Capítulo 42

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 Hay inicios que no ocurren al principio, si no que se toman su tiempo para empezar. Hay inicios que ocurren sin que nadie se entere, ocultándose de los sentidos, evadiendo la razón, dejando tras de sí la incertidumbre del cuándo, y le certeza del qué.

Si les preguntaban cuándo se enamoraron uno del otro, Oikawa e Iwaizumi no podría precisar la fecha exacta; darían, en cambio, una aproximación vaga del qué, de la época en la que tímidamente comenzaron a ser conscientes de sus sentimientos por el otro, a reconocer que aquello que sentían trascendía la amistad.

Sin embargo, nunca sabrían que para ambos todo había cambiado el mismo día, a la misma hora, y en el exacto mismo lugar.

A penas tenían diez años y estaban jugando hasta tarde en la pequeña plaza que había cerca de sus casas, en una cálida noche de verano. Mientras Hajime tenía los codos pelados de haber estado arrastrándose por los árboles para cazar escarabajos y cigarras, Tooru desplegaba su telescopio nuevo, regalo reciente por su cumpleaños. La pelota de volley con la que habían estado jugando toda la tarde descansaba a sus pies, compañera fiel de sus aventuras diarias.

—¡Creo que cayó la primera estrella! —Exclamó Hajime mirando al cielo con la boca abierta.

—No son estrellas de verdad, Iwa-chan —repuso Tooru en tono didáctico—. Son los restos que va dejando un cometa al pasar, que se transforman en meteoros al atravesar la atmósfera de la Tierra.

—Bah, son estrellas que caen —refunfuñó Iwaizumi torciendo un poco el gesto.

—¡Ojalá cayera un meteorito aquí cerca, podría llevármelo a casa!

—Ojalá te cayera en la cabeza, sí —rió.

—¡Iwa-chan!

Dejaron sus mochilas y la pelota de volley junto a la base de la estructura metálica para trepar que había en la zona de juegos, y la escalaron hasta su parte más alta, acarreando con cuidado el telescopio. Luego se sentaron allí, a esperar en un apacible silencio que la lluvia de meteoros diera comienzo en todo su esplendor. Aún a esa corta edad de su amistad, no necesitaban rellenar los silencios para sentirse a gusto en compañía del otro; desde el principio habían confluido con una naturalidad tal que parecía que se conocían desde antes del inicio mismo.

Las luces comenzaron a atravesar el cielo de a poco, lentamente, mientras Tooru ajustaba el lente de su telescopio para observarlas, y con el correr de los minutos eran tantas las estrellas fugaces que atravesaba el cielo, que a los niños les faltaban ojos de más para poder observar todo el espectáculo. Oikawa estaba extasiado, su mente infantil sobredimensionaba la escena que ocurría en la bóveda celeste sobre su cabeza, conjurando ideas alocadas de alienígenas bajando en meteoritos y las infinitas posibilidades que ello conllevaba. Su manito tironeaba del codo raspado de Iwaizumi para señalarle tal o cual meteorito más brillante al caer, explicándole sus teorías sobre invasión alienígena y sus ganas de tener un meteorito. La sonrisa emocionada le iluminaba la cara como si fuera una de aquellas luces que atravesaban el firmamento, y Hajime no pudo si no contagiarse de su exaltación al contemplar su rostro.

—Te conseguiré una estrella —soltó de pronto.

—Un meteorito, Iwa-chan.

—Lo que sea —murmuró—. Te traeré uno para ti.

Recién ante esas palabras Tooru apartó la vista del telescopio con el que observaba el cielo y miró a Hajime, esta vez sonriéndole a él y no a las estrellas.

—¿En serio? ¡Fantástico! —Sus expresión brilló—. Si lo haces serías demasiado genial, Iwa-chan, serías como un cazador de meteoritos, y debería casarme contigo.

El Club de los 5 - Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora