Agradecimientos.

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Si has llegado hasta este punto de la historia, te lo agradezco muchísimo porque eso significa que me tuviste una paciencia increíblemente grande. Así que muchísimas pero muchísimas gracias.

Sé que la historia es corta y simple y que no tiene una gran trama en sí, pero lo que más me costo de terminar esta historia es el hecho de los acontecimientos que ocurrieron a mi vida al tiempo en que la escribía. Abandoné este proyecto tantas veces que perdí la cuenta. Lo deje de en borradores, lo volvía a publicar pero actualizaba cada milenio... tuve la idea de la historia aproximadamente hace dos años. Y ahora que lo escribo, wow, eso fue hace bastante tiempo.

Como mencione en un principio, esta historia la he basado en películas y canciones que he visto y escuchado en mi vida y también en uno de mis mayores miedos que es el Alzheimer. Desde que supe de su existencia, ha tomado una posición alta en mi lista de temores. Y es que, ¿podemos al menos por un momento de nuestras vidas imaginar que sería el no reconocer a las personas que amamos? Despertar un día y no reconocer a tu hermana, a tu propia hermana, con quien compartes habitación desde siempre, con quien te desvelaste hasta altas horas de la noche charlando del chico que te gusta, de lo bien que te fue en la escuela el día anterior y de lo mucho que la quieres y aprecias por escuchar hasta el más mínimo detalle.
Despertar un día y no reconocer a tus padres, los que te dieron la vida y te han acompañado a lo largo de ella, en todo buen o mal momento. Desde tu primer paso hasta el actual. Y no lograr recordar ni siquiera sus nombres...
Despertar un día y no reconocer a la que es tu mejor amiga, con la que reíste hasta el cansancio y hablabas sin parar, porque aparentemente con ella, siempre había tema de conversación.

Para mí, esa es una de mis peores pesadillas. Y quería compartirla con ustedes. Porque tenemos que valorar a quienes tenemos cuando los tenemos. La vida se no va volando y cuando menos pensemos tendremos ochenta y tantos años,—si Dios nos lo permite— y miraremos al pasado deseando haber pasado más tiempo con nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros tíos, nuestros hermanos, nuestros amigos...

Escribo esto y estoy un poco sentimental, he de admitirlo. He convivido con personas importantes para mí estos días y la felicidad que ellos me brindan no la podría cambiar por absoluta y completamente nada más.

Así que por favor valoren más a sus hermanitos, los enfadosos.
A su mamá, la regañona.
A su papá, el insoportable.
A su tío, el chistosito.
A su amiga, la dramática.

Y esos adjetivos son simplemente ejemplos. La verdad que escribí lo primero que se me paso por la cabeza, tú puedes ajustarlos a según tu vida, pero por favor, aunque sea, considera mi invitación.

Valora a los que quieres de la misma manera en que Abraham valoró y atesoró cada momento vívido con Daniela.

Ahora, si me lo permiten me gustaría extenderles una segunda invitación: ¿Alguno de ustedes tiene un diario? ¿No? ¡Pues deberían! Se puede decir que comencé a escribir gracias a un diario, quizá por eso es que les tengo tanto cariño. A veces leo lo que escribía en mis diarios de pequeña o papá nos cuenta lo que escribía en los suyos de joven y estamos todos muriéndonos o de la risa o de la ternura. Es lindo escribir la vivencias. Las experiencias y aventuras, pequeñas o grandes que vivamos tienen derecho a ser escritas en papel. Escribo en mi diario cada tanto pero cuando me doy el tiempo para hacerlo, créanme que: me doy el tiempo. Me gustaría que alguno de ustedes hiciera lo mismo porque es algo que me encanta en lo personal y bueno, quise compartirlo también con ustedes. Así no hay pierde, uno escribe lo que siente y el sentimiento queda ahí para siempre.

Finalmente, imagino que ya sabrán a quien va dedicado este pequeñísimo libro: A los que me rodean y quiero. Por haberme acompañado en algún paso de mi vida. No los quiero olvidar nunca.

Lizbeth.

18.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora