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Tres meses después


Un piano interrumpe su conversación.

Vadim cree que es la enfermedad de la muñeca de Tchaikovsky. De pequeños, en las montañas del Cáucaso, su abuela practicaba en la cabaña esa triste melodía con su domra de tres cuerdas. Vladimir sigue absorto en el libro de cuentas, sus ojos como si fueran a caerse sobre la página si no parpadea.

—¿Y esa música?

Sigue sin levantar la vista del presupuesto de contraventa.

—¿Qué decías?

Por fin parpadea. Es como si Vladimir no pudiera escuchar la música.

—La música de piano.

Vuelve a pardear. Después vuelve a meter la cabeza entre libros.

—Ah, esa es mi esposa, está enseñando a tocar al piano al hijo de mi guardaespaldas. ¿Conoces a Feofan Volkov?

Feofan Volkov es un perro rastreador, demasiado avispado y observador. Vladimir al presentarles le avisó que podría oler una mentira a kilómetros. Su otro perro de peleas es Borya Polzin, menos racional y más excitable. Al menos a él se lo podía ver de frente y a pesar de todo, al contrario que Vladimir, era un buen perdedor.

—¿No está enseñando a tus hijos? —pregunta Vadim cambiando al ruso sin pensarlo. Vadim había perdido la cuenta de cuantos bastardos llevan el apellido Shabunin después del incidente de la prostituta de Bolonia.

—Ninguno tiene tanto talento como el pequeño Piotr —contesta y Vadim sigue sorprendiéndose lo de mucho que ha envejecido desde su última visita. ¿Cuantos años habían pasado? ¿Diez?—. ¿Quieres algo más animado de fondo? También han estado practicando una polka animada.

—No te hubiera imaginado casándote con una mujer que se dedica a enseñar al hijo del chofer el piano en vez de comprar compulsivamente en Swarovski.

En verdad, Vova le confesó que no iba a casarse nunca con diecinueve años, cuando un vecino vino a denunciar su desliz con su hermana pequeña. Como no era de extrañar, Vova acabó saliéndose con la suya y ella acabó abortando en la clínica gratuita de Sujumi, la capital de Abjasia.

—Bueno, creo que he madurado desde nuestras andanzas. ¿Sientes curiosidad por conocerla? ¿Debo alarmarme? —Con eso suelta una carcajada—. No, siendo mi querido primo sé que no habrá problema. Estoy bromeando.

A Vova le gusta a veces bromear como si fueran amenazas. Lo hace desde que eran pequeños. Por eso, aun habiendo crecido como hermanos en medio de la nada, Vadim sabe que debe andar con pies de plomo. Después de todo, gracias a él ahora tenía un empleo fijo.

—¿Sabes? Tienes razón. Tienes que conocer a mi mujer. Es encantadora cuando quiere y creo que hoy tiene un buen día.

—¿Tiene problemas?

Eso era interesante.

—Depresión. Cosas de mujeres. —Al segundo Vadim pensó en el suicidio de la madre de Vladimir en las aguas congeladas del río Volga—. Aunque ella es un caso aparte... Hiper-sensibilidad. Además, no conocerás a nadie más fértil que ella. Hasta podría ser una diosa de la fertilidad como Yarilo. ¿Te acuerdas de esa historia que nos contaba la nana Dazdraperma? ¿Sobre el dios Yarilo y su hermana la diosa Morana?

—¿No dirías que es una rusalka?

La leyenda dice que si matas a una rusalka, no habrá cosecha ese año.

—¿Cómo se me han olvidado esas historias de sirenas? No, más como Yarilo y Morana. ¿Recuerdas esa canción? "A donde Yarilo camine, ahí tu campo dará luz." No sabes como añoro a la vieja Dazdraperma. Ojala viviese para criar una nueva generación de Shabunins.

Sabor A Tequila BaratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora