Reencuentro II

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Se puso de pie e intentó curar sus propias heridas sin mucho éxito: el vinculo que unía su alma con su cuerpo se desvanecía de a poco, deslizándose a través de ella como un hilo de arena en un reloj, mientras Alucard no se levantase, si él no se curaba a sí mismo seguiría usando su alma para mantenerse en el mundo y con esto terminaría por matarla ya que no tenía más almas dentro de sí para hacerlo: dulce muerte si era por él, pero no era conveniente aun.

Vio a Ernest recuperarse regenerando nuevamente su cuerpo ¿Cuántas almas inocentes había bebido? ¿Treinta? ¿Cien? ¿Mil? ¿Tan fielmente lo habían hecho que podía hacer las veces de un vampiro real? Se posó delante de los soldados entre Ernest y ellos, esperando desafiante:

- ¿Así que también os habéis unido a nuestra fiesta? – Ernest tenía en su asquerosa expresión una sonrisa sínica – Entonces, vengan, vamos a divertirnos: No seré tan descortés de haceros esperar – Y con una voz macabra y demoniaca enfatizó esto último - Pero, ¿No creen que esto está un poco desnivelado? Seras Victoria ha traído a sus invitados, yo también tengo derecho a traer a los míos ¿Verdad, D-R-A-C-U-L-I-N-A?

Él rio y ella sintió un escalofrío, por primera vez le tuvo miedo realmente, sabía que nada andaba bien….

Salió del castillo y caminó por la vereda escarpada sin rumbo, huía de nuevo de un pensamiento que tenía encerrado en el espacio que hay entre la mente y el espíritu, de una sensación que quemaba y a la que le temía y de una presencia que no podía desaparecer; El viento era helado y traía consigo copos de nieve que mojaban su lacio cabello, los aullidos de los lobos hacían música para sus oídos y el olor a pino aromatizaba aquel hostil ambiente en el cual amenazaba desatarse una tormenta causada por su propia mano.

Sin saber cómo sus pasos le llevaron hasta ahí se hubo encontrado en el cementerio al pie de su castillo, caminó hasta encontrarse con la primera lapida que decía en un rumano muy limpio: "Los muertos van deprisa"; Aquellas cuatro palabras habían resumido su leyenda y la de sus vampiresas: Los muertos que en la noche de Walpurgis se levantaban y hacían su voluntad con los vivos, los muertos que andaban más rápido incluso que aquellos que poseían un alma… Aquellos recuerdos tenían un toque de melancolía y el amargo sabor de los tiempos pasados; sumido en sus pensamientos se quedó observando fijamente aquella inscripción hasta que un sonido perturbó sus reflexiones; Giró su cabeza hacía donde había sido producido y delante del mausoleo la vio:

Ella, la hermosa de entre las más hermosas llevaba un lindo y sencillo vestido largo de gasa blanca que le daba un toque angelical y etéreo, y entre sus manos llevaba un ramillete de flores que se había inclinado a dejar en la puerta donde alguna vez habían reposado sus restos. Había pensado que no habría de verla ahí: tenía ese aire triste en su expresión tan parecido al de él y con las manos juntas frente a su pecho parecía hacer una plegaría mientras permanecía de rodillas

¿Qué estás haciendo aquí? – le gritó con desesperación a la joven que solo volteó a verlo y le dedico una sonrisa tierna - ¿Por qué has venido? ¿A burlarte de mí una vez más? ¿A ver lo desdichado que soy? ¡Maldita seas, maldita seas!

Seras Victoria no había respondido nada, solo volvió a poner en su rostro ese gesto de profunda melancolía y en sus ojos azules se reflejó el brillo de unas lágrimas que se negaban a salir, era tan inocente que no podía haber malicia en ella siquiera en ese momento. Sintió pena y remordimientos por ponerla así pero eso solo aumentó su rabia ya que no podía sentirse más vulnerable ante alguien y eso era algo que no podía permitirse: ella lo había cambiado, había hecho de él un ser débil y había sacado una humanidad que pensaba ya no existía dentro de sí. Enfadado fue hacía ella y tomándola fuerte de los hombros la estrujó:

El Corazón De Un No MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora