CAPÍTULO NARRADO

1.2K 103 22
                                    

Charlotte

—Deja tu abrigo y lo demás ahí —le indiqué al entrar a mi habitación.

Yo me senté en la cama, mientras abría la mochila. El trabajo de historia con Jesús iba a ser difícil. Y más cuando teníamos que hablar sobre la segunda guerra mundial. El trabajo consistía en una presentación con más de 100 diapositivas, explicando detalladamente la guerra.

No había problema en hacerlo, era algo fácil, si no fuera para el día siguiente. Nos dieron una semana para completarlo, pero nosotros lo dejamos para el último día. Típico.

Cogí mi ordenador portátil y comencé a crear la presentación, pero unas manos... Qué digo, hasta que las manos de Jesús bajaron la tapa.

—¿Qué haces? —pregunté.

—¿Y tú?

—¿Respondiendo a una pregunta con otra, Oviedo?

—¿Es que tú no estás haciendo lo mismo?

—¿Qué?

—¿Qué cuál?

—Me estás liando.

—Gané.

—¿Qué dices?

—¿No era batalla de preguntas?

—¿Cuándo he dicho que era hatalla de preguntas?

—¿Hay que decir cuándo se comienza una batalla de preguntas?

—¿Entonces cómo sabes si es una batalla de preguntas?

—¿No hubieras acertado si hubiera sido una batalla de preguntas?

—¿Es que eso lo ha sido?

—¿Tú qué piensas?

—Que no.

—¡Te he vuelto a ganar!

Un fuerte resoplido salió de mi boca, sin pensarlo. Me desesperaba.

— Empezemos con el trabajo, por favor. —pedí, a lo que él cedió.

En las siguientes dos horas hicimos doce diapositivas, donde se comentaban el contexto y los inicios de la guerra.

Bueno, ese era el plan. En realidad no hicimos ni seis diapositivas.

No hicimos ninguna.

Y es que hacer un trabajo con Jesús sin que se tirase un pedo o encima mío y sin decir uno de sus chistes malos, era imposible.

—Llevamos mucho tiempo trabajando, ¿podemos parar y comer algo? —sugirió Jesús.

—¿Llamas trabajar a lo que hemos hecho hoy? No, espera, ¿qué digo de hacer? ¡Si no hemos hecho nada!

—Venga, cuatro ojos. Por favor.

Y así es como mi voluntad se esfumó, cediendo, dejándome llevar por sus pucheros y súplicas para ver una maldita película.

Tras la película inesperada nos dimos cuenta de que era bastante tarde y, como no, no habíamos acabado –ni empezado siquiera– el trabajo.

—Que lo quieras hacer sola no significa que te vaya a dejar hacerlo. Es mucho trabajo.

—¿Dudas de mis capacidades, Jesús?

Trabajaba mejor sola, siempre lo había hecho. Quizá lo que me molestaba era que él se llevara una buena nota sin hacer nada, pero era el precio a pagar si quería una nota media digna.

Jesús se dirigía al marco de la puerta, con intenciones irse. O eso pensaba.

—Hasta mañana —me despedí pensando que se marcharía.

Pero se acercó, hasta tal punto que su cercanía me inquietó. Sus labios se posaron lentamente en mi mejilla, depositando un suave beso. Después, llego a mi oreja, y susurró lo que posteriormente no dejaría de pensar.

—Hasta luego.

¿Cómo que hasta luego?

Pero no me dio tiempo a preguntarselo. Se fue.

(...)

Tuve un presentimiento, pero no fue ni bueno, ni malo. La curiosidad me comía por dentro, me hacía sentir débil. Parecía que dependía de saber esa cosa.

Al terminar de cenar fui a mi habitación.

El calor me inundó cuando entre a la sala. Abrí la ventana, dejando entrar aire fresco.

Puse música con el portátil, subir el volumen era como subir el nivel de descanso, la relajación de cada músculo. Tomé un gran sorbo de café, dispuesta a empezar con el trabajo.

Justo cuando empecé a hacer la décimo quinta diapositiva allá por las dos de la madrugada, comenzó a llover, estaba hasta granizando. Los granizos tenían el tamaño de un guisante, que hacían sonidos suaves al chocar contra el cristal.

De repente me asusté. Un par de granizos enormes me llamaron la atención. O al menos pensaba que eran eso. Me levanté, y al asomarme por la ventana, una piedra bastante grande pasó al lado de mi cara. Al dirigir la vista hacia abajo, me encontré a mi compañero de trabajo, apunto de lanzar otra piedra.

— ¿Qué haces aquí? —interrogué abriendo la ventana.

— Ayudarte con el trabajo. ¿Me abres la puerta o tengo que escalar?

— Te dije que lo haría sola, Jesús.

— Venga —insistió—, encima de que me molesto para venir hasta aquí, y mira cómo llueve...

No sabía que hacer, seguramente no estaría serio y no trabajaríamos en ningún momento. Aunque, a decir verdad, que hubiera venido había sumado puntos a favor para darle otra oportunidad.

¿Que iba a hacer? Estaba loca.

Cómo conquistar a una cuatro ojos (EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora