Escéptico, el rey Jorge hace su camino hasta mi. Y aunque me observa con la misma lujuria de siempre, no me toca. 

—Entonces, esta es la carnada —dice.

¿Carnada?  

—Sí. Gavrel cayó en la trampa.

La compresión ilumina los ojos de Jorge. —Ese pendejo la quería para él.

—Sí, papi.

Jorge se muestra molesto. —Pero yo no le tengo miedo —masculla, intentando tocarme.

¡No!

—¿Ah no? —Sasha se apresura a rodearme a manera de quedar en el campo de visión de Jorge. Tiemblo al sentir tan cerca a ambos—. Anda, fóllala entonces.

¿Qué?

Sasha se cruza de brazos mientras Jorge medita la propuesta. ¡No, maldición!

Jorge da un paso hacia adelante y yo, en respuesta, doy uno hacia atrás. En cualquier caso, cuando está a punto de atacar, cede.

—Está bien —levanta los brazos hacia arriba, rindiéndose—. La dejaré ir, pero sólo porque no estoy de humor para pelear con Gavrel.

—Sí, padre, lo que tu digas —se burla el otro.

El rey le dedica una mirada asesina a Sasha, regresa a la mesa de póquer y coge de esta una botella para servirse un poco de vino. Yo aún contengo mi respiración. 

—Así que... —Hace una mueca— siempre si le funciona la polla a tu hermano.

—No sé. Preguntemos —Sasha me mira burlón—. ¿Elena?

Bajo la mirada sintiendo vergüenza. 

Sasha se echa a reír y ordena a Zandro abrir la puerta. Huyo... Atravieso el corredor lo más rápido que puedo, bajo muchas escaleras y me escondo en mi habitación.

¡Lo iba a hacer!  Jorge iba a intentar abusar de mí. 

Me acomodo en mi cama e intento no llorar. ¿Debería contarle a Isobel? ¿A Gio? ¿A Gavrel?

Pero al final no lo hizo. Sasha me salvó. Lo que me hace pensar que quizá no sea tan malo... o es sólo que también le tiene miedo a Gavrel.

Elena, te están esperando —tocan a mi puerta. Es Helen. Debo ir al Salón del té.

...

La entrada al Salón del té está escondida -aunque esto no es un secreto- detrás de una cortina del Salón de banquetes. Un salón dentro de otro. ¿Por qué un castillo necesita tantos salones? Aunque este, en especial, tiene una exhibición de piezas de cerámica.

Hay una mesa colocada en un balcón con vista a la plaza de la reina. Todos, a excepción de Farrah, están sentados y listos para tomar la merienda. Incluso el obispo está aquí. 

Sasha codea a Gavrel, que me dirige una mirada que no comprendo, pero lo evado. No me voy a hacer la lista con él frente a su madre y el cerdo de su padre.

La silla del conde de Vavan fue colocada junto a la de su esposa. Yo me coloco detrás de ella para esperar a que llegue Gio y empezar.  

Helen, que entró conmigo, se apresura a ayudar a otras dos sirvientas a servir unos biscochos. Marta no las acompaña. ¿Dónde está Marta?

—¿Dónde está Farrah? —pregunta Eleanor, interrumpiendo mis pensamientos y captando la atención de todos. Su pregunta es una advertencia.

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora