Capítulo 4: El primer incidente real

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Joaquín me mira de soslayo.

—No creo que sea exactamente por eso—responde críptico.

Le tomo del brazo, para que frenemos donde estamos.

—¿A qué te refieres?

—¿Has tenido una estancia tranquila en tu casa desde que llegaste? —pregunta, como si realmente quisiera decirme otra cosa. Ladeo la cabeza con confusión—. Dicen que la casa está embrujada—suelta al fin, con un suspiro.

—¿Por qué me lo has dicho hasta ahora? —pregunto un poco a la defensiva.

Él se encoge de hombros.

—No lo sé. Creí que tal vez tú misma debías hacerte una idea de la casa. ¿Te ha pasado algo?

Suspiro y voy hasta una banquilla de la plaza a la que hemos llegado, a sentarme.

—Si te soy sincera, sí han sucedido algunas cosas. Sobre todo, en mi habitación. He sentido portazos, golpes. —Miro a Joaquín, rogándole con los ojos que me diga la verdad—. ¿Qué fue lo que realmente pasó en la casa?

Él vuelve a suspirar, tratando de sonreír para quitarle el peso a todo el asunto.

—Maira, son cuentos de niños. No creo que la casa esté embrujada de verdad. Es sol que muchas familias han pasado por ahí y se han ido enseguida. Por eso la gente habla esas cosas, no porque realmente esté emb-...

—¿Qué fue lo que pasó en la casa, Joaquín?

El muchacho me mira y hace una mueca.

—La familia Hormazábal se fue de la casa porque su hijo menor murió en ella, en circunstancias muy, muy extrañas.

(...)

Vuelvo a la casa pensando en todo lo que hablamos con Joaquín. ¿Aquí murió el hijo de los Hormazábal? Observo las paredes de la casa, la cocina, el comedor, el living. ¿En qué habitación habrá muerto? Me doy cuenta de lo poco que sé sobre todo lo que ha sucedido. Me voy corriendo a mi habitación, después de besar a mamá y a papá, que me miran con ojos burlones. Saben que he salido con un chico y sé que se mueren por enterarse de qué ha pasado.

—¡Baja pronto! —me grita mamá a la escalera mientras subo—. Ya vamos a cenar.

Me quito mi cazadora en la habitación, lanzándola sobre la cama. Al instante noto que la bolita de mi proyecto está en el suelo, en el mismo lugar en que encontré mi celular. Retengo el aire unos segundos y niego con la cabeza. Pudo haberse caído de donde la dejé, no es un lugar estable, pienso. Sin embargo, aquello tiene muy poco de cierto.

Movida por la estupidez, me siento sobre mi proyecto y vuelvo a colocar la bolita en el punto de inicio. La dejo ahí, esperando que algo invisible la empuje. Pero no va a ser así. Es imposible. No hay nada invisible que empuje cosas en esta casa, porque no está embrujada. Son solo rumores inventados para asustar a la gente como yo, que se traslada a vivir a casas donde han sucedido cosas malas.

Me pongo de pie tratando de envalentonarme. Sé que si no bajo pronto, mamá vendrá por mí. No obstante, cuando estoy a punto de tocar el pomo de la puerta, la bolita comienza a deslizarse silenciosamente, cayendo nuevamente al suelo rodando por el lado de mi pie hasta llegar al punto exacto en que la encontré apenas he entrado a la habitación. Un escalofrío helado como el hielo recorre mi espalda, mientras giro el pomo de la puerta con los ojos cerrados fuertemente. Tengo miedo. Un miedo enorme. Pero siento uno aún más grande, cuando siento un aliento frío respirando en mi oído.

Abro la puerta y cierro de golpe, bajando la escalera a tres zancadas. Llego corriendo al comedor, donde papá me sostiene, viendo que estoy blanca e histérica.

—Arriba... me asustó... algo, no sé qué—digo incoherentemente.

—¿Qué? —dice papá, tratando de entenderme—. ¿Pasó algo con ese chico con el que saliste? ¿Tengo que ir a golpearlo?

—¿Qué pasa con la niña? —pregunta mamá, saliendo de la cocina con un paño entre las manos.

—Algo me asustó en mi pieza—les digo, soltando lágrimas del susto—. Mamá, no quería decirte porque estabas tan feliz con la cosa que no quería arruinar tu buen humor—le digo, entre sollozos. Ella me mira sin entender nada—. Hay algo que me ha estado penando, no sé qué, pero lo he sentido. Ahora me respiró en la nuca... ¡Papá! —exclamo, guardando mi cabeza en su pecho.

Noto que papá se pone tenso.

—La verdad, Muriel, es que tampoco había querido decir nada, pero... yo también he estado sintiendo cosas extrañas en esta casa—confiesa papá.

—Yo también—suelta mamá. Me doy la vuelta y la observo. Frunce los labios, preocupada—. Mañana iré a hablar con el cura de la iglesia que está cerca. Tal vez pueda venir a bendecir la casa—murmura, mientras vuelve a entrar a la cocina en busca del pollo relleno que había estado cocinando.

Esa noche duermo con mis padres en su pieza. No soy capaz de volver a mi habitación. Cada día estoy más asustada en esta casa de mierda y lo único que deseo es poder irme ya. Irme y volver a mi vida antigua y normal, con los amigos que me había esmerado en mantener.

Me hace sentir un poco mejor no ser la única que ha estado sintiendo cosas, pero eso no me hace sentir más tranquila en cuanto a mi habitación. Papá y mamá también había sentido golpes inexplicables y esas cosas, pero ninguno había sentido que alguien le respirara en el oído. Por alguna razón, omito que todas las cosas van a parar siempre en el mismo lugar. No quiero preguntas.

Durante la noche, decidimos que si la situación no se detiene en cuanto el cura venga a bendecir la casa, me cambiaré a otra habitación.

Por mí, me cambiaría mañana mismo.

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Más allá de lo visibleWhere stories live. Discover now