—No me he acostado con nadie —respondió Esmeralda con poca paciencia, no se sentía para nada bien.

Le mandaron una orden de análisis y una ecografía que determinó que estaba con una apendicitis y debía ser sometida a una cirugía. La dejaron internada y en unas horas más la llevarían a quirófano.

Su madre llamó a su padre para avisarle y también a Beatriz, necesitaba que llevara a Coti a su casa luego de la escuela y la cuidara, ya que ella se quedaría con Esme. Beatriz pidió permiso en su trabajo, fue por la niña y la llevó a almorzar a su casa, era lo mínimo que podía hacer por quien le había alojado en su casa.

Cuando Leo llegó se sorprendió al verla en su hogar.

—¡Leo! —dijo la pequeña y corrió a abrazarlo.

—¡Coti! ¿Qué haces aquí? —preguntó.

Beatriz le informó que la pequeña se quedaría allí por la tarde ya que Esme había sido internada y sería sometida a cirugía. Al oír aquello, Leo se alteró e interrogó a su madre para que le dijera todo lo que sabía.

Bea le informó de todo, pero le pidió que se quedara con la niña, pues ella debía volver al trabajo. Leo no quiso, quería ir al hospital, pero su madre le suplicó que lo hiciera pues no podía faltar al trabajo. Le dijo que volvería lo más rápido que pudiera, así lo liberaba.

Leo envió entonces un mensaje a Esme, diciéndole que estaría allí apenas pudiera pues su madre lo había dejado cuidando de Coti, y contó los minutos para que llegara el momento de ir a verla.

—¿Estás nervioso, Leo? —preguntó Coti viéndolo caminar de un lado al otro.

—No... solo... estoy preocupado —respondió.

—Tranquilo, todo estará bien —dijo la niña y tomó el control remoto para poner en el canal de los dibujos.

Leo revisó su celular una y otra vez en la espera de una respuesta de Esme que nunca llegó. Cuando finalmente su madre regresó, Leo le dio un beso en la mejilla a ambas y salió apurado con rumbo al hospital.

En el camino, se topó con aquel niño que en ocasiones solía aparecerle en frente.

—Leo... —dijo y frenó su bicicleta justo delante de él.

—No tengo tiempo —zanjó Leo esquivándolo.

—¿Un día me vas a escuchar? —inquirió el muchacho.

—¡No! —gritó Leo y lo miró—. No te conozco, no eres nadie para mí. Ni tú, ni tu abuela, ni tu madre... no son nadie, entiéndelo: ¡NADIE! —zanjó y dio media vuelta para salir de allí lo antes posible.

El chico sintió que empezaba a odiar a ese muchacho que lo ignoraba y lo maltrataba cada vez que podía. Subió a su bicicleta y regresó a su casa donde su abuela lo esperaba cansada y triste. Desde que se enteró que ese chico había entrado al pueblo, sus vidas no habían sido las mismas y su abuela vivía rezando para que un día pudieran hablar.

Leo llegó al hospital y luego de preguntar en la recepción le dijeron dónde estaba Esme. Al caminar por el pasillo vio a un chico llegar con flores a una de las habitaciones y pensó que él no había traído nada. Suspiró prometiéndose traerle algo e ingresó a la habitación, luego de golpear a la puerta y escuchar que le daban permiso para pasar.

—Esme —dijo al verla recostada en la cama, algo pálida y desganada. La enfermera que estaba con ella le sacó el termómetro que le había puesto debajo del brazo, anotó algo en una hoja y salió regalándoles una sonrisa.

—Leo... ¿Cómo estás? —inquirió sonriendo.

—¿Yo? Mejor sería saber cómo estás tú —dijo el muchacho acercándose y tomándola de la mano.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora