Bajamos las escaleras y nos despedimos de mi madre, Kate Sousa. El auto de Clarisa estaba mal estacionado al frente, era un Ford Escort antiguo, de color rojo oxidado.

Me metí en el asiento de copiloto a la espera de que Clarisa abordara el asiento del conductor. Antes de entrar Clarisa fue a la cajuela y sacó algo. Abrió la puerta trasera y lo arrojó ahí. Luego se metió al carro.

-¿Qué es eso? –Pregunto.

-Una falda, si mi mamá me veía salir con eso de casa no me dejaría ir a ningún lado.

Tuvo que girar dos veces la llave ya que a la primera el auto no arrancó. Comencé a sentir el temblor del auto bajo mis muslos. Salimos por la calle oscura.

Vivíamos a las afueras de la ciudad, era muy árido y siempre hacía mucho calor. La casa en la que vivíamos mi madre y yo era antigua, era antes de mis abuelos, mi abuelo la construyo cuando era joven. Cuando mis padres se casaron mis abuelos ya habían muerto. Mis padres tenían cinco años viviendo ahí cuando yo nací. Y cuando yo cumplí doce años mi padre murió por un ataque al corazón.

La música resonaba en el pequeño auto y hacia qué temblara aún más el auto. Clarisa y yo cantábamos a todo pulmón las canciones de Taylor Swift mientras avanzábamos por las calles más iluminadas del pequeño pueblo. Pasamos al lado de la cafetería Michael’s. Nos alejamos más.

Paso una media hora antes de llegar a la parte cara de la ciudad. Subimos por la colina, avanzando por las casas que se volvían cada vez más grandes. Paró al lado de una casa enorme, con las puertas abiertas y luces moradas y rojas se podían ver por las ventanas.

Clarisa se mal estacionó en la casa de enfrente. Tomó una bolsa negra de plástico que había puesto en el asiento trasero. Se retorció por el  asiento mientas se subía la falda y se quitaba el pantalón negro que se había puesto antes. De la bolsa negra también saco un par de tacones rojos de tacón de aguja y plataforma.

Salimos del auto y Clarisa se acomodó la falda de estampado de leopardo negro. La falda era demasiado corta para mi gusto, le llegaba a la mitad del muslo. Con los tacones era más alta que yo por unos cinco centímetros. Se revolvió el cabello con las manos haciendo que su cabellera negra cayera estupendamente sobre sus pequeños hombros y espalda.

Los grandulones que estaban en la puerta de entrada se quedaron embobados por el caminar de Clarisa y casi no me prestaron atención cuando pase junto de ellos.

La casa estaba llena de chicos y chicas que salieron del último año. Clarisa y yo apenas estábamos por entrar al último año, pero ella se veía como ellos, mientras que yo me veía como una chica de primer año.

Había muchas personas que nunca antes había visto en la escuela. Las mujeres eran hermosas, altas, de piernas largas. Los hombres altos, con cuerpos de atletas.

Seguí a Clarisa a través de la casa hasta llegar a una barra improvisada. Nos sentamos en unos banquitos. Había un chico que estaba de barman, de cabello rubio y ojos miel.

-Me das un cosmo por favor. –Dijo Clarisa con voz seductora.

-Lo siento guapa, pero a lo máximo que llegamos es al vodka. –Dijo con una voz profunda.

-Bueno, dame un tequila.

-Trabajando. –El muchacho se dio vuelta y sirvió tequila en un pequeño vasito que luego le pasó a Clarisa.

-¿Y para ti? –Dijo dirigiéndose a mí.

-Solo una coca cola. –Respondí fingiendo una sonrisa.

-No, no le hagas caso, tráele una cerveza, y limón para mi tequila. –Interrumpe Clarisa tomándome de la muñeca. El chico se dio vuelta para sacar una botella de cerveza fría, la destapo y la dejó en frente de mí. –Ya tienes dieciocho años, ya puedes beber una cerveza.

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