Capitulo Ocho

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—Es un lindo lugar, el que tienes aquí— comentó saliendo de la oscuridad del pasillo secando su cabello con una toalla.

Con sus ojos señaló el desastre que había quedado desde la visita de Cael y un arma tirada por ahí.

—Mi vida no es fácil— me excusé encogiéndome de hombros.

Metí las municiones en la beretta y la dejé sobre el mesón. Me dirigí hacia el pasillo con ganas de darme una larga ducha antes de dormir.

—Lesya— me llamó Christopher y me detuve en medio de la sala. Articuló una palabra pero de sus labios no salió nada. Largó un suspiro.

—¿Dónde puedo dormir?— preguntó finalmente. Me dio la sensación de que eso no era lo que quería decir en realidad.

—En la habitación principal.

—¿Y dónde dormirás tú?

—Deja de preocuparte por mi y empieza a pensar en ti— me limité a decir con tono cortante. Lo miré por sobre mi hombro unos segundos y seguí con mi camino.

—No puedo evitarlo— lo escuché murmurar, pero simulé no haberlo hecho.

¿Iba a dejarme llevar? ¿Abandonaría mi vida por hacer lo correcto y quedarme con Christopher?

No sabía porqué pero tenía una extraña sensación en el cuerpo. No sé si sería la presencia de Christopher o el rumbo que estaban tomando las cosas, la aparición de Cael, el incidente en la casa.

—¿Puedo mostrarte algo?— preguntó irrumpiendo en mi habitación. Justo cuando pretendía empezar a desnudarme.

—La próxima vez podrías tocar— dije frunciendo el ceño— ¿De qué se trata?

—Necesitarás un espejo— dijo y lo guié al baño, al abrir la puerta me ubicó justo frente al espejo— Cierra los ojos.

—¿Es en serio?— cuestioné y rió levemente.

—Hazlo— pidió y lo hice.

Dejé de sentir el peso de sus manos sobre mis hombros después de eso. Percibí un hormigueo en la espalda acompañado de suaves punzadas, agradables dentro de todo.

—Tanto Ángeles cómo Demonios son fáciles de reconocer por sus alas— dijo— Y a la vez se pueden diferenciar la variedad de tipos de Ángeles y Demonios a través de ellas.

Fruncí el ceño levemente analizando con cuidado lo que decía. Abrí los ojos cuando me lo indicó.

—¿Christopher?— balbuceé al no verlo detrás de mi.

—Sigo aquí— dijo detrás de mi, pero seguía sin poder verlo— Una característica común entre las alas de Los Demonios es el color, negras, y en el caso de Los Ángeles, blancas.

—¿Qué, qué hiciste?— cuestioné y retrocedí dos pasos, tropezando accidentalmente con él—¿Qué son?

—La prueba de que eres un Ángel Caído— respondió ubicándose a mi lado.

De mi espaldas nació un par de alas, enormes en comparación con mi tamaño, curiosamente hasta la mitad eran de color negro y la parte de abajo era blanca, con una que otra pluma oscurecida. En los extremos llevaba una garra escalofriante y afilada. Me estremecí. Me volví hacia él con cuidado de no golpear algo con las alas.

—¿Se supone que deberían ser blancas, cierto?

—Si te quedas conmigo te prometo que lo solucionaremos— dijo tomando una de mis manos entre las suyas. Dudé— Por favor Lesya, te extraño.

—No sé si pueda volver a la Lesya que era antes— murmuré bajando la mirada— No quisiera decepcionarte o hacer que las cosas se pongan feas para ti.

—Te dije que Phantos no puede tocarnos, no tienes de que preocuparte.

Llevó su mano libre hasta mi mejilla acariciando mi piel con su pulgar, se inclinó y presionó sus labios contra los míos. Tardé unos segundos en responderle.

—Te amo Lesya, eres todo lo que necesito— susurró sobre mis labios despertando sensaciones que creía muertas.

Tomó mi labio inferior entre sus dientes y tiró suavemente. Sonreí. Sus labios se desviaron por mi cuello, la sonrisa en mi rostro desapareció con el ruido del timbre.

—¿Recibes muchas visitas?— preguntó alejándose.

—No. Tienes que desaparecer...— callé al darme cuenta que mis alas ya no estaban— Olvídalo.

Salimos del baño y le indiqué que me esperara en la habitación mientras iba a ver de quién se trataba.

—Emerick, hola— lo saludé con una sonrisa y puse un pie afuera para abrazarlo. Me quedé quieta. Entonces me percaté de que no estaba solo— ¿Podemos hablar?

—Si, claro— respondí echándole un vistazo a la sala.

Christopher se encontraba parado ahí con el ceño fruncido. Le guiñé un ojo para calmarlo. Salí del departamento y cerré la puerta detrás de mi.

—Me enteré de lo que ocurrió en la casa de Christopher, gracias a Dios estás bien— habló Cael en un tono de voz bajó, fruncí el ceño.

—¿De qué se trata esto?— pregunté alternando la mirada entre Cael y Emerick.

—Descubrí algo sobre Christopher y tenemos que irnos. Ahora— dijo rápidamente Cael, y negué con la cabeza desconcertada.

—¿Qué? No. Conozco a Christopher, él es bueno.

—¿Estás segura?— inquirió. Por supuesto que estaba segura— Sé lo que te digo, Lesya, tenemos que irnos.

—¿Qué descubriste?— pregunté.

—Será mejor que nos dejes— le dijo Cael a Emerick que nos miraba confundido. Asintió hacia mi y se marchó— Christopher no es quien nos hizo creer. Dices que lo conoces, dime que no has notado nada extraño en él y me iré.

—Sigue siendo el mismo de hace diez...— me callé un momento.

—La próxima vez podrías tocar— dije frunciendo el ceño— ¿De qué se trata?

Cuando vivía con Christopher nunca había entrado en la habitación sin tocar antes o avisar que entraría.

—Hazlo— pidió y lo hice.

Generalmente decía por favor.

Llevé dos de mis dedos con confusión hasta mi labio inferior.

—Nunca me había mordido antes— murmuré más para mi que para Cael. Me volví hacia la puerta de mi departamento— ¿Qué descubriste?

—No podemos hablarlo ahora, nos queda poco tiempo— dijo tomando mi antebrazo.

—¿Cómo diste con Emerick?

—Larga historia— respondió rodando los ojos. Estuve a punto de irme con él, pero me detuve a mitad del pasillo.

—No puedo hacerlo— dije— Christopher es todo lo que tengo ahora.

—Por favor Lesya, la gran Lubov ¿se deja manipular con un beso y palabras cursis?— inquirió— Aún me tienes a mi.

—Lo siento, yo...

—Te demostraré que no es quien te hizo creer.

—¿Qué tienes en mente?

El Demonio de ÁngelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora