Capítulo 4

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La mañana siguiente, decidí que algo debía estar seriamente mal conmigo, porque por segunda vez seguido me desperté antes de las siete. Cuando pestañeé mirando hacia el reloj y vi que las 5:04 a.m. me miraba de regreso, de momento me pregunté si la cosa estúpida estaba rota. Pero afuera de mi ventana, una neblina morada colgaba del horizonte y pájaros cotorreaban en los árboles, anunciando el amanecer por venir. Me quedé debajo de mi edredón por unos minutos esperando a ver si me podía quedar dormida otra vez.

No pude.

Había un tic reconocible en mis músculos, algo que no había sentido en meses, y gemí al darme cuenta de su significado—necesitaba hacer ejercicio.

Uf, cuerpo. ¿Qué diablos te pasa?

Había bastante tiempo antes que empezara mi turno en Kandy Kane, así que me salí de la cama y me puse un sostén deportivo y un par de shorts atléticos. Mis tenis todavía estaban en mi maleta—nunca pensé que realmente saldría a correr mientras estuviera aquí—y después de amarrar los cordones, agarré mi iPod y me dirigí hacia la puerta principal.

Afuera el aire estaba fresco y vigorizante, y respiré profundamente antes de correr bajo las escaleras de madera y hacia la mañana. Correr era algo que siempre hacía con Elliot. Era su manera de mantenerse en forma fuera de la temporada de fútbol, y cuando empezamos a salir, me empezó a llevar en sus recorridos diarios.

"Te lo advertí," recuerdo haberle dicho la primera vez que me hizo ir con él. Sólo habíamos dado una sola vuelta alrededor de nuestro vecindario antes que estuviera completamente sin aire. "No estoy hecha para este tipo de tortura. Soy una nadadora."

Elliot, quién no había sudado una gota, me sonrió. Era una de esas sonrisas de lado que me hacía sentir mariposas en la panza. "Entonces deberías estar en buena forma."

Lo miré enojada desde el área de pasto dónde había caído exhausta. "Estoy en buena forma—para nadar."

Mis tíos tenían una casa de lago así que aprendí a nadar a temprana edad. Pasé los veranos flotando bajo el sol y esquiando en el agua brillante. En mi primer año de la preparatoria, fui la única chica de mi curso que entró al equipo. Pero sólo porque podía nadar ocho kilómetros sin sudar significaba que podía correr la misma cantidad—para mí, las dos actividades no se traducían.

"Irás aprendiendo," él me aseguró. "Sólo tendrás que aprender a controlar tu respiración."

Al otro lado de la calle, unos niños del vecindario estaban jugando en un rociador, y por un segundo me imaginé tumbada debajo del baño de agua. "Es imposible," dije, apartando la vista de ellos. "Me siento como un pez dando coletazos al aire."

Elliot me dio la mano y me levantó del suelo. "Los peces no son atractivos. ¿Te puedo imaginar como una sirena?" me preguntó, una sonrisa traviesa cortando su cara. "Una sexy que no usa esos sostenes de concha."

Crucé los brazos y miré a mi novio con enojo. "Eres un pervertido. ¿Sabes eso, no?"

Riéndose, Elliot me jaló en contra de su pecho y plantó un beso en mi frente. "Sí," dijo, sus labios moviéndose suavemente a través de mi frente. "Pero me amas."

"Eso sí," contesté, y no pude evitar sonreír.

Tal vez era el recuerdo doloroso o la anticipación del trabajo físico a venir, pero no estaba sonriendo ahora. Como tantas otras partes de mi vida que habían sido entrelazadas con las de Elliot, no me había molestado en salir a correr desde el accidente—no se sentía bien sin él. Probablemente sólo llegaría a medio kilómetro antes de desmayarme y colapsar en la calle, pero era como si me cuerpo de repente necesitaba ejercicio, así que le subí a mi música y seguí corriendo.

The Midnight Boys | EspañolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora