Capiulo 1

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Titus había nacido con mal fario.

Incluso antes de su llegada al mundo, su vida ya estaba sumida en la desgracia. Su madre, una adolescente prematuramente enganchada a la heroína se había dejado embarazar por un vago delincuente de tres al cuarto. Aun siendo no más grande que una pieza de fruta, Titus tuvo que luchar fuertemente contra el veneno que su madre le entregaba. El cordón que les unía, se convertía así en una cadena que los ataba inconvenientemente a ambos.

Nada hubiera cambiado en el mundo, si por un descuido la madre de Titus hubiese muerto por una sobredosis, o bien, si por influjo de las drogas hubiese tenido un grave accidente que hubiera significado la muerte para los dos. Pero para desgracia de todos, su madre era un trozo de mala hierba. Cuando uno nace en la mierda ningún olor puede apestar más que el de uno mismo. Así que estaba escrito. Lo inevitable iba a ocurrir. Titus debía existir.

Ni siquiera su primer día en este mundo iba a ser benevolente con Titus. Su madre iba a ponerse a parir en la esquina más sucia del barrio de Merintio, un barrio conocido por ser el lugar escogido por yonquis y prostitutas para sus quehaceres diarios. Entre agujas infectadas con alguna enfermedad mortal y ratas husmeando por algún tierno bocado, Titus fue arrancado del vientre de su madre como el que estira de la tierra un manojo de cebollas. Para infortunio de la especie humana, ese día de abril a media tarde, el mundo dio la bienvenida al ser más desafortunado que pisara la faz de la tierra. Nacía un ser con el olor del mal augurio. Un bebe repudiado por la buena estrella. Nacía el hombre sin suerte, y bajo su brazo traía un pedazo de pan negro lleno de gusanos.

En aquel inhóspito lugar alejado de la mano de ningún Dios, Titus trato de dar su primera bocanada de aire, pero los restos de sangre y líquido amniótico en su boca le impedían respirar con facilidad. Pintado de sangre oscura Titus luchaba por su vida ante la desdicha a la que se había visto tempranamente sumido. Por aquel entonces, su madre ya se había marchado del lugar, sin ningún tipo de remordimiento, sin mirar atrás, cortando con su boca la única ligadura real con aquel indeseable niño, y dejando poéticamente un fino hilo de sangre tras sus pies.

Abandonado. Repudiado. Titus era parte de la escena de un feo cuadro. Un bebe nacido entre la inmundicia del ser humano, el fruto de muchos de los errores de personas que jamás en su vida conocería, un ser invalidado desde su nacimiento, un despropósito en toda regla.

La mala suerte ya era algo común para Titus apenas pasados unos minutos de su nacimiento. En aquel sucio rincón donde su madre le entrego la vida y le aparto de la suya, unos ojos habían presenciado su venida al mundo. En la terraza del cuarto piso, justo enfrente del lugar de nacimiento del pequeño, y con una vista panorámica perfecta, Elisabeth, la mujer conocida en el barrio como "La Gatera" había visto expectante el desagradable espectáculo. De todos los ojos escondidos aquella tarde, los ojos de la gatera eran los más perjudiciales para el futuro del niño. Quisiera pensar que quizás si Titus hubiese tenido la buena fortuna de ser recogido por una persona con otros valores, o si alguno de los vecinos de aquel barrio hubiera tenido la voluntad o el coraje de haber llamado a los servicios sociales, Titus hubiera tenido otro porvenir, pero conociendo los hechos que han construido su vida tengo la total certeza de que nadie en este planeta hubiese podido impedir lo que le sucedería.

La Gatera, ávida como una cruel depredadora, bajo corriendo las escaleras cuando observo que su presa se quedaba sin protección materna. Su avanzada edad y sus hediondos ropajes no impidieron que la huraña vieja corriera rápida y veloz a la caza del recién nacido. Una vez allí, recogió al niño y lo embutió entre sus ropajes, se sentía exaltada, bendecida por tal tremendo tesoro.

El pobre Titus tuvo que vivir sus primeros años con aquella mujer.

La Gatera era una mujer con poca capacidad intelectual. Ella había sido la menor de tres hijas de un matrimonio que había viajado lejos del pueblo buscando fortuna. La necesidad y la poca visión de futuro de aquella pareja de pueblerinos les hicieron tomar la mala decisión de residir definitivamente en el barrio de Merintio.

Tuvieron que pasar pocos años para que sus dos hijas cayeran en la droga. Pero sin en cambio, Elisabeth, quizás debido a su poco intelecto, jamás fue tentada por ninguna clase de narcótico. Es fácil no caer en ella si no tienes a nadie que pueda ofrecértela. Elisabeth era el ojo derecho de su oronda madre, nunca salía de casa, ni siquiera para ir a colegio. Elisabeth no daba problemas y aprendía muy bien las labores de la casa, tales como cocinar platos típicos del pueblo o planchar perfectamente las camisas de su adorado padre. Elisabeth no era como sus hermanas mayores, las cuales habían reventado varias veces la puerta principal del piso aprovechando la ausencia de su padre, y sin escrúpulos y movidas como marionetas por la heroína se habían llevado los pocos tesoros que humildemente su madre había conseguido amasar. No pasaron más de diez años desde la llegada de aquellos pueblerinos a la gran ciudad, cuando la madre sufrió un ataque y murió en presencia de la menor de sus hijas. En su cabeza quedaría para siempre como su padre durante el poco de tiempo que le quedaría de vida no se cansó de exclamar que su esposa murió de pena al ver como sus hijas se prostituían por unas pocas monedas delante del portal donde ellas habían vivido en antaño. Merintio se había comido la poca buena voluntad de aquel anciano, y poco tiempo después del fallecimiento de su esposa, decidió tornarse al pueblo para al menos poder morir con un poco de paz y dignidad.

Así fue como Elisabeth se convirtió en la propietaria de un piso en el barrio de Merintio, y como, a su vez, se quedó sola para siempre hasta que encontró a Titus.

Aquel bebe era el sueño con el que había soñado La Gatera desde su más tierna infancia. Ella había sido entrenada a diario para ser como su buena madre. Deseaba ser una madre cuidadosa y amada por sus hijos. En su mente aparecían tiernas escenas maternales con las que siempre había fantaseado. Pero La Gatera no iba a ser una buena influencia para Titus. Aquella mujer había permanecido mucho tiempo sola, sin contacto con el exterior. Su trabajo era bajar cada noche a rebuscar entre la basura algo para llevarse a la boca, algún objeto extraño e inútil que ella pudiera coleccionar o algo de ropa que pudieran substituir sus grisáceos y repugnantes vestidos. Su casa no era el lugar más apropiado para un bebe recién nacido, cada centímetro cuadrado estaba ocupado de porquería. Desplazarse por aquel piso era una ardua tarea para una mujer que sobrepasaba los sesenta, el suelo era un supermercado de basura, desde bolsas llenas de botes y restos de comida, a muñecas y peluches que alguien eligió tirar al olvido. Y La Gatera llevaba tanto tiempo en el olvido, que había logrado recolectar una cantidad de mierda ingente, tantísima mierda que únicamente le quedaba un pequeño trozo con una silla y un viejo televisor donde dejaba pasar la mayor parte de las horas del día.

La primera noche de Titus en este mundo no fue entre algodones, jamás en su vida tendría tal suerte, aquella y muchas otras más noches, Titus dormiría en una montaña de bolsas de excrementos de una madre adoptiva psicológicamente inestable.

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⏰ Last updated: Mar 06, 2017 ⏰

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