Edom. Parte II

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La visión que Julieth había tenido de Edom, en aquellos recuerdos compartidos con su huésped, era muy diferente a la imagen que captaban sus ojos en el momento en que cruzaron el portal hacia el reino satánico

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La visión que Julieth había tenido de Edom, en aquellos recuerdos compartidos con su huésped, era muy diferente a la imagen que captaban sus ojos en el momento en que cruzaron el portal hacia el reino satánico.

Lejos de ser un páramo desolado, una serie de construcciones de carácter lóbrego y ruinoso se erguían a lo largo y a lo ancho del terreno, como si se tratara de una ciudadela, rodeada por carcomidas murallas.

Lo que viste aquel día son las afueras del Reino. "El valle de Edom"—explicó Johanna captando los pensamientos de la pelirroja—. En ese sitio suelo pasar la mayor parte de mi tiempo. No me gusta el bullicio de la Ciudadela Oscura.

Gracias por la información—dijo Julieth, sorprendida por la inusual disposición de la súcuba.—Aunque ahora no parece un sitio muy concurrido, la verdad—añadió, notando que las sombrías calles yacían vacías.

Estamos en los suburbios de la cuidad —Johanna habló en voz alta para que todo el grupo, que estaba reunido a su alrededor, la oyera—. Y aún es temprano—dijo solo para Julieth—Tenemos que llegar al Palacio de mi padre sin ser detectados. Allí se encuentra el libro de Enoc. Estoy segura.—siguió hablando para la multitud.

—¿Por qué no nos trasladaste directamente allí?—preguntó Astrid y algunos miembros de la Guardia la secundaron.

No se pueden abrir portales tan cerca del Palacio sin que mi padre los detecte—explicó la demonia haciendo una mueca de disgusto.

—¿Cómo sabes que no detectó este?—indagó Gwyllion.

—Lo sé porque de lo contrario ya estaríamos muertos—respondió, como si fuera lo más obvio del mundo—.Y hablando de morir...¿Me quieres decir que haces aquí Jennifer?

Los ojos negros de Johanna se posaron peligrosamente en los de la castaña que intentaba pasar desapercibida, ocultándose tras los acorazados cuerpos de los miembros de la Guardia. Julieth estaba al borde de un colapso, tras esa revelación.

—¡Esto no puede ser. Sí que es terca esta mujer!— musitó en su fuero interno, indignada y a la vez preocupada por Jen.

—¡¿Y hasta ahora lo notas?! — le recriminó su huésped.

—Yo...—empezó a decir Jen.

—Ahórrate las explicaciones innecesarias—la cortó Johanna, con un gesto de su mano—. Y mantente cerca del grupo en todo momento. Si mueres, mi anfitriona no podrá soportarlo y se volverá inservible para la causa—dijo con evidente irritación—. Ahora muévanse. Debemos llegar al castillo antes de que anochezca — comunicó, señalando a lo lejos, donde se divisaban dos negras torres cuadrangulares, que sobresalían del resto de las construcciones mucho más bajas, y se perfilaban en el plomizo cielo.

Las mismas parecían estar ubicadas a unas 30 calles más adentro de donde estaban. Tenían mucho camino por delante.

—¿Qué pasa al anochecer?—inquirió uno de los miembros de la Guardia, que parecía ser el más joven, y el más ingenuo.

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