De su olor.

De su opinión.

De que también lo arrinconaran por envidia, pues en muchos ámbitos de la mecánica era el mejor de todos aquellos espurios.

Tomó una silla cualquiera y se subió a ella de un salto antes de tomar aire para llegar casi de puntillas a la tercera que se encontraba apilada; la suya. Con ambas manos sujetó las patas antes de levantarla en peso.

No se tambalearía, rogaba porque no. Su orgullo no se lo perdonaría.

Max, junto a dos de sus amigos, miraba expectante y con sonrisa petulante la escena.

Louis pegó de nuevo los talones al asiento al que estaba subido y respiró hondo cuando sus brazos sostuvieron en alto la silla. Echó una mirada a su alrededor y, tomando un breve impulso, la soltó al suelo para luego retomar el equilibrio. La silla cayó de pie; sus cuatro patas chocaron contra el piso en un golpe seco. El omega siquiera se permitió jadear.

Sonrió.

De un salto se bajó de la otra y la tomó antes de dirigirse con ella hacia su mesa. Negó con la cabeza cuando pasó por delante de Max.

—Ridículo...

El otro hubiera ladrado, incluso pretendía acercarse a él si no fuera porque un profesor, beta, ingresó en ese momento en la habitación, dando un afable buenos días a sus madrugadores alumnos.

Louis tomó asiento en su lugar. Rápidamente bajó su mochila del pupitre y dejó escapar el resoplido contenido en su pecho cuando se agachó a sacar sus cuadernos.

Que hubiera aprendido a sobrellevar todo aquello no restaba lo agotador que seguía siendo. Que no le afectara...

Ya no se trataba demostrárselo a sí mismo, sino también de aparentar.

Siempre forzar.

Exhaló antes de pasarse el antebrazo por su frente y retirar unas pequeñas gotas de sudor. Centró por fin su completa atención al profesor.

'Vamos, se suponía que iba a ser un buen día'

...

Tenía que hablar con Dani. No lo había llamado en todas las vacaciones.

A principios de mes, ya las clases en la universidad volvían a comenzar para Harry. Ni siquiera fue consciente de cómo el tiempo había pasado tan rápido. La estancia en Plymouth pareció ser fugaz al igual que casi las tres semanas en Dublín. Había sido un viaje de locos, mochileros y lleno de descuidos.

Sin embargo, con todo ello, también el verano más alucinante de su vida.

Las semanas pasaron a un ritmo vertiginoso. Ya se encontraba en la segunda del nuevo curso y no podía sentirse más agitado. Aquel día, siquiera había podido pegar ojo la noche anterior.

Ni la otra a decir verdad.

Le agobiaban las nuevas clases, el apretado horario, las asignaturas optativas en las que se había matriculado de más y el curso de alemán que empezaría en cinco días. Una pesadez en los hombros también lo había acompañado las últimas horas, junto a un ardor de estómago que apenas le permitía probar bocado con gusto. Niall estaba cansado de gritarle que le terminaría dando un ataque cardiaco si seguía así. Le decía que se relajara.

Eso y que lo acompañara a la inauguración del nuevo garito del campus.

Fue entonces cuando Harry le ladró que saliera de la habitación. Por dios, debía ordenar el montón de apuntes de las asignaturas que tuvo esa mañana. Y encima le estaba comenzado la jaqueca. Una extraña sensación hormigueaba su cuello mientras intentaba centrar su mente en el montón de papeles.

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