—Lo sé, hueles... rico —dijo Leo y ella se sonrojó, aquello se parecía mucho a un cumplido y viniendo de él, era algo increíble.

—Listo, está todo listo. —El profesor Aldo ingresó encontrándolos cerca, sonrió algo incómodo y luego los vio separarse. Esme se arregló un poco el pelo algo nerviosa y Leo tomó la guitarra. Ambos lo siguieron hasta la capilla de la escuela donde se oficiaría la misa.

Leo se dejó llevar por la voz de Esme. Cada vez que la escuchaba pensaba que su timbre era exquisito, perfecto, mágico. La miraba cantar y disfrutar de lo que hacía, ella se concentraba y cerraba los ojos como si estuviera rezando, como si meditara cada palabra que salía de su interior. Leo la veía brillar y se dejaba llevar por su arte.

Al terminar la misa una monja se acercó a ellos diciéndoles que hacían una pareja hermosa. Ambos se miraron y sonrieron confundidos, solo agradecieron. Entonces volvieron a la oficina del profesor Aldo quien les agradeció y le pidió a Leo que se integrara con ella y Germán en la próxima misa semanal. Este sin pensarlo, simplemente lo aceptó.

Salieron de allí y fueron por sus cosas que habían quedado en la clase, pero sus compañeros habían salido hacía cinco minutos. Cuando llegaron, observaron que la mochila de Esme había sido abierta y sus pulcros cuadernos estaban todos desparramados por el salón. En algunas hojas le habían escrito cosas ofensivas.

Esme se puso a llorar al ver aquello y se apresuró a levantar todo. Leo sintió rabia y dolor, ¿por qué le hacían eso a alguien tan bueno como Esme? En ese breve instante se dio cuenta de que él había sido igual de idiota con ella desde que la conoció y que, aunque ahora se llevaban mejor, le había hecho mucho daño. Ella vivía un infierno solo por sus kilos de más y eso no era justo. ¿Por qué a todos les molestaba cuánto pesaba ella? ¿Qué acaso eran ellos los que lidiaban con su cuerpo? ¿Por qué no la dejaban en paz?

Leo se acercó a ella que estaba en el suelo llorando mientras leía un mensaje que decía: «Gorda cornuda».

—No les hagas caso, Esme —dijo abrazándola—. No dejes que te destruyan así.

—¿Qué les hice? —inquirió la muchacha.

—Nada... No eres tú, son ellos. No dejes que ganen —le pidió.

Leo se levantó y recogió el resto de las cosas metiéndolas en el bolso de Esme con rapidez. Luego le pasó la mano para que se levantara.

—No aguanto más —dijo la muchacha entre sollozos.

—Siento haber sido parte de esto, Esme... Siento haberte hecho sentir mal —dijo Leo cuando ella lo miró con ojos tristes.

—Gracias... —asintió al percibir la sinceridad en sus palabras.

—La gente no se da cuenta lo que hace... no nos damos cuenta, Esme. No los justifico, no, pero... a veces juzgar es tan fácil... —suspiró—. Yo también lo hice y... no me daba cuenta...

—Pero cambiaste —dijo Esme y sonrió con tristeza—. Vamos, ya no quiero estar aquí.

Caminaron de regreso a la casa mientras Leo pensaba en lo fuerte que era esa muchacha para enfrentar aquello todos los días de su vida. Él nunca había tenido que pasar por algo así, y de pronto se encontró admirándola un poco más, no solo por lo angelical de su voz, sino por la fortaleza de su alma y por mantener su inocencia y su corazón tan bueno a pesar de todo el mal que recibía a diario, él en su lugar ya hubiera planeado mil y una forma de vengarse de aquellos que se burlaban.

—¿Quieres tomar un helado? —inquirió de pronto.

—No... yo... No me tomes a mal, pero... Tony no quiere que tú y yo... bueno, salgamos y esas cosas —dijo la muchacha y Leo rodó los ojos.

—No soporto a Tony, no me cae y no sé qué demonios le ves —se quejó. Esme se encogió de hombros.

—Me pidió para salir hoy y no podré hacerlo porque tengo que cuidar a Coti, ya que mamá y papá van a salir y tu mamá también tiene un compromiso —comentó la muchacha cambiando de tema—. Pero le pedí que me llevara a ver La Bella y la Bestia el próximo fin de semana al cine. ¡No aguanto la espera! —dijo emocionada.

—Yo esta noche me quedo en el barco —comentó Leo informándole de sus planes—. ¿La peli? Me encanta Emma Watson —dijo Leo—, la vería solo por ella —afirmó y Esme rio.

—Es muy bonita... Me encanta esa historia —agregó.

—Lo sé —dijo Leo con una sonrisa—. Era la única música que te sabías hasta hace un tiempo, además del salmo y el Aleluya —añadió.

—Por cierto, estuviste genial en la misa —replicó Esme—. Lo hiciste tan bien que hasta parecías un chico bueno.

—¿Quién dijo que no lo soy? —bromeó el muchacho y Esme sonrió.

Y pronto llegaron a la casa y se fueron cada uno para su lado. Esme pensó que Leo hizo que su día terminara mejor, por alguna razón, con sus palabras y su presencia, le hizo olvidar por un rato lo malo que acababa de suceder.

 Esme pensó que Leo hizo que su día terminara mejor, por alguna razón, con sus palabras y su presencia, le hizo olvidar por un rato lo malo que acababa de suceder

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Ni tan bella ni tan bestia ©Where stories live. Discover now