Capítulo 1

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  Su majestad el príncipe Oh Se Hun llegó a su preciosa propiedad escocesa poco antes de las ocho de la mañana. Como de costumbre, todo estaba preparado y arreglado para su llegada con el lujo y el detalle a los que tenía derecho por nacimiento. Una limusina de cristales ahumados lo había recogido en su aeropuerto privado donde poco antes había aterrizado su avión. Nadie se había acercado a él en ningún momento, pues de eso se cuidaba mucho su personal, ya que a Sehun le gustaba mantener su privacidad y era un hombre muy reservado. Tras hacerle unas cuantas preguntas al encargado de su propiedad escocesa, Zhang Yixing (Lay), que lo acompañaba en la limusina, ambos se habían sumido en un cómodo silencio. El único camino que llevaba hasta el Castillo Strathcraig era de tierra y serpenteaba durante unos veinte kilómetros a través de praderas verdes rodeadas de montañas azuladas. El abrumador y majestuoso silencio de aquel paisaje y su maravilloso cielo azul recordaban a Sehun el desierto, que amaba con la misma pasión que aquel lugar. Sehun siempre buscaba el resguardo y la fuerza de la naturaleza tras haberse visto sumergido en la frenética vida de la ciudad. La limusina comenzó a descender hacia el frondoso valle donde estaba situada su propiedad cuando un rebaño de ovejas obligó a detenerse al vehículo. Junto a él también había esperando una mujer de pelo blanco en bicicleta. Al llegar a su lado, Sehun giró la cabeza y se dio cuenta de que no se trataba de una mujer mayor, sino de una chica muy joven de pelo rubio platino y no blanco. Se trataba de una joven delgada y graciosa de enormes e inteligentes ojos y boca pequeña y atractiva. A pesar de que no llevaba ropa elegante, nada podía ocultar que tenía un cuerpo tan puro y bello como el de aquel ángel que Sehun había visto una vez en un manuscrito. Sin embargo, no hubo nada de angélico en la instantánea descarga de deseo que Sehun sintió por aquella mujer y que fue tan intensa, que lo sorprendió, ya que hacía mucho tiempo que no se sentía atraído tan fuertemente por una mujer. -¿Quién es esa mujer? -le preguntó al encargado del castillo, que estaba sentado frente a él. -_______ Ross, majestad -contestó Lay-. Me parece que está contratada como doncella de limpieza en el castillo -añadió al ver que el jeque no se daba por satisfecho. A Sehun jamás se le ocurriría acostarse con una empleada y enterarse de que trabajaba para él de criada lo molestó sobremanera, pues era un hombre muy exigente en sus gustos. -No la había visto nunca -comentó. -A _______ Ross no le gusta llamar la atención -contestó Lay. -Pero supongo que estará acostumbrada a llamarla, teniendo en cuenta lo bella que es -comentó Sehun. -No creo porque, por lo visto, su padre es un tipo muy religioso con fama de ser muy rígido en casa -le explicó haciendo una mueca de disgusto. Al darse cuenta de que la estaba mirando fijamente, Sehun apartó la mirada justo en el momento del que el vehículo iniciaba la marcha de nuevo. Lo que el encargado del castillo le acababa de comentar lo había sorprendido y Sehun se preguntó dónde terminaba la devoción religiosa y empezaba el fanatismo. La vida de Strathcraig giraba en torno a las actividades de la iglesia y las gentes que allí vivían tenían un código de valores diferente al que reinaba en el ambiente más liberal de la alta sociedad. Por allí, la gente era muy conservadora, lo que sorprendía a los que llegaban de fuera, y Sehun suponía que aquello se debía a que aquel lugar había quedado aislado del mundo durante mucho tiempo. Se encontraba muy a gusto allí, mucho más a gusto que inmerso en una cultura más laxa, ya que en Dhemen, el reino de Oriente Medio donde había nacido, la disciplina también fuera estricta y él estaba acostumbrado y le gustaba. Allí, era muy fácil diferenciar el bien del mal, y el bien común siempre estaba por encima del bien individual. Poca gente se atrevía a saltarse aquellas normas tan claras, y los que lo hacían tenían que sufrir el rechazo social. De igual manera, Sehun aceptaba las limitaciones que el destino le había impuesto y sabía que cada vez que se acostaba con una mujer no conseguía más que sustituir durante unas horas a la mujer a la que realmente amaba, una mujer con la que jamás podría estar. A sus 25 años así era su vida aunque no le gustara. Su familia se esforzaba en presentarles a mujeres para ver si alguna le gustaba y decidía casarse. A lo mejor, eso era exactamente lo que tenía que hacer, escoger a una de las candidatas y dar el paso. Sehun era consciente de que había muchas mujeres que estarían encantadas de casarse con él porque a cambio tendrían hijos, riquezas y el prestigio de tener una maravillosa posición social. En aquella ecuación no había lugar para el amor y así debía ser. En su mundo, el matrimonio estaba regido por el pragmatismo, los contactos familiares y, sobre todo, la idea de tener un heredero. De momento, su padre respetaba profundamente su deseo de permanecer soltero, pero Sehun era consciente de que era el siguiente en la línea de sucesión y de que, tarde o temprano, él también tendría que casarse y dar un heredero al reino. Para él, el hecho de no poseer ni un solo átomo de romanticismo en su cuerpo era una gran satisfacción, pues le había permitido mantener su temperamento apasionado a raya. Era un hombre que siempre se enfrentaba a la verdad por muy difícil que fuera, jamás cometía estúpidos errores y era consciente de la familia en la que había nacido y de las responsabilidades que aquello entrañaba, así que sería mucho más inteligente por su parte aceptar la necesidad de encontrar esposa en lugar de perder el tiempo admirando a una guapísima pero completamente inaceptable mujer occidental que no era nada más que una doncella...  

La novia Inocente -SeHun y tú- LEMONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora