—Oh... Leo —susurró Esme abrazándolo aún más fuerte.

—No entendí nada, me quedé congelado en mi sitio... mi padre era... todos me decían que nos parecíamos mucho, yo quería ser como él, era mi modelo, mi héroe. —El muchacho comenzó a llorar de nuevo.

—Lo entiendo...

—El doctor no dijo nada, los miró a ambos y entonces papá le dijo que yo había sido adoptado a los dos días de nacido y que ellos no querían que yo supiese la verdad, por eso consideraban que someterme a esas pruebas era inútil pues las probabilidades de no ser compatible eran amplias y no querían tener que darme esas explicaciones...

Ambos hicieron silencio y dejaron que el ambiente los envolviera, el sonido del viento y el vaivén del agua llenaron el lugar. El frío de la verdad y el dolor que experimentaba Leo al recordar todo aquello y al expresarlo por primera vez, congelaba el ambiente.

—Entré, grité, les recriminé por haberme mentido, los traté muy mal y les dije que los odiaba... Armé tanto alboroto que las enfermeras llamaron a los de seguridad para que me quitaran de allí. Mamá me siguió afuera, pero la empujé y corrí, estuve deambulando por la calle por tres días, solo, sin comida, sin dinero, sin nada más que miedo y dolor... y volví porque mi padre no iba a aguantar mucho y yo no podía dejar que se fuera sin despedirme de él.

—Dios mío, Leo... lo siento tanto —susurró Esme y sin pensarlo mucho llevó su mano a la cabeza del chico para acariciarle. Leo se sentía como un niño perdido en sus brazos.

—Me mintieron, Esme... me crearon una vida entera llena de mentiras, me dijeron que era alguien que no era. Ahora no sé quién soy, no sé quiénes son mis verdaderos padres, la sangre de quien llevo corriendo por mis venas... Tengo diecisiete años y cuando me miro al espejo no me reconozco, no soy Leonardo Estigarribia, el hijo de Bea y Martín, no sé dónde nací ni por qué mi madre no me quiso... No sé nada... y además, ni siquiera pude salvar a mi padre...

—Pero Leo... —quiso interrumpir Esme pero él siguió.

—Cuando regresé, no quise hablar con Beatriz, no quería verla, la odiaba por mentirme... A papá también, pero él estaba por morir y me sentía culpable por haberlo abandonado por tres días. Le dije al doctor que me hiciera la prueba y él accedió tras el permiso que al final le dieron mis padres, pero como era de esperarse no había compatibilidad. Eso solo me recordó una vez más que yo no era de ellos, que no era parte de ese todo, de esa familia que siempre creí mi hogar.

—No... Leo...

—Nosotros éramos los tres mosqueteros, Esme...y enterarme que yo no era uno de ellos me partió el alma. Papá falleció unos meses después de aquello, y aunque iba a verlo todos los días, no le hablaba... me quedaba allí mirándolo y tratando de encontrarme en sus rasgos, quería gritarle al mundo que su cabello y el mío eran del mismo color, que ambos teníamos la misma forma de ojos y la misma constitución física... Él tenía que ser mi padre... yo lo amaba —sollozó—. Y fui muy egoísta... él estaba enfermo y yo estaba tan enfadado... Antes de morir me pidió perdón por mentirme, me dijo que solo querían mi bien y que creyeron que eso sería lo mejor, me dijo que yo era de ellos, que era parte de ellos y que me amaban con toda el alma... Papá dijo que si tuviera que volver a vivir, si tuviera que volver a elegir, me elegiría de nuevo porque yo era el mejor hijo que había podido tener... y luego se fue... murió.

Leo lloró una vez más y Esme lo consoló con calma.

—Seguro que muchas personas te lo habrán dicho ya Leo, pero ser padre va mucho más allá de tener un hijo de forma biológica. Ellos te eligieron, Leo, y te cuidaron, te criaron... estuvieron allí día y noche, lucharon por ti... tu mamá lo sigue haciendo —dijo Esme con melancolía en la voz—. Debes pensar en eso, aunque sé que te duele.

Ni tan bella ni tan bestia ©Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu