SANIDAD INVISIBLE

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Mi apartamento, donde puedo estar realmente cómoda, me recibe tan confortable como siempre. Mis padres se han encargado de enviar a Lou, mi nana, a limpiar el apartamento en el día, y de paso, dejar algo preparado para cenar, pero en esta ocasión, el batido que pedí en el gimnasio me llenó, sabía que pasaría, por eso le dije a Lou que no me preparara comida. Mis padres no están de acuerdo con que haya dejado el nido, por lo menos, no como ellos hubiesen querido: felizmente casada. Ellos no aprueban que una mujer viva sola en un apartamento, con mi hermana les figuró aguantar porque ella se fue a estudiar un posgrado a España. Ellos aún no saben que mi hermana vive hace un año con su pareja, ¡Eso los decepcionaría! Son muy tradicionalistas, y debo reconocer que tengo un poco de ese tradicionalismo arraigado en mí.

No se me apetece acostarme, pero sí estar sentada frente al balcón, cubierta con un edredón, pues la brisa de la noche está algo fría, y una copa de vino, que sé que no ayuda para nada, pero necesito sacar esta tristeza de mi sistema. Desde que estoy padeciendo con esta atracción ilógica, he querido que Máximo me vea en un ambiente diferente al de la UCI del tercer piso y hablar de algo distinto a interacciones medicamentosas, errores de prescripción, posologías erróneas, entre otras cosas que encuentra en sus seguimientos terapéuticos a los pacientes del piso, y como se ve a leguas, al hombre le gusta ejercitarse, quería que me viera en esa faceta, quería que se sorprendiera al ver cómo domino las barras sin verme machorra en ellas, quería que viera mi cuerpo trabajado y se diera cuenta que compagina con el suyo, pero hoy solo siento una molestia intensa porque mi deseo se cumplió, solo que el saber que tiene una relación, ¿Qué digo? ¡Lo que tiene con Anabelle no llega a ser siquiera un vacilón! Es un affaire, es encontrarse en un motel, satisfacer sus bajos instintos y luego salir de allí. Últimamente, mis deseos se cumplen, pero no como espero que se cumplan.

Echando cabeza con respecto a lo conversado con Anabelle y su séquito, es decir, lo que conversamos antes de que Máximo Peláez hiciera su aparición en aquel lugar, todos los que me conocen creen que no soy yo sin tener a Andrés a mi lado, eso es una muestra de la misoginia de la sociedad, y específicamente en la aristocracia de este país; piensan que una mujer no puede lograr las cosas que se propone si no tiene un hombre al lado, que no puede ser feliz sin un hombre, y mucho menos, sin hijos; yo personalmente, deseo con ganas tener un esposo y un hijo, y estuve muy cerca de lograrlo, pero no se pudo, y mis allegados no pueden contemplarme como persona sin tener a Andrés a mi lado. Recuerdo cuando conocí a Andrés Savignano, llegando al mismo hospital donde estoy laborando, cuando yo era solo una estudiante de cuarto semestre de Medicina, cuando iba a comenzar el curso rápido de ser la que le hace los mandados a los médicos de turno y a los especialistas: a llenar los documentos para solicitar a la Gerencia del hospital autorizaciones para medicamentos de alto costo, transcribir las disposiciones del especialista a cargo en las respectivas rondas médicas, entre otras tareas. Andrés ya era médico y estaba comenzando a estudiar la especialización en Medicina Interna, entró con cuatro de sus compañeros y el especialista de turno en un piso de Hospitalización. Como toda niña inexperta, no podía quitarle la mirada aunque por dentro estuviese luchando para dejar de hacerlo. Desde el primer día, el especialista de turno nos puso en pareja para trabajar juntos, y allí nos conocimos más, me di cuenta que mis temores de no interesarle por mi peso de aquel entonces eran infundados. A los cuatro meses de conocernos Andrés declara su amor hacia mi mientras estábamos en una fiesta con amigos en común, a partir de ese instante, fuimos inseparables, hasta que me tuve que ir a hacer el rural a un hospital en el área metropolitana de la capital del país, primero nos comunicábamos a diario, muy a pesar del estado en el que me dejaban los turnos de 18 horas, siempre tenía tiempo para hacerle una llamada, pero con el tiempo dejó de contestar mis llamadas; solo una vez fue a visitarme, en esa ocasión, él se volvió a portar como al principio de nuestra relación, el sexo era magnífico, pero aún así, intuía que algo pasaba con él, pero dejé de echarle mente a ese pálpito cuando me propuso matrimonio en casa de mis padres, acompañados de sus padres, en el día de mi cumpleaños, ¡No recuerdo haber tenido tanta dicha como en ese instante! Días después de la propuesta de matrimonio el pálpito era cada vez más fuerte y decidí persuadirlo a que me dijera lo que pasaba, pero él no declaraba nada. Los preparativos para la boda no fueron placenteros para mí, no pude subir a esa montaña rusa de emociones que siempre me han pintado que sería, intuía que lo que podía ser una linda boda, no sería la antesala de un matrimonio feliz, y un día, cuando fui a visitarlo a su apartamento, lo sorprendí atendiendo una llamada inoportuna a su celular, pero no lo quise presionar, me hice la desentendida, aún estaba convencida de que podríamos ser la familia Savignano De Alba, que podríamos superar este impase y seguir, no me di cuenta de lo equivocada que estaba.

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⏰ Last updated: Feb 11, 2017 ⏰

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