Capitulo Cinco

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—Lesya, ¿con quién te metiste?— preguntó afincando ambas manos sobre la barra. Saqué el arma y le apunté a la cabeza— ¿En serio quieres intentarlo de nuevo?

—Tengo suficientes armas para intentarlo todo el día— dije— Tú decides.

—De acuerdo, me iré— desistió. Se dirigió hacia la puerta con ambas manos arriba al nivel de la cabeza—No importa qué te hayan hecho creer, Lesya. No eres un demonio y yo puedo demostrarlo.

—No quiero verte de nuevo por aquí— mascullé y asintió cerrando la puerta.

Dejé el arma sobre la barra y volví a mi habitación para vestirme. Si no era un demonio, entonces ¿qué era?

Algo no estaba bien. La repentina aparición de Cael, que estuviera siguiendo los pasos de Lubov y lograra descubrir que yo era Lubov; antes que la policía o cualquier otra persona. Porque sabía que en las calles varios me buscaban por una u otra razón.


[...]


Estacioné mi auto frente a la entrada principal de la biblioteca para sacar algunas fotografías. Acababa de espichar los neumáticos de las patrullas en la estación de policía y ahora tenía que seguir a uno de los detectives a cargo. En todo el tiempo que llevaba siguiéndolo nunca lo había visto por estás zonas, mucho menos en una biblioteca tan antigua.

Alrededor de dos horas después ya me encontraba acostada en el asiento de atrás completamente aburrida.

—Gracias— escuché una voz masculina y me senté rápidamente.

Vi a Christopher saliendo de la biblioteca, estaba sosteniéndole la puerta a Cael. Ambos bajaron las escaleras sin siquiera mirarse y se dirigieron a sus respectivos autos. Como si no se conocieran, lo que está bien porque no deberían conocerse.

Maldición, claro que se conocieron. Cuando sacamos a Cael de la casa de Belarion, ahí se vieron por primera vez. Espero que ninguno se acuerde del otro y que en realidad haya sido una simple casualidad. ¿O acaso Cael estaba recurriendo a Christopher por ayuda?

Me pasé al puesto del conductor y puse el auto en marcha.

El sol ya empezaba a ocultarse y faltaba poco para la hora en la que se realizaría la entrega. Mientras manejaba visualicé a un par de oficiales a pie, bajé la velocidad y saqué mi pequeña arma con silenciador. Apunté y le disparé a ambos. Guardé el arma y aceleré de nuevo. Eso los mantendrá ocupados unas horas.

Tenía pensado en secuestrar a alguien pero eso toma mucho trabajo y tenía poco tiempo. Así que decidí crear un incendio en la casa de alguno de los integrantes de Inteligencia.

La primera casa, por suerte, estaba vacía en ese momento. O eso parecía. Estacioné mi auto justo al frente.

Saqué tres botellas de vidrio vacías, las llené con gasolina y aceite de motor de autos, tapé la boca de las botellas con un trapo previamente mojado con nafta y las sellé con un corcho encima del trapo.

Me bajé del auto con las tres botellas y un encendedor, me aseguré de que no hubiera nadie cerca; encendí la primera y la tiré por una de las ventanas de al frente. Me fui por unos de los costados y tiré la segunda. La tercera la aventé dentro del garaje. Me subí a mi auto rápidamente dejando la casa en llamas. Eso también los mantendrá ocupados.

Y por ultimo, para asegurarme de que hubiera suficiente caos por una noche, robaría un restaurante.

[...]

Me estacioné a algunos metros del punto donde se realizaría la entrega de la mercancía. Debía estar lo suficientemente cerca para poder detectar a alguna patrulla, pero sin incomodarlos. Al cabo de diez minutos cuatro camionetas negras pasaron junto a mi auto a toda velocidad, las seguí con la mirada hasta que se detuvieron frente al camión rojo.

Tres hombres se bajaron de la segunda camioneta y dos del camión. Mientras ellos discutían sus intereses, me dediqué a preparan algunos cócteles Molotov para pasar el tiempo.

¿Habrá sido realmente una casualidad que Cael y Christopher estuvieran en el mismo lugar?

Cael tuvo que llegar antes que Christopher claramente, cuando salieron ni siquiera se despidieron o se tomaron al menos unos segundos para verse. Tal vez sólo estoy poniéndome paranoica.

Escuché el motor de las camionetas poniéndose en marcha y decidí encender mi auto también. Di la vuelta y empecé a conducir de regreso, un kilómetro después escuché unas sirenas acercándose. Tiene que ser una broma. Saqué un cóctel y apenas la patrulla apareció en mi campo visual, lo encendí lanzándolo al capó de esta; más adelante explotó el cóctel y con él la patrulla.

El ruido de las sirenas aún continuaba, tomé más cócteles Molotov para encenderlos y lanzarlos a las próximas patrullas. Y mi pequeño plan iba bien hasta que divisé un auto negro en el carril derecho; con sólo ver la placa ya sabía de quién se trataba. Antes de que fuera demasiado tarde para intentar detenerlo giré el volante hacia la derecha, cruzándome en su camino. Aplicó los frenos y su auto se detuvo a pocos centímetros del mío.

Las luces de su auto iluminaban mi rostro casi encandilándome de la misma forma que, seguramente, mis luces a él. Por unos segundos ninguno de los dos se movió.

Busqué mi celular y marqué a su número, en el segundo repique contestó:

—Vuelve a casa— dije.

Los focos se apagaron y pude ver como se bajaba de su auto con el celular en la oreja. Apreté mi mandíbula siguiéndolo con la mirada hasta estar junto a mi puerta. Colgué y dejé mi celular en el puesto de copiloto antes de bajarme del auto.

Nos encontramos frente a frente por primera vez en diez meses. Bajó su celular guardándolo en el bolsillo posterior de su pantalón.

—Necesito que muevas tu auto— pidió con clara indiferencia hacia mi.

—Ya no hay nada que puedas hacer. Los traficantes se fueron.

No dijo nada. Sólo se quedó ahí, parado frente a mi, mi corazón latía con fuerza y un nudo se apretaba cada segundo más en mi garganta.

Por más insensible que me había vuelto no podía evitar quebrarme al tenerlo frente a mi después de tanto tiempo.

El Demonio de ÁngelesWhere stories live. Discover now