I.

727 98 13
                                    


  Dos figuras caminan juntas en medio de la solitaria vereda. El frío se cuela en los huesos, uno de ellos tiembla a cada paso, mas procura ignorarlo al escuchar con atención las historias que el mayor cuenta.
      

    ChanYeol conoce todas a la perfección, y sin embargo, parece no cansarse nunca de escucharlas. Es quizá el brillo en sus ojos, o la sonrisa gentil que aparece en sus labios, tal vez es su tono grave, o la risa que de vez en vez suelta, esa que armoniza con el suave soplido del viento que se lleva las hojas.
      

    —... Terminé con tres dólares, sin ticket de regreso, y un ojo morado —el más alto se detiene para reír. Se han alejado demasiado del centro del bosque, y aún así, teniéndolo cerca no siente ningún miedo.
      

    —¿Me estás escuchando siquiera? —el pelirrojo atina sólo a asentir. No sabe a qué, pero lo ha hecho, y aunque su acompañante parece poco convencido, su risa no se ha hecho esperar.
      

    El andar continúa en silencio, sus manos chocan un par de veces por la cercanía, y cada vez que lo hacen, uno desvía el rostro, y el otro sonríe avergonzado.
      

    La tercera vez parece ser la última, YiFan mira de izquierda a derecha y tras unos segundos sujeta la cálida mano de ChanYeol. Sus dedos se entrelazan, descubriendo de nuevo que calzan a la perfección, como dos piezas de rompecabezas.
      

    —Sólo tenías que pedirlo —le susurra el castaño al oído, ChanYeol se deshace como si fuera esa la primera vez que lo tenía tan cerca, pero su orgullo le impide demostrar cuando disfruta del toque.
      

    —¡Pero qué dices! Si eras tú quien quería esto —una risa siguió a la declaración. Pasos que se perdían entre los árboles, labios que a escondidas buscaban encontrarse, indiferentes del mundo aquél que lejos estaba de recibirles con los brazos abiertos.
      

    Amor florecido en cercanía, en miradas y roces inocentes, en amistad que trascendió hasta volverse el sentimiento más puro de pertenencia. Una utopía que ocultaban por miedo a perderla. El mundo, después de todo, continuaba siendo un lugar cruel para las personas diferentes, para personas como ellos, personas que debían esconderse al amar.
      

    Sentados en una banca, sin nadie al rededor, YiFan decide jugar con sus dedos, no necesitan palabras.
      

    Interrumpiendo la quietud que por un instante les rodea, el castaño se ha puesto en pie. Una navaja sale de su bolsillo, un tronco viejo se vuelve su lienzo, y después de un rato, llama al pelirrojo.
      

    Las palmas de YiFan están lastimadas, ChanYeol las acaricia distraídamente, mientras su índice repasa con cuidado cada letra, queriendo grabarla en lo más profundo de su mente.
      

    —¿Siempre? —cuestiona, fijando sus profundos ojos en los adversos, y encuentra la respuesta en la pequeña curva que baila en su boca.
      

    La promesa es sellada con un beso casto que les llena el corazón.
      

    Esa misma noche las estrellas se vuelven testigo de la unión que les vuelve uno, con caricias que se les van de las manos, besos que comienzan sin intenciones de terminar, uñas y dientes que marcan como suya la piel del otro, terminando en gemidos, y suplicas de que el momento dure una eternidad, calor que los eleva al cielo mismo, y vuela su cabeza a un lugar donde sólo ellos pertenecen, donde saben, son el uno del otro.
      


  * * *  


Abril, 2017.


    La sesión fotográfica había terminado rápidamente, afortunado para ChanYeol quien ahora corría en busca de lo que le había hecho aceptar en primer lugar.
      

    —Cinco minutos —había indicado el manager con cierta desconfianza, dudoso de lo que iba a hacer, pero fue demasiado tarde cuando quiso detenerlo, porque él ya estaba ingresando al bosque.
    No le costó encontrarlo, el camino que hacía más de tres años había recorrido a lado de su mayor lo recordaba a la perfección, casi podía sentir el tacto de su mano, la colonia que desprendía a cada paso, el roce de sus labios por su cuerpo. Era el tortuoso sentir de una duda lo que lo motivaba, lo que le hizo tocar con cierto desespero la corteza, ansioso de encontrar el grabado en el mismo estado.
      

    Desconocía cuando había tomado su móvil.
    El cursor en la pantalla parpadeó de forma intermitente. Su índice delineaba las desgastadas letras, la deteriorada caligrafía le recordaba a su corazón. Sonrió de forma débil y cerró los ojos al presionar enviar.
      

    "Y - C" dictaban con tristeza las únicas letras, un número sin nombre fue el remitente; no quería tener esperanzas y de cualquier forma se aferró a la ilusión.
      

    Dos minutos después un mensaje arribó, su interior latió desbocado, y con cierto temor sus dedos abrieron la pantalla que brilló de nuevo, con siete letras que sonaban a promesa lejana que decidió, una vez más, creer:
      

"Siempre".

SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora