Capítulo 23

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Todo pasó tan rápido, que aún no procesaba lo que ocurrió.

Pasaron días, lo que dio paso a las semanas y de estas a un mes. En el transcurso de ese tiempo, Perla cayó en una depresión profunda. No asistía a sus clases, se encerraba en su habitación, no comía y no hablaba con nadie.

Sus amigas se preocupaban por ella, hiban a visitarla, pero lo único que optenian era el rechazo.

Para Garnet fue distinto. Tenía que guardar las apariencias. Por fuera era la de siempre, la maestra estricta y paciente, la docente sería, la novia de Jaime, al cual cuidaba con cuidado. Pero, por dentro era una miseria, moría de tristeza, la impotencia le invade cada noche, y se recordaba constantemente lo cobarde que es.

¿Es lo correcto? ¿Casarse con Jaime? ¿Es correcto?

Sonaba aquellos pensamientos como ecos constante dentro su cabeza.

La preocupación le consumía, Perla no a ido a la escuela, no era de sorprenderse, era obvia las razones de que ella no asistiese específicamente a sus horas pero, fue raro caundo supo que no hiba a la escuela.

Juntas y más juntas de la dirección, perdida de tiempo, pero en parte la morena está agradecida. No tenía las ganas de ver a Jaime, el chico estaba viviendo con ella después de darle de alta en el hospital. Es cansado estar fingiendo con el. Garnet se preguntaba si soportaría estar fingiendo toda su vida.

—¿Usted que opina Profesora Onel?—

La voz de la directora le saco de sus pensamientos. Aún que pareciera que no prestaba atención, su cabeza retuvo alguna información sobre la junta.

— Estoy de acuerdo.—

Es lunes, tres de la tarde la hora de retirada de los docentes de la escuela, el viento era caliente contra su piel, el sol quemaba, y el cielo carecía de nubes.

Garnet se dirija a su auto, tenía su bolso en brazo. Mientras caminaba, su mente recordó cuando pregunto por Perla.

—Ese ya no es su asunto... Profesora—

Había escupido en cara Amatista.

Cuando la morena llegó a su casa, dejo en la mesa su llaves y en el mueble su bolso. Entro a su habitación y se dejó caer acompañada con un sonoro suspiro. Se había quitado los lentes oscuros, y se encontraban mirando fijamente el techo.

Su mente quedo por unos minutos en blanco, fue como si su cuerpo daba vueltas en un espacio sin gravedad.

De pronto, en el fondo se escucho el timbre.

Camino hacia la puerta y abre.

—Tenemos que hablar.—

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¿Qué hora será? ¿Qué parte del día estamos? ¿La mañana? ¿La tarde o de noche?

No sabía, y para Perla no le importaba. Estaba en su cama con su piyama. Acostada, enredada en su sabana y sus almohadas. Su cara está roja por el llanto, su piel parecía de papel, sus labios estaban secos, todo ella era un desastre.

¿Para el amor no hay edad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora