La fiesta de navidad

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Los días fueron pasando, días en los que Las Brujas de Macbeth estuvieron muy ocupadas. Sirius estuvo convocando vía red flu a Emily para que fuera a entrevistas, cesiones de fotos, e incluso, la banda cumplió con lo prometido, es decir, el resto de los conciertos que le quedaban pendientes en el país. Así que visitaron Manchester, Oxford, Liverpool, Blackpool, DonCaster, Wets Millian, Brackfrod, Bath, Salisbury, Cambridge y Edimburgo.

Emily terminó por olvidar la idea de tener un bebé, al menos por el momento, en vista de que había pasado varios meses sin tomar la poción anticonceptiva sin resultado alguno. Al principio se preocupó mucho y hasta fue a San Mungo para hacerse ver por un sanador, el cual le dijo que no debía preocuparse, que no había ningún problema con ella ni con su marido el cual, solo por ella se dejó examinar también.

El sanador le dijo que aquello era absolutamente normal y que le sucedía a muchas parejas, que tal y como Severus le había dicho, algunas pociones anticonceptivas tenían un efecto a largo plazo, lo cual se tomaba como un efecto secundario. Su madre Greta también la había tranquilizado diciéndole que a ella le había sucedido lo mismo al igual que a Narcisa con Lucius. Al final la cantante se marchó a la gira para distraerse y lo había conseguido, quizá no estaba preparada para ser madre aún, quizá no era instinto maternal lo que había sentido aquella vez, sino un mero capricho de engendrar vida junto al ser que tanto amaba —pensó la muchacha.

Al fin llegó el mes de diciembre y el castillo cada vez se enfriaba más, por lo que las antorchas ardieron con más ímpetu. Como siempre, Flitwick y MacGonagall encargaron de la decoración del castillo y Hagrid llevó hasta el vestíbulo los acostumbrados doce arboles.

Pevees les jugó malas pasadas a los alumnos, sorprendiéndolos en cada esquina para arrojarles globos rellenos de agua que los dejó congelados por el frío. También les arrojaba tizas o simplemente se escondía detrás de las armaduras para cantar villancicos con letras de su autoría y que hicieron escandalizar a MacGonagall.

—¡Eres un depravado! —lo regañó la profesora—. No conoces el verdadero sentido de la navidad.

El duende le dedicó una sonora pedorreta con la boca y se marchó volando y riendo a carcajadas mientras hacía girar su corbatín.

—¡Que grosero! —dijo Emily tratando de no reír, recargada del enorme umbral de la puerta del vestíbulo. Sostenía su guitarra y su bolso de cuentas.

—¡Emily! —se sorprendió MacGonagall al verla—. ¡Ya estás de vuelta! ¿Cómo estuvo la gira? Bueno, la pregunta es una tontería ya que he leído los periódicos y todos hablan maravillas. Dicen que ha sido todo un éxito como siempre ¡Felicidades!

—Muchas gracias, profesora. Sí, gracias a Dios nos fue muy bien, ya extrañaba regresar a mi hogar. Un mes lejos de todo esto y de mi Severus ha sido muy duro ¡Ohhh Pandita! ¿Cómo estás? Mami ya está aquí de regreso —dijo Emily alzando a su gato para apapacharlo.

La puerta del armario de escobas se abrió y el señor Filch salió de él saludando a Emily con una cabezada. La señora Norris emergió detrás de él con sus cachorros, visiblemente más grandes, siguiéndola y maullando a coro, protestando y tratando de alcanzar sus pezones.

—¡Ohhh! pero si están enormes y preciosos —se admiró la muchacha.

—Sí, y por lo visto ya su madre está intentando destetarlos —contestó MacGonagall.

—¿Que sucederá con ellos después? —inquirió Emily con curiosidad.

—Por lo general Filch los regala a los alumnos que deseen una mascota y gracias a Dios nunca falta quien quiera un gatito.

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now