— Este imbécil te salvó la vida, ya que la policía te había capturado por tu estúpido capricho de querer salir, ¿Todavía tienes la cara para decirme que el imbécil soy yo?

Hasta ahí había llegado mi buena mañana y mis buenos pensamientos hacia él.

—Idiota, es tu deber, no te debo estar agradeciendo nada.

—Pues deberías—se acercó más hacia mi persona y acarició un mechón de mi rizado cabello—. Porque he acabado con la vida de seis policías en lo mismo que he demorado en darme cuenta que te habías escapado, seis segundos.

—¿Sí?—le pregunté—, te demoraste más de eso en encontrarme.

Le miré a los ojos,  nunca habían estado tan brillantes como hoy, Adam era precioso. Su rostro parecía haber sido tallado por los
dioses.

Observé los cortes que tenía, era uno bajo el labio, y otro al lado de la nariz. Acaricié con suavidad el corte rojizo que estaba cerca de su labio inferior, Adam suspiró. Mi corazón latía como en una carrera, jamás habíamos estado tan cerca.

Ya que el jamás lo había permitido.

—He perdido dos hombres por tu culpa, y apenas Leonardo llame, le comunicaré lo que hiciste, debes aprender a comportarte—soltó derrepente.

—Mi padre conoce a su hija, no me reprochará nada si es lo que piensas.

—¿Sabe que su hija es una idiota?—me dijo, mirándome a los ojos—, me alegro que lo sepa, y no tenga que recordárselo.

Salió de la habitación dando un portazo que terminó por hacer caer uno de los cuadros que tenía colgado en la habitación. Adam podía ser el más despreciable si se lo proponía.

Lo odiaba, lo odiaba tanto por hacerme desearlo de la forma en la que lo estaba haciendo, me estaba comenzando a volver loca.

Una hora más tarde yo ya estaba vestida, la ropa deportiva me favorecía en algunos aspectos, me encontraba bajando las escaleras, y todos posaban su mirada en mi, carraspeé incómoda, Sabía que lo hacían por sus dos compañeros perdidos, y a decir verdad quizás si fue culpa mía, pero ellos antes de entrar en este mundo están advertidos, deben dar la vida por la persona que protegen, deben darlo todo, digo, para eso les pagan.

Y aunque una parte de mi no podía evitar sentirse muy culpable por lo sucedido, la parte hija de puta me decía que ellos sabían a lo que venían. Estaban entrenados para eso, y la vida y la muerte eran algo que jugaba todos los días en este trabajo.

Miré a mi alrededor, ahí estaba Ryan.

—Hola—saludó desde la cocina.

—Buenos días.

—Buenas tardes, querrás decir—aclaró.

Ryan hasta ahora, había sido la única persona que me había tratado con cariño en todo el tiempo que llevaba aquí. Ryan era realmente amable conmigo, no lo sentía forzado.

—¿Cómo dormiste?—le dije, sacando una manzana y pegándole un mordisco.

—Pésimo, una señorita hizo que asesinaran a dos de los nuestros, y hacerme despertar a las dos de la madrugada, cuando mi horario es a las doce.

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