Mis cejas salen disparadas, mi mandíbula se desencaja.

—¿T-tú...? —No termino la pregunta, él no responde, solo se encoje de hombros. ¿Es el hijo de alguien casado? ¿Por eso nunca habla de su padre? Quiero preguntarle muchas cosas, pero deposita un beso suave en mi coronilla y me suelta, dando por terminada la conversación.

—Vámonos.




Afuera de la casa de Oliver hay un árbol, en una de las ramas cuelga una pajarera amarilla que me hace sonreír. Sigo sus pasos, va directo a la puerta recorriendo un camino de concreto delimitado por piedras. Del bolsillo trasero de su pantalón obtiene unas llaves, se escucha un sonido cuando abre, se hace a un lado. Me hace una seña para que pase, su sonrisa ladeada me hace dudar; pero, como siempre, termino acercándome.

—Bienvenida —dice—. Si encuentras calcetines sucios son de mi hermano, no los toques o podrías llenarte de gérmenes, y no se te ocurra entrar a la lavandería, es un desastre.

Entro a la pequeña salita, el aire hogareño me relaja, él cierra la puerta a mis espaldas y se me adelanta.

—¿Quieres algo? Creo que hay jugo. —No me deja responder, desaparece en la que creo es la cocina, yo me quedo quieta admirando el panorama. Las paredes son de color crema, hay una fotografía gigante de dos niños, reconozco al más pequeño pues tiene esos ojos verdes que tanto me gustan, el otro niño es muy parecido, solo que sus iris son marrones.

Me aproximo a un sillón y me dejo caer, el comedor es solo para cuatro personas, aunque una de las sillas está pegada a la pared, como si nunca la utilizaran, me agrada el jarrón que está en el centro de la mesa.

Oliver regresa con dos vasos llenos de jugo de color amarillo.

—Tu casa es muy linda —digo tomando el vaso que me ofrece. Se deja caer a mi costado, no pasa desapercibido para mí que se coloca muy cerca, escondo la sonrisa dándole un trago al jugo cuando su brazo rodea mis hombros.

—Solo porque estás en ella, normalmente es aburrida —suelta. Agacho la cabeza un segundo, esperando que no vea mis mejillas teñidas de rosa.

—Deberíamos empezar con las tutorías —digo después de aclararme la garganta. Me estiro hacia adelante y dejo el vaso sobre el vidrio de la mesita. Oliver se levanta como un resorte, me ofrece su mano, lo estudio con intriga.

—En mi habitación, mi hermano va a llegar pronto y no quiero que te vea. —Miro hacia otro lado, sintiéndome insegura de pronto, ¿le doy vergüenza? No me atrevo a preguntar, así que solo me pongo de pie—. Ya sé lo que estás pensando y no, no es eso, no quiero que intente seducirte.

Vuelvo a enfocarlo, todavía está ofreciéndome su mano, la tomo. Él me da un jalón suave y me arrastra por toda la sala, por las escaleras y, finalmente, por el pasillo de la planta alta, no se detiene, ni siquiera me deja contemplar el sitio.

Las paredes de su habitación son del mismo color que las demás, solo que están llenas de pancartas de bandas de rock y películas, hay una patineta vieja colgada, Apolonia está en el suelo. Hay unos calzoncillos en una de las esquinas, aplano los labios para no carcajearme y miro hacia otro lado. Él deja su mochila en un escritorio que está cerca de la ventana.

—Siéntate, iré por otra silla —dice antes de salir. Hago justo lo que pidió, me siento. Es muy ordenado, excepto por el bóxer en el suelo y las sábanas revueltas. Lo siento caminando detrás de mí, cierra la puerta y coloca la silla a mi lado, entonces toma asiento, de su mochila saca una carpeta con hojas desordenadas y un lápiz—. Disculpa el desastre, nunca traigo personas a la casa y nadie ve lo que hago en la escuela.

Química imparable © (AA #2) [EN LIBRERÍAS]Where stories live. Discover now