Capítulo 9

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Esa noche los sueños del pelirrojo fueron invadidos por sus recuerdos, recuerdos de una de sus tantísimas peleas con Dazai, no una donde el más bajo se molestaba con el otro y viceversa, no, una donde ambos estaban peleados y no querían saber nada del otro, a pesar de que estos seguían compartiendo habitación en la mafia.

No fallaron su misión, pero sí que hubo complicaciones de las que ambos se culpaban el uno al otro por la intervención que tuvo que hacer el propio jefe de la mafia. Por ello, estos fueron castigados realizando las tareas domésticas de las habitaciones comunes de la mafia. Habían limpiado prácticamente todo el edificio sin dirigirse la palabra siendo gruñidos lo único que salía de sus gargantas cuando cruzaban la mirada.

Solo les quedaba la biblioteca, y afortunadamente solo tendrían que volver a colocar los libros en su lugar para, al fin, poder ser libres. Dazai, aprovechándose de su nuevo subordinado obligó al pequeño a ayudarles, con la excusa de que así practicaría usando a Rashomon.

—Esto es agotador —Murmuró Chuya, quien usando su habilidad estaba levitando para llegar a los estantes más altos.

Pensó que nadie lo había escuchado, pero, se equivocó.

—Akutagawa, dile al enano que no tendríamos que estar haciendo esto si él no hubiese empujado a aquella señora.

El pequeño repitió lo que Dazai dijo, tartamudeando.

—Akutagawa, dile a la momia que no tendríamos que estar haciendo esto si él no tuviese la necesidad de ligar con todo aquello que produce sombra.

—Na-nakahara-san dice que...—Dazai no lo dejó acabar.

—Akutagawa, dile al perchero que era una chica preciosa y que, como caballero, mi deber era cortejarla y que además fue culpa suya por golpear a mi chica con su cuchara.

Chuya tampoco dejó que el moreno acabase la frase que debía repetir.

—Akutagawa, dile al imbécil que estábamos en una misión de incógnito y que él descubrió nuestra tapadera por un simple cuchillo rosa con el que suicidarse.

El pequeño se desentendió de ellos y se sentó para verlos pelear, después de todo no le dejaban hablar.

—Akutagawa, dile a Chuya que si él hubiese decapitado al peluche Mori-san no habría tenido que intervenir y no estaríamos aquí.

—Akutagawa, dile al vagabundo que si él no hubiese tirado la salsa yo hubiese podido coger el peluche.

—¡Era necesario tirar la salsa, era parte del plan! Mis predicciones...—Chuya lo interrumpió.

—¡SI VUELVES A DECIR LO DE QUE TUS PREDICCIONES NUNCA FALLAN DE LA PATADA QUE TE VOY A DAR NOS VAMOS A MORIR LOS DOS!

—¿Un suicidio doble? ¿Contigo? —Dazai hizo una mueca de repugnancia— prefiero seguir vivo, además un pitufo nunca podría matarme.

—¡Cómeme la polla! —Le gritó, subiéndose en una de las estanterías para poder verlo a la cara, Dazai estaba al otro lado de esta.

—Que vulgar que eres Chuya, no sé qué hace un chico tan casto y puro como yo haciendo equipo contigo.

—¿Puro? ¿Esa palabra esta en tu diccionario?

Un silbido paró la discusión y provocó que los dos dejaran de lanzarse miradas de odio para ver al nuevo integrante. Con sus manos en los bolsillos y una enorme sonrisa provocada por los insultos del doble negro que volaban por la habitación, un hombre pelirrojo entró en la sala.

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