Capítulo IX

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            El bendito cacharro; el último grito en telefonía según aquel beta de la tienda de móviles que parecía alucinar con el modelo, lo más fascinante del mercado; ese

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El bendito cacharro; el último grito en telefonía según aquel beta de la tienda de móviles que parecía alucinar con el modelo, lo más fascinante del mercado; ese... se había quedado sin batería. Lo comprobó cuando hizo una parada en Bristol para estirar las piernas y tomarse un café solo que su cuerpo ya demandaba. En dos horas de camino no le había llegado ningún mensaje y, al volver a emprender el viaje, presenció como el aparato había prácticamente muerto en sus manos.

Vale, quizás no lo había cargado en los últimos tres días. ¡No estaba acostumbrado! Apenas utilizaba el teléfono para llamar a sus padres o quedar con algún amigo. Para mandarle mensajes amenazantes a Niall, sobre todo. Primera vez que le importaba eso de estar disponible u oír los sonidos del aparato y este le fallaba. Genial.

Abrazándose a la resignación, las siguientes dos horas de conducción las pasó al menos distraído. Guns N' Roses le había amenizado el trayecto con aquella joya convertida en álbum recopilatorio de grandes éxitos, lanzado al mercado tres años atrás. Se atrevió a canturrear las canciones tras ponerse gafas de sol cuando unos rebeldes rayos solares se atrevieron a colarse entre las castizas nubes que se empeñaban en encapotar siempre el cielo británico. Había sacado incluso una mano por la ventanilla, haciéndola danzar junto al viento, al son de "November Rain"; cuanto menos adecuada. Era cierto que nadie juraría que a Harry le gustara un grupo así.

A las cinco menos cuarto de la tarde, el cartel que daba la bienvenida a la ciudad de Plymouth lo hizo sonreír. Visualizar el mar; el enorme horizonte azul a lo lejos que bien podía seguir pasando por ignoto, como lo narraban las historias de piratas, esas con barcos corsarios de allá por el mil setecientos... Sonrió, negando con la cabeza. Los graznidos de las gaviotas, el ritmo poco acelerado, la gente y alguna cara conocida. De repente tuvo ganas de pasear por el puerto o acercarse al faro. Oler mar. Sin más. Todo demasiado místico y poco él.

Simplemente le apetecía.

Como siempre, un hueco para estacionar su vehículo estaba disponible, justo enfrente de la casa de sus padres. O su casa. ¿Lo seguía siendo? Eran cuanto menos raras las cuestiones que planteaba la independencia; esa sensación de pasar a sentir como hogar más de un lugar. Patrice tendría su Mercedes en el garaje, pues Harry siempre prefería dejar su coche aparcado en la calle para que fuera más cómodo el ir y venir.

Metió en uno de los bolsillos de su chaqueta su inservible teléfono móvil, no sin antes haberlo apreciarlo con cierta inquina. Descansó en su antebrazo el abrigo antes de dirigirse al maletero para sacar el bolso, el cual se colgó de inmediato en el hombro derecho. Un leve pitido anunciando la activación de la alarma del coche mediante cierre centralizado. Fue entonces cuando resopló con pesadez al no sentir su billetera en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Esa punzada en el pecho cuando la mano no encuentra lo que debería; esa que bien podía ser considerada como un serio mini infarto. Largó un suspiro de alivio cuando, palpándose como un pulpo recién salido del agua, la halló en el bolsillo de al lado. Le pasaba eso tantas veces...

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