capítulo 9

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SI HUBIERA tenido que poner un adjetivo a las siguientes dos semanas, sólo habría podido escoger uno: irreales.

Fernando la invitó a cenar, al teatro, a galerías de arte; pero los momentos que más disfrutó fueron las comidas tranquilas en su casa, después de acostar a Elena para la siesta y de que Mónica se hubiera retirado a su habitación, porque era entonces cuando Fernando se soltaba a hablar. Después de cinco años, por fin se había abierto a ella, lo que le resultaba fascinante. Desconcertante. Y frustrante. Porque en ni una sola de conversaciones a corazón abierto trató de seducirla.

Sí, la rodeaba con el brazo cuando estaban sentados, le agarraba la mano cuando salían juntos, le daba algún beso fugaz en los labios de vez en cuando y le acariciaba la cara con extrema delicadeza; pero en ningún momento trató de ir más allá. En ese tiempo, no se separó de ella ni ocultó en el trabajo que la estaba viendo todas las tardes.

Lety había perdido la cuenta del número de veces que le habían preguntado en qué momento exacto había empezado a salir con Fernando, y cuando respondía que no estaban saliendo, que sólo eran amigos, nadie la creía. Claro que no podía culparlos. Ella también tenía esa sensación. Estaba maravillada, confundida, totalmente desconcertada.

Pasaban los fines de semana juntos con Elena, y Lety conoció a Heidi, la sobrina de Mónica, una chica dulce y divertida con grandes gafas de montura negra y enormes ojos marrones.

Lety nunca se había sentido más feliz ni más desgraciada, a veces en el lapso de menos de una hora, y Fernando no había vuelto a hacer mención alguna a su decisión de renunciar.

Todo era surrealista, pensó Lety una noche de mediados de febrero. Acababan terminar una comida que ella misma había preparado, pues Mónica no tenía todavía mucha movilidad y Heidi ya había cocinado antes para su tía, Elena y ella misma, y estaban disfrutando del café de sobremesa frente a la chimenea del salón.

-Qué gustito -susurró Lety, estirando los pies hacia las llamas. Había estado lloviendo todo el día y resultaba reconfortante un poco de calor-. Las chimeneas tienen algo... Me hacen pensar en los hombres primitivos, sentados en sus cavernas hace miles de años, calentándose igual que nosotros, no sé si me entiendes. Es como...

Lety se giró hacia Fernando, que estaba sentado a su lado en el sofá, y dejó la frase en el aire al advertir la intensidad con que la estaba mirando.

-Tengo que hablar contigo, Lety -dijo con una calma que le puso los pelos de punta.

-¿Y qué estamos haciendo? Contestó con ligereza-. ¿Es que no hemos estado hablando todas estas noches? -Sí -Fernando guardó un silencio solemne-. De hecho, te he confiado más cosas que a ningún otro ser viviente, pero necesitas saber una cosa. Algo... de lo que me cuesta hablar, porque me parece como una traición a Elena.

-¿Elena? -preguntó desconcertada Lety. Fuese lo que fuese lo que había esperado oír no era eso-. No entiendo.

Fernando cambió de postura con nerviosismo, desvió la mirada hacia la chimenea antes de hablar.

-La madre de Elena era una mujer muy bella, con mucho carisma -arrancó con calma-. Atraía a los hombres sin proponérselo. Yo estaba fascinado con ella, como cualquiera que se la acercaba, y cuando me dijo que estaba embarazada de un bebé mío no dudé en casarme. Sentí como si hubiera capturado un tesoro increíble –añadió al tiempo que se levantaba del sofá, incapaz de seguir sentado.

Fernando, no hace falta que cuentes nada más -dijo Lety mientras él se acercaba a la ventana. No sabía qué ocurriría a continuación. Fernando había amado a su esposa con toda su alma; pero, ¿qué tenía que ver eso con traicionar a Elena?

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⏰ Última actualización: Mar 11, 2017 ⏰

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