Jakob se instala junto a mí con precaución, como si yo fuera un animal peligroso que, a pesar de estar herido, todavía puede hacer daño...

... y tiene razón. Todavía puedo hacer mucho daño. 

—Lamento la muerte de tu hermano —dice, apenado—, recé por él... —añade y no respondo nada a eso—.  Me enviaron a decirte dos cosas. La primera es que la duquesa de Jacco se encargó de tu hermanito... Él está descansado en lugar apropiado... Tal vez saberlo te da un poco de paz —Me limpio una par de lágrimas y Jakob continua hablando—: El segundo mensaje es de parte de... Él me envió, sabes.

Cierro los ojos y aprieto los dientes con fuerza para hacerle saber que la sola insinuación de que Gavrel está detrás de su visita me irrita. No sé si la oscuridad permitirá a Jakob ver mi aversión al hijo prodigo de Eleanor, pero tendré que confiar en su instinto.

—Me envió a decirte que... —Por el temblar de su voz puedo estar segura de que percibió mi odio—. Elena... él habló con la reina para cambiar tu sentencia y ella aceptó ceder, pero tiene una condición.

Jakob se cansa de esperar a que yo le pregunte cuál es esa condición.

—La Guardia real te llevará a la plaza y le pedirás perdón a la reina... públicamente —explica—. Eso quizá calme un poco a la gente. Tú gente. 

Me río porque no sé de qué otra manera reaccionar. Y aunque me prometí no decir una sola palabra, tengo que dejar en claro mi elección.

—Dile a tu amigo que a pesar de que como campesina no viví con dignidad, moriré con dignidad.

—Elena —Jakob suena desesperado—. La reina no es una mujer benévola. Ese fue el mejor trato que pudo conseguir Gavrel. No habrá otra oportunidad... Por favor, acepta.

Jakob se da cuenta de que la única cosa que tenía que decir ya la dije y se rinde. No obstante, antes de irse, me da un último mensaje de Gavrel.

—¿A quién engaño? —gruñe—. Él sabía que no aceptarías... Pero al menos quiso intentarlo. Aún así, quiere que sepas que no se sentará en un palco de la Rota a verte morir como otra Filia más de Reginam.

Claro que no lo hará. Cobarde.

Una vez Jakob cumple su misión, se incorpora y se marcha. Yo intento dormir. Dormida no pienso y no siento.

...

El crujir de mi puerta me despierta. Nueva visita. Aunque esta vez, quien se acerca a mí es un completo desconocido.

—Hola —dice, tratando de sonreír—. Mi nombre es Alan Catone y también voy a morir en Reginam.

No es lo que dice, sino cómo lo dice, lo que me hace sonreír un poco.

Acepto la mano amiga que Alan me ofrece y le dejo sentarse a mi lado. Puedo no conocerlo, pero es sobrino de Hedda y su reciente pérdida hace que comprenda mi propia pérdida. 

Alan me agradece no echarlo y lo observo de reojo mientras me platica un poco de su vida. Su cabello es rubio y lo tiene un poco alborotado sobre los ojos y en su cara destaca una mandíbula afilada que está a medio rasurar. Todavía lo recuerdo riendo en la Plaza de la reina al recibir su sentencia, por lo que creo que está un poco loco, y eso, la verdad, me agrada. Me viene bien su compañía ahora que no me siento cuerda.

—Lamento lo de tu tía.

Él suspira triste. —A pesar de que me duele, sé que ella eligió su destino. Debe estar orgullosa de lo que provocó —Me codea como gesto amistoso—. Con tu ayuda, por cierto.

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora