♠ Capítulo 23: Copias no autorizadas y vestidos apretados

9.9K 612 55
                                    

—Chinita—toma mi mano con suavidad y acaricia el dorso con sus delgados dedos—vuelve a casa, te extraño—la retiro como si fuera vidrio molido y no piel lo que me toca.

—¿Por qué?

—Solo quiero verte durante el tiempo que me quede.

—¡Por ningún motivo! Me tuviste muchos años en casa pero preferiste trabajar, salir a congresos, ir a conferencias, es muy tarde papá, es muy tarde para hacerlo bien.

—Se que me he equivocado, pero no puedo retroceder el tiempo, solo puedo regalarte el tiempo que me queda—responde con una sonrisa lastimera en el rostro—me recuerdas tanto a tu madre, tenía un carácter de perros y era muy terca.

—¿Por qué ahora papá?—agrego tomando mis cosas.

—Porque me estoy muriendo chinita—responde usando ese sobrenombre que tanto odio—¿Qué le diré a tu madre cuando nos encontremos? No podré contarle como eres ahora…se va a enojar.

—Ese no es mi problema—me volteo al borde de las lágrimas dispuesta a irme pero su voz entrecortada me detiene.

—Chini-ta… chi… —el estruendo que hacen las maquinas me obliga voltear, Héctor García yace en el suelo sin vida. Corro para ayudarlo pero desaparece, todo se vuelve negro de repente y el aire se vuelve pesado.

—¿Papá?—mi voz retumba en la nada y se devuelve como un sonido lejano y frío—papá ¡Papá! ¡PAPÁ!

Abro los ojos exaltada. Estoy sentada en mi cama y sudo profusamente. Está medio oscuro y siento miedo de lo que hay más allá de mi colchon, de mi cuarto o en el pasillo. Escucho pasos acercarse y me arropo como si las sabanas y frazadas fueran capaces de protegerme de un asesino serial o algo por el estilo.

—¿Qué sucede?—Gabriel asoma la cabeza y prende la luz cegándome por un par de segundos. Pestañeo rápidamente para acostumbrarme mientras me limpio la frente con el dorso de la mano—¿Estás bien? Te oí gritar.

—Sí… solo fue un mal sueño—le miro con los ojos apenas abiertos. Tiene la cara tan morada como ayer y el labio parece estar más hinchado. Se acerca a mi cama y se sienta en el borde, me peina el cabello hacia atrás y acaricia mi mejilla. Eso me recuerda que aun no hablamos sobre “aquello”.

—¿Quieres contarme que pasó?

—No—respondo rápida y nerviosa. Soy demasiado obvia algunas veces.

 —¿Por qué?—sonríe de medio lado y enarca las cejas—¿Soñaste conmigo picarona?

—¡No!—grito alejándome de su caricia. Esconde la mano confundido, frunce el ceño y se retira sin decir más ¡Tonta!

—Voy a dejarte la luz prendida, a veces ayuda con las pesadillas—agrega antes de dejarme sola y arrepentida.

Me rasco la cabeza atontada ¿Qué fue eso? ¿Por qué reaccione tan mal? Al fin y al cabo nos acostamos, pasó y no hay nada que pueda hacer. Él no ha hecho nada malo, nada que yo no quisiera, no es su culpa.

Me levanto de la cama con lentitud, debo disculparme. Atravieso el pasillo dudosa pero al mismo tiempo culpable. Me paro frente a su puerta dispuesta a golpear pero me detengo.

¡Fue a ver como estaba! ¡Se preocupó de mi estado! ¡Se interesó por mí! ¡Golpea la maldita puerta!

Pero no. No puedo, no puedo verlo a la cara, no puedo conversar con él sin pensar inmediatamente sobre lo sucedido, no puedo mirarlo a los ojos sin recordar como me miraba aquella noche, como tocaba mi cintura, mis senos, mi cuello, no podría emitir una palabra sin sonrojarme inmediatamente.

El departamento de salvadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora