Capítulo cuatro

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¡Muévanse! ¡Más rápido!—dijo uno de los médicos. —Adminístrenle epinefrina. ¿Qué es lo que tenemos?

Femenina, de treinta años aproximadamente, estaba cruzando la calle cuando un auto a gran velocidad la atropelló.

¿Signos vitales?

Apenas estables, no pudimos hacer mucho en sitio pues estaba perdiendo demasiada sangre y preferimos traerla lo más pronto.

Bien. ¡Preparen un quirófano rápido! —gritó el doctor.

El hombre observaba de cerca todo el movimiento, esperando el momento en que alguno de los hombres vestidos de blanco se acercara para decirle que todo estaría bien. El temor más fuerte que había sentido en su vida le invadió al escuchar la palabra quirófano, y sin poder resistirlo más se acercó a donde estaban.

Lo siento señor, no puede pasar.

Pero es mi esposa. —dijo entre lágrimas.

Le prometo que haremos lo necesario para salvarla.

Derek asintió y observó mientras la camilla en la que iba Briana desaparecía tras una puerta doble. Se sentó en el suelo y llevó sus manos ensangrentadas a su cabellera, llorando y gimiendo sin importar que la gente se le quedara mirando.

Tenía mucho tiempo sin rezar o ir a misa siquiera, más sin embargo en ese momento lo único que podía hacer era elevar una plegaria al cielo y rogar porque su esposa saliera de esta con vida. No supo cuánto tiempo estuvo sentando en el suelo rezando cuando sintió una fría mano posarse sobre su hombro.

Lo siento señor Reed, hicimos lo que pudimos pero las lesiones que sufrió en su cuerpo y la contusión en su cabeza fueron irreversibles.

¿Ella está...?

Así es, lo lamento.

Es mentira, tiene que ser mentira doctor, ¡ella no puede estar muerta! —gritó desesperado.

Lamento mucho tener que ser el portador de tan malas noticias pero es así. Por cierto señor Reed, ¿sabía usted del embarazo de su esposa?

¿Embarazo?—dijo Derek aturdido aún por la noticia— No... No sé de qué me habla.

Ya veo, su esposa estaba embarazada señor Reed, tenía dos meses de embarazo.

Embarazada, estabas embarazada y no dijiste nada, ¿por qué?— se preguntaba a sí mismo, aún en estado de shock.

Señor Reed, ¿quiere ver por última vez a su esposa?

.

Rebeca corrió a la habitación de su primo en cuanto escuchó sus gritos. Abrió la puerta sin tocar y encendió la luz. El pelinegro estaba envuelto en la sábana, transpirando excesivamente, en su mirada se reflejaba el dolor. Rebeca se acercó hasta su cama y lo envolvió en sus brazos como si se tratase de un niño pequeño que se levanta por la noche víctima de una pesadilla.

—Tranquilo primo, respira con calma, ha sido sólo un mal sueño. —dijo meciéndolo, acunando su cuerpo entre sus brazos.

Poco a poco su ritmo cardíaco se fue apaciguando y la calma volvía a su cuerpo. Había sido sólo una pesadilla, la más grande de toda su vida, aquella que le atormentaba desde que perdió a Briana.

—Volví a soñar con aquel momento.

— ¿Otra vez? Creí que hacía tiempo que no tenías esa pesadilla.

Dos vidas contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora