16. Las cosas que nunca te dije

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1721 kilómetros y dieciséis horas de viaje nos separaban de nuestro destino. La única parte relativamente buena era que sólo teníamos que seguir la ruta de la interestatal 35 hasta el límite con Laredo y llegaríamos dos horas después por la 85 hasta el centro de Monterrey. Sencillo, ¿no? O bueno, por lo menos así debió haber sido.

—¿Qué camino tomaste? —me regañaba Artiom, revisando sobre el cofre de la Jeep un viejo mapa que encontramos en la guantera. Al parecer, una vuelta errónea entrando en San Antonio nos terminó mandando por el KM37, cientos de kilómetros lejos de nuestro destino.

El termómetro marcaba los 32ºC y parecía obvio que el ruso no se hallaba acostumbrado a ese tipo de temperaturas porque no paraba de sudar a mares, aunque se había quitado la bata, el suéter y la camisa, hasta quedar únicamente con una camiseta blanca de algodón, ligera a mi parecer. Me debatía entre decirle o no que llegando a mi ciudad la temperatura no sería menor a los 40ºC, pero prefería ahórrame las malas caras que me dedicaría; así que en vez de eso y como único modo de consuelo, saqué una botella con agua al tiempo de la mochila y se la ofrecí. La tomó sin dudarlo.

—Ya deja de sulfurarte, solo hay que regresar al oeste por la 410 y llegaremos en algún momento a la interacción con la 35 otra vez, no deben ser más de 40 minutos.

—Claro, y si te pasas otra vez llegaremos a la Base de la Fuerza Área de Lackland. Esto es serio Jules, llevamos doce horas fuera del asentamiento, es obvio que ya dieron anuncio al mundo entero de que cuatro Strateg están en paradero desconocido. Además de mi ausencia, claro —me dijo con un tono demasiado apremiante.

Di un suspiro, puse los ojos en blanco y regresé con los niños que esperan dentro del carro. El sol lo ponía de malas, debía tomar nota de eso.

—Ya es la una de la tarde, ¿quieren algo de comer? —les pregunté esculcando el morral.

Todos respondieron con afirmaciones y yo les ofrecí un par de latas de atún con galletas. Me sentí por un momento como mi abuela. Tres horas después, sin más percances y con el coche oliendo a pescado, nos encontrábamos en el cruce fronterizo de Laredo hacia Nuevo Laredo por el estado de Tamaulipas.

Al moverse la Línea Divisora de nueva cuenta, obligaron a que la Línea de Evacuación Civil también retrocediera, haciéndonos perder más territorio. Lamentablemente el aviso no llegó a tiempo para ninguno de los estados y cerca de 40 millones de habitantes desaparecieron tras la neblina que los Ispolin marcaban como su territorio. Era por ello por lo que los sobrevivientes y evacuados buscaban reubicarse en algún lugar cercano al sur, de ser posible del otro lado de México, dando como resultado un tráfico de personas impresionante. Al no poder negar la entrada al país por las fronteras legales, estas se abrieron de manera arbitraria dejando entrar a cualquiera que lo necesitara. Eso nos dio una ventaja a la hora de cruzar sin los papeles de Alisha, Kang y Takahiro, además de que me encontraba totalmente agradecida con los cielos, mares y tierras porque nadie nos hubiera reconocido como los Strateg de los Voin.

Al acercarnos al centro de Monterrey por la carretera 85 notamos la movilización que la milicia mantenía por toda la ciudad.

—Tal vez debamos cambiar de vehículo, esta es una Jeep del ejército americano, llamamos demasiado la atención —le susurré a Artiom, encogiéndome involuntariamente en el asiento del copiloto y aventando una chamarra sobre las cabezas de los tres niños en el asiento trasero.

No sabía que me preocupa más, si la milicia o el hecho de que algún Informante o peor que una Secta nos llegase a ver. ¿Qué podía ser mejor que servirles en bandeja de oro a cuatro Strateg de un jalón?

La última sombra del hombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora