhere stories live. Discover now