10. Artiom Gepesky

249 46 40
                                    


Me gustaba imaginar que de alguna forma ella había sido destinada para llevar mi apellido, que de alguna manera extraña habíamos nacido para estar juntos; aunque sabía de primera instancia que eso era improbable, por no decir que imposible, porque tal vez sólo se trataba de mí deseo idiota de permanecer a su lado. El deseo inocente de un pequeño regordete de 5 años.

Recordaba la primera vez que la vi, como si hubiese sido ayer. Llevaba el cabello recogido en unas coletas, vestido rosa de holanes, zapatos de charol a juego y la cara más tierna que había visto nunca, con esos ojos caoba que miraban al mundo con fascinación. Me perdí en su mirada y es que el color de sus ojos me encantaba, no eran ni azules ni verdes, eran color café, café que quita el sueño, café que produce desvelos. Al final del día lucía tan diferente, que solo acerté a pensar con fascinación que era la cosa más rara que observaría en la vida y sin embargo no podía quitarle la vista de encima. Su cabello se encontraba revuelto como un nido de pájaro color marrón que corría por las oficinas de Yamalia sólo con unas mallas blancas y una remera sin mangas, mientras su padre jugaba a atraparla para insertarle una sudadera de él mismo.

—¡Jul! Mujercita mía, te vas a resfriar si no te vistes —le reprendía Ethan.

—¡Que importa, papi! ¡Vamos a aventarnos a la nieve así! —gritaba ella, llena de felicidad.

—Ethan hijo, deja que haga lo que quiera, se es niño sólo una vez, ¿verdad Jul-Dy?

La envidiaba. Mi padre jamás me puso atención de niño ni al crecer cuando comencé a laborar con él en искусственный интеллект ("Iskusstvennyy Intellekt"). Y en esos momentos observándola en mi cama, desaliñada, demacrada y con unas profundas ojeras surcando su rostro, me preguntaba dónde estaba esa niña.

Había visto a tantos Strateg llegar y morir, que ya ni me molestaba en leer sus historiales o siquiera de aprender sus nombres, de haber tomado su expediente me habría ahorrado la decepción de notar que ella no me recordaba cuando la volví a encontrar expectante y con la mirada perdida, sentada en una camilla, muerta de horror el día que llegó a Dakota del Norte.

Cavilé en lo último que dijo antes de caer dormida, sabía que algo debía haber ocurrido para que ella tomara una desviación tan grande como el suicido. Dicen que huir de la vida es para los cobardes, pero yo he concluido que se necesita mucho valor para lograr realizar semejante hazaña: no cualquiera se toma un frasco entero de pastillas, no cualquiera se abre las venas con una navaja y definitivamente no cualquiera se ata una soga al cuello para dar un salto de noventa metros a la nada. Ese algo debía estar relacionado con cierto tailandés, pero tenía que confirmarlo primero, tomé unas esposas de cadena larga que guardaba en un cajón y abroché un extremo en su tobillo y el otro en la base de la cama de fierro, como mera precaución.

Caminando por los oscuros pasillos de la nave industrial reparé en que pasaban de las cuatro de la mañana y yo no había conciliado el sueño ni por media hora esa noche, aunque no era nada nuevo. Llegué al tercer cuarto del Área de Salud, la puerta estaba abierta. Entré con paso lento, notando una extraña escena en el ambiente, me acerqué a tomar el pulso de mi paciente y su frío y rígido tacto afirmaron mis sospechas. Se había ido y ella lo sabía.

Llevándome una mano a la cien, temí que eso no iba a pintar nada bien en las noticias. Desde que Mark despertase y volviera al campo de batalla, había dedicado sus tiempos libres a calumniar contra Jules, haciéndola ver como la culpable de la situación de Sittichai, así como de la pérdida total del Pro-VEI XIX, mientras se excusaba de él mismo mencionado, "Que había tenido un pequeño desliz con el Voin, pero que había vuelto en su mejor forma". Era un engreído con aires de grandeza, manipulador y arrogante. Narcisista de mierda. Lo supe desde el primer momento en que piso el asentamiento, la atención y aprobación de los demás lo era todo para él. No se parecía nada a ella.

La última sombra del hombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora