El príncipe de los Cielos: relato completo.

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Cerré los ojos con fuerza y olí por última vez la brisa del hogar.
Las memorias venían a mí como aromas que no podían ser explicados. La belleza de mi pasado me acompañaría en mi viaje como el mejor de los amigos y acepté, al brotar de mí una lágrima, la marcha que debía ser tomada.
Abrí los ojos y empapándome por última vez del verde de los prados caminé hacia el velero en el que tantos años había trabajado. Su tamaño era perfecto para mí.

Me adentré a la cubierta con un salto, solté amarras e icé las velas azuladas como el cielo del alba. Ellas serían la fuerza que conduciría mi ser a través de las mareas.

La dirección aún no la sabía. El destino sólo es visible una vez has llegado a él así que dejé en éste todo propósito que pudiesen albergar mis idealismos. Al fin y al cabo la meta en sí misma era el viaje, haciendo que el lugar hacia el que me dirigía quedase envuelto en un halo sutil y pre-material para mí.

'Yo' era la única visión de la realidad posible así que en mi universo aquel lugar aún no existía, pero sí lo haría, y eso era lo que yo sentía. Aquello era el magnetismo que motivaba mi olfato intuitivo como ocurre con los animales y su función en la naturaleza. Mi barco era mi billete hacia 'la nada', o lo que es lo mismo, 'mi todo potencial'.

Empujé con el remo el borde del muelle y con una última mirada a las montañas que se erigían nevadas y eminentes puse marcha hacia lo des-conocido.

Los primeros días estuve inmerso en un torrente emocional. La marcha del hogar, la despedida de mi antiguo yo y todos a quienes conocí tomaba un papel determinante en mi ánima. Mi alma permanecía aún allí y yo hacía el doloroso esfuerzo de estirarla hacia lo inabarcable con el profundo anhelo de serlo y vivirlo todo sin que los apegos me amarrasen a tan sólo unas pocas experiencias.

Aquel viaje fue decidido tras ciertas experiencias que me hicieron descubrir que vivir con miedo era el mayor de los condicionantes para un alma que aspira a sentirlo todo y, al fin y al cabo, ¿Qué podría serle impedido al ser que no tiene miedo? El alma que ama no entiende de formas ni restricciones. Un alma que confía, camina en el cielo. Y si llorase, que fuese de agradecimiento. Y si añorase, haría de ello el material para fabricar una barca con la que surcar las aguas, llevándome a un lugar seguro. Y así fue que comencé a construir 'mi barca', la que me llevaría a otro lugar.

Pasaron los días con las manos puestas en el timón mientras los soles, las lunas, la calma y la tormenta se sucedían a mi alrededor como si de un reflejo de mi interior se tratara.

Me daba la sensación a veces de que el mundo era la creación de una mente que hacía danzar los símbolos como el más bello poema. Con ello podía identificarme, pues aunque no fuese capaz de crear tan magna obra, sí lo era de interpretarla, haciendo de ello mi propia creación sobre la que cabalgaba. Una ilusión al fin y al cabo, pero necesaria para desatar el torrente de información que me haría darme cuenta de lo que ahora sé, pero que en aquel momento se sentía como la mayor de las aventuras: la vida misma, reproduciéndose a través de incontables eventos que percibía con mi propio e individual prisma.

Relacionado con ésto recuerdo que un día, tras discutir fervientemente con un ser querido, me vi obligado a caminar yendo a parar al final, cómo no, a mi lugar favorito: el muelle. Sitio que sería después mi lugar de partida. A veces abarrotado de la gente que iba o llegaba en hileras de barcos pintorescos con diversos fines, en su mayoría comerciales. Otras veces, mis favoritas, se encontraba solitario como ermita secreta dejando al mar expresar el sonido de sus aguas.

Aquel día lo encontré a mi pesar repleto, sin embargo, me sirvió para desarrollar la visión que ahora comparto: sentía, en medio del gentío, mi interior brotar intempestuoso.

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⏰ Last updated: May 06, 2017 ⏰

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El príncipe de los cielos (Relato corto)Where stories live. Discover now