Capitulo Tres

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Noté que algunos toma corrientes llevaban protectores plásticos.

—Disculpe mi intromisión señor, ¿tiene hijos?— cuestioné y se detuvo de repente hacia los toma corrientes que yo había visto.

—Si, ¿algún problema?

—Ninguno, los niños son adorables.

¿Cómo pude pasarme eso por alto?

—Hablando de niños, ¿cuántos años tienes?

—Veintiséis— mentí con una sonrisa.

Dudó algunos segundos y se dio la vuelta para abrirme la puerta del baño.

En eso una pequeña niña salió corriendo de algún lado hacia los brazos de su papá. La niña al verme le preguntó a su padre quién era yo pero el candidato la ignoró indicándome cuál era el problema con las cañerías. Dejé mi caja de herramientas en el suelo y me dispuse a arreglar lo que había dañado hasta que el hombre se descuidó gracias a la niña.

Con la llave de metal entre mis manos me levanté del suelo y sin pensarlo dos veces golpeé al hombre en la cabeza: cayó al suelo instantáneamente. Con el ruido que produjo escuché a la niña llamar a su papá. Tiré la llave sobre la espalda del cuerpo inerte y salí en busca de la pequeña.

—¿Qué fue ese ruido?— preguntó peinando su muñeca.

—Tu papá se golpeó con la caja de herramientas, pero ya está bien. No tienes de qué preocuparte.

—¿Puedo verlo?

—No puedes... Me dijo que quería jugar a las escondidas contigo— le dije con una sonrisa. Su rostro se iluminó— Ya empezó a contar así que deberías ocultarte.

—De acuerdo, ¿dónde?— se puso de pie rápidamente mirando a todos lados.

—En el armario— respondí empujándola hacia allá— Yo lo mantendré ocupado para que no te encuentre.

—¿Y cómo sabré cuando salir?

—Yo vendré a buscarte— respondí y asintió encerrándose en el armario.

La falsa sonrisa en mi rostro desapareció, me dirigí al baño de nuevo y el hombre estaba despertando. Recogí la llave de su espalda y lo golpeé en la cabeza hasta que estuviera completamente muerto. Le tomé el pulso en el cuello para estar segura. Recogí mis cosas y me lavé tanto las manos como el rostro en el lavamanos antes de irme. Bajé las escaleras saltándome un escalón y al salir cerré la puerta con cuidado para que la niña no me escuchara.

[...]

Me estacioné frente a la comisaría como de costumbre y saqué mi cámara. Fotografié un auto en específico y preparé mi disfraz: una peluca, anteojos y un gran abrigo que me hacía lucir gorda, sin contar el maquillaje para lucir mayor. Me bajé del auto dirigiéndome hacia la comisaría, al entrar me topé con un oficial moreno que se me quedó viendo por algunos instantes. Recordaba ese rostro de algún lado. Me acerqué a la señora detrás del recibidor.

—Buenas noches— hablé revelando mi innato acento ruso— Quisiera hablar con el Sargento de la estación, por favor.

—¿De parte de quién?

—Lubov— respondí y la señora asintió marcando un número en el teléfono. Mantuve un poco de distancia mientras hablaban para no ser tan obvia.

—... No hay ningún tipo de huellas, el asesino fue listo. Fue la niña la que descubrió el cuerpo y alertó a sus vecinos...— escuché de un hombre detrás de mi.

El Demonio de ÁngelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora