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Tal y como había visto. La Espada que le había entregado la Diosa blanca había brillado de una manera sin igual y desapareció de sus manos.

El Neburí no le dio explicaciones y sólo siguió su camino hacía las personas que sobrevivieron.

[...]

La Diosa se encontraba en medio de la batalla frente al Rey Demonio. Estaba algo debilitada, usaba todas sus fuerzas pero hasta el momento no daban resultado.

Miró a los cielos. A pesar de la neblina y oscuridad que estaba provocando el enemigo, unos pequeños brillos aparecieron ante ella.

Algo desconcertada y sorprendida, pero sin demostrarlo en su rostro pálido. Alzó su brazo hacía el esplendor. Poco a poco comenzó a tomar forma hasta que pudo sujetarlo.

En sus manos se encontraba la Espada Maestra que ella misma había entregado al guerrero que fue prisionero.

La mujer se limitó a sonreír vagamente. Acercó el filo del arma a su rostro para contemplarla y mirar su reflejo. Cerró los ojos y comenzó a rezar.

-Mi reino, mis queridos Hylianos, mis seres humanos... -Rezó Hylia en su mente-. Vivid y pasad mi legado a sus hijos. A los límites más altos de los cielos, más allá del mar de nubes, donde las garras de los demonios no les alcancen... -.

Hylia abrió los ojos y bajó la espada cuando estaba a sólo centímetros del suelo. Respiró profundo, cerró los ojos nuevamente y recitó.

-¡Proteged la trifuerza, el legado de los Dioses, de las manos de los demonios! -Dicha estas palabras, movió la espada y sus brazos en un suave ritmo. Fue hacía arriba y bajo con gracia-.

Y ante aquello, la mujer levantó la tierra. Formando una gran ráfaga de aire que levanto la tierra por completo. Elevó la espada hacía arriba. Ésta comenzó a brillar tal como lo hizo en las manos Link en cuanto aparecieron los dragones. Y de la misma forma desapareció.

La diosa ya sabía el rumbo del arma. Miró hacía el frente, y el Rey Demonio mostraba sus filosos colmillos.

[...]

La gente corría desesperadamente hacía el castillo. Los niños corrían de la mano de su madre sin saber con exactitud lo que pasaba, y los más pequeños, lloraban en los brazos de sus padres, quienes pudieron sobrevivir a la cruel batalla.

Link les había explicado a los generales que todo el mundo debía entrar al castillo lo más rapido posible. Tal como le había pedido el ave sagrada. Estos le ayudaron a organizar a la gente y a guiarla.

Uno de los soldados le prestó ayuda con la herida que tenía en el costado pero el caballero se negó a pesar de su deplorable condición. Cada vez quedaba menos gente en el pueblo. Link se encargó de revisar si no nadie allí.

Y ahí mismo, cuando el hombre estaba por entrar al castillo, un esplendor se posó en la tierra frente a él. Esto pareció algo intrigante para el joven quien se acercó a mirar, pues reconocía ese brillo como el de la espada que se le encomendó.

Rodeó con su mano aquel brillo. Cada vez más se debilitaba y y de un momento a otro estaba sosteniendo la Espada Maestra. Yacia clavada en el suelo y con esa extraña marca aún tallada.

La empuñó con ambas manos y ejerció algo de fuerza para levantarla. No fue tan difícil aunque le dio un ligero dolor en su herida. Miró el filo notando su reflejo. No podía darse por vencido, debía luchar por la tierra de su diosa, hasta los últimos minutos de su vida.

Permaneció de pie en el umbral de la gran puerta, toda la gente estaba en el patio. Sólo corrían unas pocas personas que estaban atrasadas.

-¡Vamos a los cielos! ¡Reuniros en el castillo! -Gritó un general-.

El Héroe CaídoWhere stories live. Discover now