Capítulo 8: Intenso vivir (1/2)

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Yo me quedé callada, con la imagen de aquellos niños de la foto abrazados y sonrientes, revoloteando en mi mente. Debían ser ellos cuando pequeños. Me pregunté qué le podría haber hecho Diego a Alex que lo volviera la persona que ahora era, pues aquello era lo que Ángela me quería dar a entender, o por lo menos era lo que yo había podido comprender. Podía imaginar a Alex haciéndole daño a Diego, pero no al contrario, no podía, sus ojos cafés destilaban tanta calidez que no podría hacerle daño a nadie. O eso creía.

Salí de mis cavilaciones cuando Ángela se levantó de pronto del sofá, con una expresión que denotaba malestar, tenía una tonalidad enfermiza en el rostro, casi amarillenta.

—¿Estás bien? —Pregunté—¿es la resaca?

—Eso espero—comentó ella, con la voz contenida. —Quiero vomitar.

—Espera —le dije, poniéndome de pie. —¿Quieres tomar un té? Iré por un té.

Pero no me dio tiempo de hacerlo porque ella se levantó del sofá y corrió hacia el baño, en donde comenzó a vomitar. Yo me quedé pasmada en la puerta, mirándola, pero segundos después me di cuenta de que ella necesitaba mi ayuda, entré con ella y cerré los ojos mientras le sostenía el cabello para que no se le cayera sobre el rostro.

—¿Estás mejor? —pregunté, cuando se recargó en el umbral de la puerta. Estaba pálida, sudorosa.

—No —contestó en un gemido, con los ojos llenos de lágrimas. —llama a Alejandro, dile que necesito ir al hospital.

Lo siguiente que supe es que estamos en la sala de espera y Alejando no paraba de gritarle a Diego, mientras yo los miraba como en un trance, todo me parecía irreal, incluso los gritos, que escuchaba como si fueran pronunciados a metros de distancia.

—¡También es tu culpa!—le decía Alex, mientras gesticulaba con la mano —pudiste haberle dicho algo, a ti te hace caso, a mí me ignora sólo por llevarme la contraria.

—¡Ella sabe que está enferma, no es idiota!—exclamó Diego—¡No tengo porque decirle nada! Sabía que no podía tomar alcohol.

—Pudiste intentarlo, —se enfadó Alex, al grado en que su rostro se puso rojo, el contorno de sus ojos denotaban que estaba resistiendo para no romperse —pero la alentaste a seguir tomando.

—¡Yo no la alenté! —respondió Diego, poniéndose de pie, al igual que Alejandro. —no le dije nada, sólo la dejé que hiciera lo que quisiera porque era su cumpleaños, quería que la pasara bien, no quería discutir con ella, ya sabes cómo se pone de histérica cuando tratas siquiera de mencionarlo.

—¿¡Querías que la pasara bien!? —inquirió Alejandro, con amargura. —No seas mamón, güey, ¿Querías que la pasará bien ella o querías pasarla bien tú?

—Sólo quería que todos la pasáramos bien—contestó Diego, más enojado aun. — Y no es sólo mi culpa, —continuó, señalando a Alex con el dedo —Ella se puso así después de lo que tú le dijiste, ¿Qué mierda le dijiste?

—¡Lo mismo que te digo a ti cada año en tu cumpleaños, —respondió Alex de inmediato —que es como mi hermana!

—¡Pero sabes que la hieres con eso! —Se enfadó Diego, —¿no puedes quedarte callado? ¡A la próxima no le digas nada!

Alejandro abrió la boca para refutarle algo más pero una enfermera de edad mediana y de complexión robusta los interrumpió.

—¡Jóvenes!—exclamó, con voz severa y dura —si no se callan y se sientan el hospital se verá en la penosa necesidad de desalojarlos. Hay muchas personas aquí preocupadas por sus familiares como para presenciar otra pelea familiar.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now