Capítulo 4. La sangre fría de Novgalain

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La luz de la soleada tarde fue dejando paso a la oscuridad de la noche. Elden y Alania habían atravesado Arlen y se encontraban en Lumberya, región de los descendientes de Umber. Llevaban varios días adentrándose en el reino y los daños de la guerra cada vez se hacían más visibles. A lo largo del camino se habían encontrado con restos de carretas, algunos cadáveres e, incluso, un puesto fronterizo del que solo permanecía en pie la torre. Sin embargo, no habían avistado a ningún humano y los restos de batallas que habían visto llevaban tiempo allí, por lo que pensaron que reinaba una paz momentánea entre los reinos humanos.

Trotaban por un camino pedregoso que subía hasta la cima de una colina verde, donde un árbol enorme se levantaba, como si del rey de la colina se tratara. Lo alcanzaron a medianoche y tanto Elden como Alania quedaron maravillados al verlo. Ese árbol parecía llevar allí miles de años, su tronco tenía aspecto sano a juzgar por su robusto tronco y sus enormes y serpenteantes ramas. A Elden se le ocurrió subirse al árbol y, tras varios intentos, logró su objetivo. Mientras Alania reía al verle hacer el ridículo. Una vez arriba, agudizó la vista y divisó unas luces que provenían de unas villas. "Un poblado, al fin" pensó el joven elfo. El humo de las casas y las luces despertaron en Elden un deseo de comodidad.

- ¡Qué ganas de dormir al fin en una cama! - exclamó ansioso Elden.

- ¿Qué dices? ¿Qué ves?

- Parece un pueblo a pocas millas de aquí. - le dijo y volvió a exclamar.- ¡Una cama!

- Al fin, ¡sí! - exclamó ansiosa.- Más aún queda largo camino hasta llegar a él.

- Razón no te falta, pero el hecho de saber que mi próxima cabezada será en una cama me da fuerzas demás para llegar antes.

Elden comenzó su descenso del árbol a la vez que Alania reía. Al llegar a tierra, prepararon una pequeña fogata para cocinar las liebres que habían cazado aquella misma mañana. El olor de la carne asada aumentó sus ansias por cenar, pero se contuvieron hasta que la carne estaba en su punto. Cada uno se comió una liebre y después recogieron y marcharon hacia el pueblo.

El camino embarrado se fue secando a medida que iban acercándose y el calor de aquel pueblo se hacía notar combatiendo contra el frío de la oscuridad. Quedaba poco ya para entrar cuando Elden se percató de que no iban a encontrar lo que esperaban. Un olor a quemado se fue intensificando conforme se acercaban y, al final, se hizo insoportable. Sacó un pañuelo del bolsillo para taparse nariz y boca a fin de respirar el aire más puro posible. Alania hizo lo propio. Entraron en aquel pueblo y no había signos de vida. Las llamas, débiles ya, pero abundantes, se encontraban a diestro y siniestro. Había cadáveres calcinados en las puertas de las casas. "Incluso niños, menuda atrocidad" pensó entristecido el elfo. La tristeza se iba apoderando de ellos, aquello parecía haber sido realizado por un demonio, una obra diabólica.

El sol emergió tras las montañas, iluminando poco a poco las calles o más bien lo que quedaba de ellas. Los elfos siguieron una amplia calle que iba ascendiendo, supusieron que se trataba de la calle principal que los conduciría al centro, donde probablemente encontrarían la casa del señor de aquellas tierras. Conforme avanzaban se fijaron en que algunas vigas de madera, consumidas ya por el fuego, habían provocado el derrumbamiento de algunas casas. Todas ellas presentaban piedras pintadas por las llamas de un color negro, tan negro como el carbón. De repente, algo llamó la atención del guerrero. Reparó en que las puertas que no habían ardido por culpa del fuego, un emblema se dibujaba en el centro. En él, un león rojo aparecía pintado con lo que parecía ser sangre.

- Esto lo han hecho los novgalos, a juzgar por el escudo que marca cada puerta. - dijo Elden.- Si te das cuenta, han quemado casa por casa, parece que su intención era la de asegurarse de no dejar a nadie con vida.

El enigma de KilianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora