Capítulo 9

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El inspector Botella me había dejado un mensaje en el buzón de voz: el doctor Casavieja tenía la llave del despacho de Mónica Llopis. ¿Cómo la habría conseguido? En ocasiones es suficiente la presencia de un inspector y formar parte de una investigación, para que el personal se ponga de tu lado.

Tras descansar un par de días y regresar a la vida cotidiana, dejé a Patricia durmiendo la siesta y me fui directo a la calle. Ortiz me había dejado salir antes. No hablamos demasiado de lo que había ocurrido y en la ciudad no había más que notas de prensa y alguna que otra inauguración sin importancia. La llegada de dos becarios nuevos a la redacción lo mantendría ocupado un tiempo. Sabía que los días así estaban contados. No le había adelantado nada al jefe aunque sí le había dicho que estaba trabajando en una noticia bomba. Sea como fuere, me creyó, no del todo, pero lo suficiente para dejarme trabajar a solas.

Me subí al Seat Ibiza GTI rojo que había comprado unos años atrás de segunda mano, sintonicé Radio 3 y me lancé por la autovía para regresar al edificio de la Facultad de Ciencias.

Al llegar, allí me esperarían el inspector Botella y el doctor Casavieja. Crucé la entrada y los vi apoyados junto a un panel de cristal donde los profesores colgaban los avisos.

—Buenos días —dije mirándolos de reojo—. No nos meteremos en ningún lío, ¿verdad? ¿Inspector?

—Lo único que puede pasar es que este fulano pierda el trabajo —dijo refiriéndose al biólogo—. Sólo bromeaba. Ramiro es amigo del conserje.

—Somos como una pequeña familia —contestó el doctor con una sonrisa bonachona—. Si algo le pasó a Llopis, los que trabajamos con ella queremos saberlo.

—Ah, Caballero... —dijo el policía dirigiéndose a mí—. Esto también queda...

—Sí, ya sé —interrumpí—. Todo es off the record. No se preocupe, inspector. ¿Se sabe algo de los análisis?

—Todavía no. Te lo haré saber tan pronto como los tenga.

Caminamos siguiendo los pasos del doctor Casavieja que nos llevaron a una segunda planta de oficinas y despachos minúsculos. Cada puerta tenía un ojo de buey como en los camarotes de los barcos. Las habitaciones estaban vacías. Ninguno de los profesores de la universidad se encontraba corrigiendo exámenes.

—Qué tiempos... —comenté mientras nos dirigíamos al final del pasillo—. Recuerdo haber visto de todo por estos lugares.

—¿Como qué? —Preguntó Botella intrigado.

—¿Tiene hijos, inspector? —Pregunté.

—Sí —contestó—. Una hija de diecinueve años. Estudia abogacía.

—Ay, Botella, ni te imaginas de lo que se es capaz por pasar un examen... —contestó el profesor.

—Prefiero no saberlo —dijo tenso—. ¿Dónde está el maldito despacho?

—Aquí —sentenció Casavieja e introdujo la llave en la última puerta que había a la derecha—. Este es el despacho de Mónica Llopis. Sed cautos, no querréis dejar rastros por si se reabriera la investigación, ¿verdad?

La puerta se abrió hacia el interior. El despacho estaba formado por dos sillas, un modesto escritorio con una foto de familia enmarcada, un ordenador de sobremesa y un calendario de cartón. También había un dispensador de agua con el depósito azul lleno.

A la derecha de la silla giratoria del escritorio se encontraba una pequeña estantería con archivadores de colores, libros, manuales de biología, economía y derecho administrativo.

Caballero: Una aventura de intriga y suspense de Gabriel CaballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora