Lecciones para un Principe

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Aparecieron en una callejuela oscura y deshabitada a pesar de ser de día. Él había permanecido en silencio todo el tiempo, causándole así la sensación de un vuelco en el estomago y nauseas por el nerviosismo, sentía su corazón latir rápido y creía que podía desmayarse en cualquier momento. No debió haber hecho eso, ni decir eso. Temía tanto ese momento, sabía que estarían a solas y no quería confrontarse con él ni dar una explicación, el príncipe estaba muy molesto y entendía las razones pero no del todo. Tal vez nunca podría comprenderlo: era un ser en continuo cambio de estado de ánimo a veces sin leves transiciones aparentes, podía estar relativamente de buenas y cambiar al segundo al otro extremo; o quizá tuviera una razón, sin embargo dudaba mucho que algún día la compartiera con ella. De cualquier modo y por lo menos en ese instante, deseaba estar tan lejos como fuera posible de él y paradójicamente se encontraba entre sus brazos, atrapada voluntariamente en ellos, aferrándose a su cuello intentando no caer. Alucard la volteó a ver desde lo alto de su estatura - debía aceptarlo, a comparación de él era demasiado pequeña y menuda no solamente por su altura sino por su gesto imponente – sus miradas se encontraron involuntariamente: estaba tan serio y reservado que la asustó y la obligó a bajar la vista. No sabía por qué estaban ahí, ni por que había decidido acompañarla si eso no era algo que él hiciera con normalidad.

Antes de que el conde pudiera decir una palabra se soltó de él e intervino con rapidez esperando cambiar un tema que aun no se había iniciado:

- Señor, en la visión Stella no estaba aquí, ella… - se detuvo antes de terminar la frase...

Pero Alucard ni siquiera se había molestado en responderle o siquiera verle, tan solo había tomado asiento en uno de los escalones que había en la entrada de un edificio vacío y lúgubre. Se quedó extendiendo la mano, asustada, sin saber cómo actuar: ¿Estaba esperando que tomara la iniciativa y fuera a buscarla? ¿Hasta ahí había terminado de acompañarla? Por un momento se tentó a irse y buscar por si misma a la esposa de Ernest, pero ¿y si quería que le diera una explicación de aquella propuesta indebida?, cerró los ojos y respiró profundo buscando la calma deseada en lo íntimo de su fuero interno, no debía tomar conclusiones precipitadas, después de todo él había estado muy dispuesto también, no había de que preocuparse – se dijo a sí misma – si no lo hubiera deseado se habría escandalizado desde un inicio, sin embargo, la había aceptado además de que con anterioridad ya había dado muestras de que quería llevar a un punto más lejano su relación maestro – aprendiz lamentablemente no de la manera que ella lo deseaba. Escuchó un golpe seco seguido de otro, no necesitaba ver para entender que su maestro estaba chocando rítmicamente la punta de su bastón contra el suelo, como quien tiene mucha impaciencia y no puede soportar un segundo más de la situación.

¿Siempre era así de pretencioso y rudo? – pensó. La ignoraba con una facilidad inmensa que incluso la hizo dudar de su propia existencia en ese lugar. Se sintió ofendida, pero al mismo tiempo aliviada. No quería hablar de aquello que acababa de suceder, ni siquiera quería pensar en ello. Tuvo la sensación de que sus mejillas se encendían anunciándole que se había sonrojado una vez más así que cubrió su rostro con sus manos.

- Espero volver pronto – dijo el conde severo, poniéndose de pie y sacudiendo su traje con elegancia, interrumpiendo con esto sus pensamientos – no te muevas de aquí a menos que te ordene lo contrario.

- Pero… yo…

- Si alguien llegase a atacarte – prosiguió él volviendo a desatender sus palabras tal como si nunca las hubiera mencionado – bon appetit draculina.

Se volvió dándole la espalda y se alejó de ella con tanta suficiencia que le hizo sentir insignificante. Quiso no quererlo, quería ya no quererlo, puesto que si ya no lo hacía no sería complicado abandonarlo o simplemente aquellas acciones no tendrían relevancia y no la asustarían tanto; tal vez también deseaba esconderse debajo de alguna roca o montaña y desaparecer de la faz de la tierra para que nadie pudiera vez la vergüenza que pasaba. Por un momento se pregunto qué habría pasado si le hubiese dado un sí ¿Qué estaría pasando en ese momento? ¿En donde estarían? ¿Se estaría propasando él con ella? Volvió a sonrojarse y a intimidarse a causa de lo que acababa de imaginar en su cabeza: No habría querido que la tocara, no podría soportarlo, tenía mucho miedo aun aunque él no fuese el culpable de nada. Lo quería tanto, pero no estaba preparada y tenía miedo de nunca estarlo.

El Corazón De Un No MuertoKde žijí příběhy. Začni objevovat